domingo, 14 de octubre de 2012

Salvajes

Lo triste de la película, amén de la decepción que te llevas por lo expectante de quien firma el relato, es pensar que a Oliver Stone no le queda mucho más que ofrecer; pensar que la época gloriosa de este laureado director se ha reducido a intentos fallidos de volver a un estrellato hacia tiempo perdido. El argumento sobre el mundo de la drogadicción es tan banal e insulso (lo has visto un millón de veces en miles de películas anteriores) que, en un intento de ser original y presentar su propia firma, pierde los derroteros por escenas de sexo duro y explícito,  sin más sentido que la provocación absurda y disparatada, con una manifiesta violencia, sanguinariamente tajante y desproporcionada que pretende distraer, a la par que  detonar y  estallar emocionalmente al espectador con el uso de un  bullicio y desmadre que no tienen más argumento que el decoro explosivo, nulamente intrínseco. Muchos nombres propios, mucho acción rápida, mucha parafernalia decorativa es el recurso principal utilizado por un director que ha dejado de centrarse en la narrativa argumental para ornamentar cada fotograma con el recurso a lo fácil y vendible -sangre, sexo, y muerte-; aún admitiendo los momentos geniales de la película, los fotogramas representativos del mejor Stone de todos los tiempos, éstos no son lo bastante hábiles ni tienen la suficiencia necesaria para hacerte olvidar la escasez de sus compañeros de escena. A todo lo dicho se le añade la excesiva duración de la historia, lo cual  la convierte en un relato, por momentos, cansino y agobiante. Espectacular por momentos, aburrida por otros tantos; fifty-fifty (50-50) es la conclusión que se deriva del último trabajo del "un mejor recordado-presente no tanto" enaltecido director neoyorquino.  

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