miércoles, 20 de agosto de 2014

Faro

¿Una película por qué se aprecia? Por el contenido, las interpretaciones, el mensaje, el conjunto..., en esta ocasión no se que decirte y no porque sea mala sino, simplemente, porque te resulta indiferente.
Un padre y su hija refugiados en el bosque donde crean su propio santuario escondidos de aquellos que les buscan y que pretenden separarlos y, ya está, no sabrás más ni de los personajes ni de su pasado ni de su por qué ni de nada.
Ausencia total de información que te deja fuera de la experiencia de conocer a esta reducida familia minimalista, de participar de su aventura, de entender, apreciar y estimar su progresiva relación..., de algo, lo que sea pues sólo miras, observas, te cansas y aburres, eso es todo.
No se puede vivir de una bella fotografía, de la rutina de pasar los días sin rumbo, ni propósito ni anhelo de nada, anonadado y sin expectativas, sin compartir conversaciones que complementen la inicial frialdad afectiva de este dúo familiar que se necesita desesperadamente pero que no se abre al espectador, que no ofrece ni un suspiro o alivio de tu somnolencia, sin aclarar nada, sin comprender, conocer, averiguar, sin saber y que permanecen ocultos al posible afecto, interés o curiosidad que podrían despertar en ti y que, realmente, sería de agradecer.
¿Motivación para elegirla, verla y finalizarla? Ninguna porque, seguir al padre y conformarse con los escasos momentos de alegría y cariño que le ofrece a su pérdida, frustrada y desamparada hija es pedir mucho, porque la paciencia y la espera deben ser compensados con lo obtenido al final de ese tiempo muerto, de ese espacio congelado que no va a ningún lado porque aquí, sencillamente, estarás en pausa, sentado, a verlas venir para seguir y acabar en pausa, sentado sin nada a la vista y sin nadie a quien recibir, nada que contar y nada que decir.
Silencio..., pero no el elegido, deseado y apreciado por su exquisito relax y sabio acompañamiento sino el obligado, forzoso y estupefacto que te carcome, corroe y dan ganas de abandonar y huir de él.
¡Hablad, por Dios! ¡Ejerced el maravilloso don de la comunicación, del preciado lenguaje concedido al ser humano! ¡Hablad, por Dios!



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