sábado, 3 de enero de 2015

Musarañas

Lo primero de todo, ¡enhorabuena!, por la venta ficticia y engañosa de un inteligente marketing y elaborado tráiler que lleva a confusión y torpeza equivoca con el atractivo nombre de Alex de la Iglesia como señuelo avispado en primera escena, en grande y a bombo y platillo en el que hemos caído todos, a partir de ahí, presentación de la musaraña, animal solitario y territorial enemigo de los intrusos y gran protector de sus crías, una Macarena Gómez, exagerada por momentos, en el papel protagonista de un drama psicológico con tintes de perturbación mental, religiosa y anímica que adquiere suspense y tensión tras una entrada plácida y relajada, que pasa por posible trío amoroso de fanatismo y celos y, se transforma en intento potencia de la matanza de Texas, plausible terror agorafóbico, desmadre de gore y pintura roja a borbotones a capricho de la imaginación y el desbarajuste de los encargados, inventiva bárbara hacia el despropósito y el descaro que, más que susto y miedo, es ya risa por doquier ante la exageración desmedida y desfachatez cómica, nada terrorífica, del siguiente muerto en la cola y, un mezclar géneros, dar vueltas y estallar cohetes imprevistos hasta encontrar la salida fácil que deslumbre y atrape al público y permita dar paso al surrealismo salvaje, a apuñalar sin mira y a ver sangre, cadáveres y caras de loca desquiciada que es lo que atrae y mola.
Juanfer Andrés y Esteban Roel se esconden tras este proyecto que no causa mayor suspiro ni seducción, ni gusto ni placer sugestivo hasta que surge el sadismo y la maldad deliciosa, hasta que un apetecible Hugo Silva, de caramelo goloso para la criatura enferma, cambia de actitud apacible y galante para ser el despertador sincero, sin remordimientos, en el día y hora de la bestia y, a partir de ahí, carta blanca para jugar al tiro el blanco con todo aquel personaje que se les ocurra hacer aparecer hasta redondear, con ternura y amor querido de herencia ineludible, la relación de las dos hermanas que se debaten en continuo duelo de amor/odio.
Stephen King ya permitió que Kathy Bates encerrará obsesivamente a su escritor favorito, a su gusto y empeño aunque, con línea mejor definida y explotada, en Misery, aquí, se bebe de muchos manantiales, rodeos de ida y vuelta, ideas y ocurrencias hasta la conclusión de que lo que quiere el público es locura, desenfreno y ¡a por todas! en la acumulación de muertos, con la siempre exquisitez presencia de un irónico Luis Tosar, de espectro agobiante, que remueve conciencias y que da el toque inquietante y morboso, cruel y feroz, sin piedad ni lástima para con la víctima, con una sola mirada sin tantos aspavientos, gestos faciales, mímica forzada ni manejo de pintura decorativa de estrafalario complemento.
La historia es apetecible, divertida y esperpéntica en su estallido emocional y físico de persecución/huída/póngase a salvo quien pueda, esa es la parte que funciona, respecto a su inicio dramático de enferma, religiosa y perturbada de pasado agónico que mancilla y confunde el presente, como que la siempre palpable vecina Lola no logra despuntar, convencer ni ganarse el interés y aplauso del público hasta que se le salen los ojos, coje un cuchillo y explota su gestual cara de loca endemoniada.
Conformismo correcto de la primera parte, disfrute efervescente de la segunda, un fifty-fifty donde gana el humor esperpéntico de su cruzada final por ser más grato y reciente en la memoria.



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