viernes, 8 de agosto de 2014

Mil veces buenas noches

El fotógrafo de guerra, ese ojo avispado que todo lo ve pero que sólo elige lo específico, esa concreta imagen espectacular que a un sólo vistazo resume y muestra las consecuencias horribles y espeluznantes del conflicto vivido, que expresa la rabia e impotencia de unos hechos que se observan en el periódico mientras se está desayunando pero que sólo inmutan esa fracción de segundo, apenas perceptible, que se tarda en pasar la hoja y fijar la atención en el siguiente escándalo.
Un ladrón de almas anónimas que con su cámara como arma más mortífera alecciona a esa parte del mundo que prefiere mirar a otro lado, ignorar ese cruel testimonio en papel cuya imagen desgarra toda humanidad sensible y paraliza la respiración de todo ser viviente.
La película se centra en el debate interior de quien ha nacido para ejerce esta profesión, en el fuerte carácter/pasión incansable/potencia intuitiva/egoísmo personal de quien sabe que está haciendo sufrir a sus seres más queridos, que reconoce la espléndida familia que está perdiendo, que admite el alto precio que está poniendo en juego y el riesgo de arruinarlo todo, de entregar su vida física/emocional/familiar a cambio de unas espectaculares fotos que, por sí mismas, deberían congelar todo el desierto pero que sólo consiguen quitar el polvo incómodo de quien se sabe seguro y a buen recaudo en la ventajosa parte del mundo donde ha nacido, la suerte injusta de un beneficioso nacimiento en el lugar adecuado que permite mirar con desdén frío y ojos inalterables la realidad horripilante que otros están viviendo.
Juliette Binoche es toda la historia, su maravillosa/sensible/cautivante interpretación que seduce la cámara y fascina allá donde vaya, muestra exquisita de su más que demostrado buen saber hacer que emociona al público y captura con vehemencia no permitida tus sentidas reacciones.
Se centra en el dramatismo de elegir entre los dos mundos en los que se mueve, en la tirantez con un marido que no puede retenerla a su lado, en la angustia de unas hijas desconocidas, en el no saber por qué pero no poder evitar accionarse al ver la injusticia, activarse al presenciar el mal y olvidar en un segundo pero con remordimiento pensativo de fondo oculto muy denso y pesado todo el propósito de enmienda que había prometido.
Su principio es muy impactante y escalofriante, explosiva revolución que opta por apaciguarse y desviarse por la línea sensible, la afectividad y frustración de quien quiere complacer a los que ama pero muere en la rutina diaria, que necesita del riesgo/velocidad/adrenalina de retratar la guerra en primera persona y exhibirla a un mundo sabio pero ignorante por conveniencia.
La emotividad de unos ojos cansados, de un alma inquieta inundan la pantalla, sentimientos de tristeza, rencor, odio, amor, resentimiento, comprensión cubren el paso de los minutos, fingida devoción por una vida segura y tranquila y suspiro anhelado por el recuerdo del conflicto que se está perdiendo.
Combina marcados momentos de un efectivo análisis y estallida penetración en una profesión dura, atroz y costosa con otros de alta sensiblería y suavidad melosa, aventura y frescor, empalagosidad y encasillamiento cogidos de la mano, atrevimiento y osadía que conviven en una armonía irregular con la estampa del clasicismo y la lágrima fácil.
Su resolución no sorprende, su evolución no impresiona pero es una trabajo realizado con gran dignidad, cuidado y esmero que fascina por momentos, pierde por otros, atractivo interés ganado que se desliza hacia el relato acomodado y emocional todo ello abanderado por una excepcional Juliette Binoche que compensa cualquier pero o lamento surgido.
Recompensa con esquivos, satisface sin agotar todas tus pretensiones, un consumo más digestivo de lo esperado dado el grado de picante añadido.



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