miércoles, 17 de diciembre de 2014

Across the river

La vida solitaria, de aislamiento y observación de un biólogo en el bosque se ve alterada, distorsionada ante la presencia inquieta de una figura extraña, no definida que está interrumpiendo su trabajo, alterando sus muestras y desviando los datos recogidos.
Aislado en una vila abandonada, por la crecida del río, empieza a notar ruidos, ecos, visiones espectrales, sensaciones pavorosas que, poco a poco, alteran su juicio cabal y control emocional arrastrándolo a una locura incontrolada de terror psicológico por no saber qué pasa ni quién está acechándole.
Incertidumbre, miedo, caos, sombras ocultas, imágenes oscuras, visión confusa, percepciones inquietantes, tensión, respiración acelerada, ansiedad, acoso..., más el añadido de su propia imaginación que, ante el desconocimiento de la realidad, duda de lo que ven sus ojos, deja volar su frenesí de invención aumentando todas las perturbadoras vivencias e impresiones al máximo.
El eterno observador, de profesión devota, se convierte en el objetivo observado de un espectro que le atrapa, envuelve y acorrala en un paisaje idílico de maravillosas vistas salvajes y naturaleza viva en todo su esplendor, combinado tenuemente con el acecho invisible, el acorralamiento incesante y la prisión involuntaria que se van formando en torno a su persona en tonos oscuros, de grises mortecinos y sombras agazapadas, ambiente lúgubre y un ostensible ahogo donde se olvida la sensatez, se pierde la lógica y la innata protección y huida surgen como desespero ante el sentimiento de animal perseguido, estudiado, manipulado y ultrajado que siente nuestro protagonista.
Un perfecto Marco Marchese que, en soledad interpretativa, llena todas las escenas con sobriedad y esmero, en su evolución firme y serena, de la razón estable a la insensatez de unos pasos temerosos para acabar en una mortal alucinacón, de patrimonio sinrazón -o puede que con ella-, de suspense y nervio, con un estilo clásico de provocación, testimonial forma añeja de proceder y actuar que mueve de la calma, lucidez y quietud al desconcierto y despropósito, cara y cruz de un micro hábitat de despotismo, opresión, ardor y celo que quita el oxígeno y anula la coordinación ante la perplejidad y nulidad de no saber qué está ocurriendo.
"El proyecto de las brujas de Blair" fue la revolución y renovación del cine de terror del siglo XXI, aquí tenemos escasa información, poco diálogo, la inversión del mito de la caverna de Platón en un personaje asfixiado en su propia jaula, cazado en su mente, desmembrado en su alma cuyas emociones corporales escapan a su control resultado de trasladar la paciencia, tiempo, contemplación y análisis de sus animales a su propia persona.
Sutil y misteriosa en sus pequeños toques delirantes, gélida intriga psicológica en un juego tortuoso de gran habilidad en su armonía de la belleza de una realidad que se place con lentitud y miramiento, de una emergente obsesión ardiente por lo escondido y un sufrido desespero mezquino que surge de no sabe dónde, no sabe por qué pero, le convierten en presa frenética de desgaste evolutivo hasta prácticamente desfallecer.
Se puede echar en falta más fuerza, penetración argumental, ahondar más en la incógnita del terror surgido, mala costumbre adquirida por la masiva presencia de mucha cantidad/poca calidad consistente en el cine cotidiano de este género, aquí, la pureza de su mirada, la tranquilidad de sus movimientos, el descanso de una rutina sabida, su fragilidad corporal y ausencia de necesidad de nada gira rítmicamente hacia el sentido escalofrío minimalista, la brusquedad de su pánico, ese delicado detalle buscado de efecto incisivo y enloquecedor donde se mantiene su carácter y estilo de paciencia, tranquilidad, observación y aislamiento, armas claves para su disfrute que ofrece y maneja, el director y co-guionista italiano Lorenzo Bianchini, con gran arte y acierto. 



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