sábado, 10 de enero de 2015

Bushi no kondate

¿Qué soñador romántico no ha disfrutado leyendo las historias de Jane Austen? Sus cautivadores amores imposibles, ardientes emociones ocultas, la delicadeza hablada de las formas, la sutileza expresiva de la mirada, ese exiguo roce que acelera el nervioso corazón, la grandeza de decirlo todo sin apenas decir palabra, el deber y el honor por encima de toda pasión y sentimientos devorador del alma, rigidez social como barrera infranqueable...
¿Quién no ha gozado con su representación, con mayor o menor acierto, en la gran pantalla? Ese hermoso sacrificio por el ser querido, sufriente dolor de impotencia corrosiva, amargura de injusticia no merecida, explosión de alegría ante la mano tendida, felicidad absoluta ante ese abrazo revelador de un amor eterno..., todo ello trasladado a la tierra y la época de los samuráis, de su exquisitez visual, perfección gestual, sarcófago proceder, precisos movimientos, encorsetamiento de maneras, rangos, posición y un sinfín de comportamientos milimetrados y estudiados de simbología espléndida para una verdadera historia de amor que nada tiene que envidiar a la inventiva inglesa del siglo XVIII-
XIX, que se nutre de la cocina, de sus sabrosos ingredientes y de la necesidad de saber e instruir para unir la sal con la pimienta, el ajo con la cebolla y crear un bello plato, cocinado a fuego lento, sin prisas, con paciencia y esmerada armonía que se resiste a su cocción, tarda en llegar al paladar pero, tras su degustación, queda esa calidez agradecida de complacencia sabrosa que perdona su languidez, acepta su rigidez y disfruta con todo el ceremonial de un tempo feudal de firmeza, destino, honra, obedencia y rectitud por encima de emociones o deseos personales.
Como buena película japonesa es un disfrute para la vista y el espíritu que aprecia y ama el lenguaje de los gestos y las formas, el acierto en la vestimenta, la ambientación, fotografía, localización, los detalles escénicos, la perfección del encuadre..., toda una deliciosa habilidad artística que se comunica con el sentido de una regocijada vista más, un guión de acompañamiento melódico que se frena para expresar con pausa, moderación y sereno compás lo que no debe decir ni expresar con agilidad abrupta ni ligereza ordinaria por no estársele permitido.
Este tipo de cine tiene unas características propias y formato específico que las distingue y destaca del resto, que quede por encima de la media o por debajo de ella es a título personal según gustos de cada cual, lo indiscutible es que aporta una historia 
de amor contada desde sus inicios, pasando por la larga carrera de su desarrollo, hasta llegar al mágico momento final donde el chico va a buscar a la chica, la besa, coge en brazos y se la lleva para siempre jamás en un vivieron felices y comieron perdices con música divina de fondo..., perdón, ¡me he emocionado!..., bueno, vale, algo parecido pero con la discreción y miramiento de la cultura nipona, rematado con sobrias interpretaciones, una meticulosa puesta en escena y una vivencia suntuosa y sugestiva que te traslada a ese lugar remoto de un tiempo pasado donde, soñar era un placentero lujo de unos pocos que a la mayoría hacía daño.
Engañar no engaña a nadie, ofrece lo que vende, otra cosa es que la elijas por una curiosidad equivocada que ¡acabó matando al gato!



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