sábado, 22 de noviembre de 2014

Nunca es demasiado tarde

Que nunca es demasiado tarde no siempre es cierto pues, en ocasiones, te acercas tanto al límite, al borde del acantilado que, simplemente, te caes.
Personaje arduo y pesado de seguir, más difícil de apreciar por su circular, pulcra, ordenada y angosta rutina que puede llegar a asfixiar tu esperanza de afinidad, tus ansias de gusto, tu deseo de acogida de una subsistencia austera y meticulosa, ejecutada con detallada precisión, practicidad y armonía estéril en una sombra de vida cuya existencia guarda un gran respeto, delicadeza y sentida dignidad por las vidas de quienes hoy son olvidados-algún día fueron queridos, una bienvenida seca, monótona y lenta de abrazo tibio y moderado en su infértil intensidad para una persona vacía de relaciones con los vivos pero llena de cariño, compasión, consideración y sentimiento por los ya desaparecidos-a nadie importados, sutil evolución de percepción tenue cuya vivencia, cuando apenas empieza a rodar y evolucionar hacia puerto deseado, la crueldad irónica de una vida que se ríe y ceba con él le estalla en sus manos relegando todo su ser al lugar tan temido y ausente de donde procedía, la pesadilla hecha realidad a pesar del esfuerzo emocional y humano realizado para salir de esa concha protectora a salvo de las inestables e incontrolables relaciones humanas, la superación de 
un no sentir, que era mejor que el atropello caótico de las emociones, que camina con decisión hacia un atreverse a respirar en compañía y compartir el espacio para volver forzado, sin voluntad propia, al habitáculo pequeño y cerrado donde la comodidad y seguridad de su única pertenencia lo impregnaba todo, absorbía toda su esencia y toda su posibilidad de ser.
Uberto Pasolini solicita paciencia y tiempo por tu parte, demanda tranquilidad sin precipitación para un personaje frío, áspero y distante en su inicio, que sin ruido y calladamente empieza su andadura hacia la sobriedad de un vivir con posibilidad de futuro y cuyo repentino mordaz desenlace te pilla medio dormido-medio estancado-medio ilusionado por oír, por fin, la voz de este lúgubre espíritu andante en una conversación de más de dos palabras seguidas, ritmo soporífero que se ve aligerando suavemente, sin prisas pero con firme paso, y que llega a su destino previsto no importa qué se haga o cómo se evite su recorrido pues tú no eliges la ceremonia ni cuándo ésta comienza.
La soledad elegida como ley de vida, santo patrón que un día despierta de su somnolencia y tiene la osadía de relacionarse y convivir con el resto de los mortales, la ley moral no escrita, pero tan predicada, de dar para recibir nunca fue de tan falsa reciprocidad e injusta ejecución, el intento de escape de la prisión anímica de Alcatraz nunca fue tan infructuoso y devastador para el dueño de tan mísera existencia, cuya vigente mortalidad no está en sus manos por mucho que corra y acelere al encontrar el valor y coraje para salir de esa morada de catatónico andar martilleante para el protagonista y, el espectador, quien debe reducir su anhelo de visión al compás mortecino y precavido de este supermán silencioso que lucha en una batalla dura contra si mismo y sus miedos.
Reserva energía para este Mr. Bean sin gracia pero mucho dolor y anhelo escondido, mantén el carisma y no abandones el esfuerzo por este McCain en su personal jungla de cristal que no se gana ni tu simpatía ni tu lástima y cuyo tiempo de espera es simple, sencillo y llano. 
Para público selecto que saborean a quien no demanda nada-oferta poco, que disfrutan del inesperado placer de que alguien se fije en ti y te despierte de tu acostumbrado lecho durmiente, que se alegran ante la probabilidad de futuro posible y sufren ante ese desconsuelo de sueño alcanzable-interrumpido y roto en mil pedazos, macabra dirección que te lleva de vuelta al lugar de origen.
Aburrirse con él es opción fácil, tacharle de soso e insípido recurso a la mano, descifrar su encanto y degustar su esencia guerrera, lujo de unos pocos bendecidos con la sutileza de ver ese puntito minúsculo que te lleva a la grandeza silenciosa que pasa inadvertida para la mayoría.
Si la eliges, elígela sabiendo observar, leer e interpretar, buscar su corazón y apreciar el compás de su ritmo cardíaco; sino, a otra cosa y no desprecies lo nunca hallado-por siempre perdido.



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