viernes, 16 de enero de 2015

Noche en el museo: el secreto del faraón

¿Y que más da la aventura?, ¿si ésta es ingeniosa, repetitiva o vulgar?, ¡vamos a jugar a ser niños!, a correr por los pasillos, a tocar lo prohibido, a mover las piezas del sitio y crear un caos divertido, a indios y vaqueros, romanos contra egipcios, a ver al histórico coronel a lustroso caballo, al resucitado faraón que abandona la silla de ruedas por la pompa del dios solar Ra, a Lancelot confuso en busca de su bella dama, al hombre de neandertal más actual que nunca, esqueletos bailarines de dinosaurios y griegas estatuas fantasmas sin brazos..., pueden imaginar tantas ideas, locuras y ocurrencias como quieran pues, tienen a su disposición un parque-museo de atracciones propio, de enorme diversidad según la época que les apetezca, con variados personajes para moverlos a su antojo y al son de su más diestra o ineficaz imaginación.
Para esta tercera parte se trata del peligro de la desaparición de la juerga nocturna, de la fiesta de desmadre y frenesí no permitida que tiene lugar cada día, a la puesta del sol y que puede verse interrumpida definitivamente si no se recargan las pilas de la tablet egipcia durante tantos años de utilidad gratificante y provechosa, una contrarreloj para salvaguardar la vida de unos fieles amigos de cera, de gran corazón y enorme alma, a los que se disfruta, protege y añora con cariño sincero.
Sin duda, la sorpresa mágica y novedad fresca de diversión y entusiasmo de la primera se perdió hace tiempo, caducó con la proyección del último minuto de la original, por tanto queda lo esperado, entretenimiento ligero, suave y moderado, de fácil y rápido consumo para digerir sin contratiempos ni gran preocupación, concentrada levedad que permite airear los malos humos y aligerar la carga diaria del equipaje, un añorado último vistazo a un desaparecido Robin Williams con respeto y gratitud, alguna mueca simpática y alegre que nunca llega a gran sonrisa de hilarante diversión, humor tibio y condescendiente para todo público y familia, con el esperado gracioso y risueño dueto Steve Coogan/Owen Wilson, el ameno mono gamberro y el querido director de orquesta de este mausoleo viviente, un adecuado Ben Stiller que no se sale de la norma y cumple con su papel esperado.
Duración adecuada para no resultar pesada y guardar un buen recuerdo de ella, sabes la historia, su antecedente y que ésta no va a variar en demasía, sólo dar vueltas al mismo querido tiovivo con cierta gracia y acierto y, esperar que siga rellenando el tiempo de ocio escogido con cordialidad y armonía dentro de su estrecho cometido, tenacidad breve para un producto comercial de formato conocido, esfuerzo mínimo y beneficio mutuo donde, ambas partes, público y responsables salen ganando.
Por suerte para todos e inteligencia de los encargados y dirigentes de la misma, ésta parece despedirse con un oportuno cartel de cierre en su momento conveniente y, conformarse con una gratificante trilogía de memoria agradable en el tiempo y por siempre entrañable y bonito recuerdo, no ceder a la tentación de alargar un producto que no da para más y cuidar lo que ha sido un fructífero nacimiento, correcto desarrollo y efectivo final de despedida, que no busca tanto el ajetreo espectacular de su hermana anterior sino que vuelve más hacia sus orígenes emocionales y sentidos ahora trasladados al British Museum londinense de una Inglaterra hermana y aliada de lengua y mucho más.
Encantada de conocerte, gran velada de innegable gustosa compañía, gracias por amenizar mi tiempo, hasta siempre con cariño, muchos besos...
Posdata: con diferencia, lo mejor de todas las marionetas, saltos malabares y carreras vertiginosas de esta última conexión y contacto breve es el cameo de Hugh Jackman y su momento Lobezno, nada como ese toque irónico/benevolente y reírse de uno mismo para que los demás te sigan por dicho camino.


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