martes, 17 de febrero de 2015

Anochece en la India

Ironía de la vida que nos conocimos y cruzamos en el momento (in)adecuado, tu moribunda, yo casi muerto.
A un cojo, mullido o minusválido se le permite ser un cabrón, egoísta, grosero, canalla, insoportable y desagradable en su desquiciada y continua verborrea pues, la pena y lástima hacia él y su situación, hace que los que le rodean y observan le perdonen todas las ofensas y agravios que su espíritu achacoso, resentido y ofendido pueda idear con el uso de un irónico insulto punzante que duele más a quien lo pronuncia que a los oídos de quien lo recibe.
Película intimista, amarga, desgarradora y triste, huraña y agresiva en su rebuscada calidez que capta tu interior, interrumpe tu hacer y rompe tu apatía con emoción y ternura, sensibilidad y una extraña comprensión hacia un dúo que rompe espejos, afea instantáneas e incómoda con su incrédula presencia pero que se necesitan como el respirar, como el aire a los pulmones, como unos confiados brazos a unas piernas inútiles, con un guión sensible y tierno en su dureza y atrocidad de sufrimiento, aflicción y tormento que transcurre su metafórico viaje por carretera a la India con el objetivo previsible de sanear unos personajes carcomidos en su alma, corrompidos en su esencia, que ya no permiten una caricia amable que ablande su fortificado y olvidado 
corazón, con una exquisita y gozosa banda sonora que suena como la voz de los ángeles que acuden a tu presencia, llamada no solicitada pero necesaria que llega en el momento oportuno, ávida y veloz, prudente pero rotunda que se saborea con delicadeza y delicia complementada, con elegancia, con una grisacea, cenicienta y áspera fotografía que paraliza e inmuta al hablar sin necesidad de palabras y, una sublime, distinguida, esforzada y loable interpretación de un impresionante Juan Diego que expone sus mejores artes con maestría y notoriedad acompañado, con perfección de empatía ecuánime y lustrosa en su conjunción por una ideal Clara Voda que completa una unión fantástica, chocante y singular llena de tirantez, confianza, hostilidad, cariño, violencia verbal y adoración nunca revelada.
El dolor, la necesidad y desesperación crean parejas extrañas, excepcional combinación de la que Chema Rodríguez crea un relato de transición y apertura a lo aún no perdido/casi olvidado, a la esperanza impuesta con voluntad aún no hallada, a la supervivencia todavía no reconocida de andadura angosta, cruel y dura se solicite o no, un mutilado que desea mutilarse/una rumana que desea castigarse, hérida que aún se aferra a la posible voluntad de salvación y mejora, claro/obvio/nítido el padecimiento y angustia de él, más confusa/difusa/ilegible la motivación y estructura de ella, desahuciado anímico uno/oprimida emocional la otra que encuentra un posible salvavidas junto a quien padece y se fragela igual o más que ella/ él, ultimo rescoldo de aguante para ella/ella, la rechazada posibilidad de volver a querer para él.
Un camina o revienta de sencillez en su composición pero agrio y de amargo ardor en su visión, espíritus fantasmas que se respetan, rechazan y consuelan mútuamente, corazón voraz y furioso que desfallece a cada imparable latido de bombeo sentido, un extraordinario nada-como-estar-a-las-puertas-de-la-muerte para que se le vayan a uno las ganas de morirse, ver-los dientes-al-lobo para salir zumbando que se alecciona con un sincero y aplastante dime-que-temes que lo encontrarás por el camino, conformando un relato válido, tanto en sus elementos como en la mezcla tenue de sus ingredientes, elaborando un plato que, con pocos logros, logra un sabor de consumo esmerado y apreciado, aprender a reconocer y saber disfrutar de los pequeños tesoros es la sal y riqueza de la vida, tan preparado para morir como para vivir, a amar tanto como a permitir ser amado. 



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