viernes, 2 de enero de 2015

Mr. Pip

Recordatorio en imágenes a la pasión por la lectura, a la supervivencia gracias al uso poderoso de la imaginación, a la fuerza incondicional de una ensoñación para resistir el dolor presente, la magia de transportarse a través del conocimiento de un personaje, vivir su historia, evocar sus sentimientos, aspirar sus miedos, sufrir sus preocupaciones, disfrutar con su alegría, llorar con sus decepciones, padecer con sus miedos..., todo ello como excusa para reinventarse, ser quien uno quiera y crearse su propio paraíso personal que nadie ni nada, por horrible que sea la situación o malvada la persona, puede arrebatarle pues es hechizo de las palabras a través de ese enamorado oído que las acoge con esperanza y devoción para conducirlas como alimento de un alma en urgencia de carencia afectiva y un corazón cuyo bombeo cardíaco debe ser hipnotizado gracias a esos deslumbrantes sentimientos que otorgan las páginas en tinta de un magnífico libro.
En esta ocasión, el protagonista escogido es "Grandes esperanzas" de Charles Dickens, que sirve de seducción instantánea y hermoso cautiverio mental para una niña, Melinda, en medio de un conflicto bélico, de violencia sin control ni entendimiento de las atrocidades que sus ojos y persona observan y padecen diariamente que, gracias a la sabiduría e inteligencia del único blanco en la isla que ejerce de eventual maestro y que posee la sensibilidad y delicadeza de intuir la necesidad de ese bálsamo aislante de toda la porquería y horror que les rodea que crea un pequeño escondite de felicidad breve y risas permitidas.
Esa es la parte atractiva y dulce del filme, los saltos mentales de un imaginado puente conectado al mundo de la fantasía y de la libre creación artística donde esta deliciosa obra es reinterpretada desde la inocencia de la visión de una niña de color que mezcla sus propios personajes con colores llamativos y vestimenta del siglo XVIII que sólo el creador de Shrek y Narnia es capaz de combinar con delicia e impacto para la vista; respecto las interpretaciones, tenemos al famoso doctor House, Hugh Laurie, como señuelo de venta y marketing que está correcto y eficiente en su papel de conductor y artífice de ese paraíso anímico donde refugiarse y, una compañera adolescente, como centro de la cámara que explota la belleza cautivante de su hermosa piel negra pero cuya expresión física, manejo facial y rostro emocional apenas varía en cada fotograma.
Una primera hora de lectura de esa exquisita obra maestra que se percibe con tranquilidad, placidez y pausa para la absorción de esa bellas palabras recogidas e interpretadas individualmente por nuestros sentidos y, una segunda donde se intuye, más que mostrar explícitamente, el peso de ese conflicto territorial en el que se encuentran indefensos a través de un absurdo malentendido y tonta confusión de dar vida y existencia corporal, real a ese maravilloso Mr. Pip que el pueblo entero a acogido con vivencia intensa, curiosidad sana y amor incondicional.  
Andrew Adamson confía en sus habilidad y destreza  para combinar realidad y fantasía, dureza y suavidad, lágrimas y sonrisas, mezcolanza con muy buenas intenciones que funciona por momentos pero que, en otros, sabe descafeinado, de poca profunda textura y escasez en su penetrante aroma para la plasmación de la realidad envolvente más, otras obvias carencias de conexión e intercalado escénico que perdonas por la gratitud del conjunto, el resplandor del cuento, la buena esperanza y motivación de los pasos ofrecidos.
Debilidad narrativa de emociones no siempre ofrecidas con acierto, en exceso congeladas y neutras en su transmisión y atrape del espectador que se nutren del libro de Lloyd Jones para ofrecer este mix de mundo artificial inocente y bonito pero tenue y poco intenso en su gloria y hechizo y, un mundo cruel que tiene la sabiduría de no escenificar con escenas espeluznantes de digestión ardua y, dejar a intuición personal, la elaboración de ese pavor y terror con el que conviven diariamente y al que son expuestos sin compasión cual trozo de carne que sirve de comida para hechar a los cerdos.
El resultado es ameno, agradable, de fácil visión aunque emotividad ausente pues, adquieres una sobriedad y serenidad perceptiva que te permite mirar, degustar y disfrutar con ligereza sin gran involucración ni un entusiasmo tan potente como cabría haber elaborado pues es suave en sus pretensiones, moderada en su alcance, plácida en su respiración, su aroma te envuelve con tibieza..., película que come de un libro que se nutre de otro libro para quedarte con un valiente caballero contador de historias y cuentos que sabe comportarse de forma loable en todo momento. 
"Lo más miserable es sentir vergüenza del hogar".
Momentos de extravagancias, de risa, de temor, de incertidumbre, relajación, tensión, equivocación, acierto..., un poco de todo para un guión cuya calidez echa el freno sin alcanzar su plenitud y mayoría pero que resulta entrañable y anecdótico con mesura en el descubrimiento de este loco blanco de ojos saltones que revolucionó la isla de Bougainville aún con sus evidencias y debilidades no es necesario fingir para saborear el vuelo por el país de nunca jamás y la planicie por el techo de armas, golpes y muerte que amenaza sus cabezas.  
Mr. Pip hace su trabajo, sin plusvalías ni extras que perfeccionen lo pretendido, sin traslación sublime inolvidable, con efecto recatado y sentido contenido, sin el brillo que debería ni la gloria presentida pero..., hace su trabajo.



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