domingo, 8 de febrero de 2015

Foxcatcher

"¿Qué quieres ser John?, quiero ser el mejor, el campeón del mundo", deseo cuya petición equivocó su destino y llegó en forma de notable malicia de horror y masacre que nunca jamás en la vida podrá olvidar.
La catástrofe y desgracia, disfrazada de bendita suerte y fortuna, de toparte con un lunático y feroz lobo, devorador de despistados y bonachones corderos que intenta comerse a caperucita, con tentación jugosa de promesas suculentas de éxito soñado siendo, su familiar de consanguinidad, quien reciba el mordisco letal de colmillo hambriento que destroza y desgarra sin piedad, lástima ni comprensión. 
La realidad siempre supera a la ficción, sentencia diestra y clarividente que se confirma rotundamente en este filme que se abstiene de penetrar en la locura, desquicio y maldad de una cabeza errónea, ida, inestable, frágil y fugaz de cordura que se creía una mezcla de Jesucristo y el Dalai Lama y quien recibía, de los árboles, mensajes y directrices de funcionamiento y vida y por donde pasa, simplemente, con levedad poco inquisitiva, a través de los puntos básicos y esenciales para diseñar y confeccionar, con moderación y mesura, la historia a su gusto, distorsión que dista mucho de la esperpéntica realidad y que se limita ha que quede reflejado, a grandes luces, la barbarie extraña e inhóspita de un ser perturbado y confuso que buscaba ser padre/amigo/líder/mentor/ejemplo de existencia y conducta de sus progenitores y que, en cierta manera, logró parte de su propósito de ser alguien importante a rememorar pues, pasó a los anales de la historia para nunca más ser olvidado.
El filme se mantiene y sobrevive gracias a la profunda, carismática, cautivadora y explosiva interpretación de sus tres protagonistas, dirigidos magistralmente por Bennett Miller, director que logra sacar y exprimir lo mejor de sus actores -no así de sus guionistas-, un Channing Tatum que se gana el respeto de sus, hasta ahora, detractores, un Mark Ruffalo emotivo, cordial, impactante con una actuación sincera y loable de verdadero hermano al cuidado y preocupación de su familia y, un impresionante y sorprendente Steve Carell que demuestra su ya conocido y sobrado arte, también, dentro del drama, más allá del fantástico cómico que todos hemos conocido ser desde sus inicios espectaculares, pues los hechos son narrados con desconcierto, pasividad y lentitud, lectura espaciada en su sincronización que fatiga y te distancia del metraje y sus marcados eventos, una imperdonable ausencia en su explicación aclaratoria, en su confirmación informativa de los atractivos y escalofriantes sucesos que tuvieron lugar y que deberían dar pie a un abrazo consistente que motive y seduzca, con fuerza y energía inusitada, para no perder ni un segundo de lo que hubiera sido antención fija e inmóvil en la pantalla pero, se transforma y conforma en pinceladas oportunas que mantienen, con liviana complacencia, tu interés y percepción, torpe levedad manifesta que, con lamento y pena, es lo bastante acechadora para interceptar su fructífera y suculenta degustación, su rebosante consumo y descubrimiento, con vocación plena. 
Es historia real ocurrida en los 80 y sólo por ello, respetas y consideras con cariño, aprecio y pundonor su relato, un medallista olímpico, con aspiraciones mundiales, atraído por la oferta deportiva de un excéntrico y desquiciado magnate fanático de los pájaros, las armas y del esfuerzo, constancia y coraje necesarios para la práctica del deporte, en especial, obsesión por la lucha grecorromana, y un hermano mayor más lúcido, sentido y cabal que sabe de la extrañeza e incógnita de dicho personaje pero, que se deja llevar por sus promesas de triunfo y grandeza y comprar por su siempre dispuesto, generoso y beneficioso talón de cheques, lucro de alto precio a pagar que no se detiene ante miramiento alguno y actúa con lascividad incrédula que asombra y desmorona un descorazonador desenlace que deja muda el alma.
Si conoces la historia, te sabrá a poco, en caso contrario, resultará anécdota curiosa a rematar, con vistazo a google, para redondear las excesivas y obvias lagunas que aquí se observan, atrapa para soltar, volver a enganchar, moderar su andadura y acelerar su pulso decaído en la recta final, construye un camino cuya expectación de resolución perdona sus idas y venidas emocionales, un letargo de mirada reposada con escapes breves que igual succiona que se despega para aspirar de nuevo su aire tóxico y acomodarse a su escasa oferta de apetencia malograda por momentos, comprometida por otros, donde acabar sentenciando, con un rotundo y afirmativo positivo alto, el resultado obtenido.
Desbarajuste que espera demasiado de sus silencios, pausas y eternas miradas y ofrece poca comunicación hablada de diálogo necesario para su sabrosa recepción y disfrute continuo no sólo intermitente, el cual se compensa anulando sus perceptibles carencias y quejas con su fatídico veredicto final de herida sangrante, tiro mortal y recordatorio martirizante.
Un bello y encantador cuento de inicio sospechoso, andadura turbulenta y marea inquieta que se desviste, por fin, brutalmente y a la fuerza para mostrar su escondite de horror y oculta pesadilla que certifica que nada es gratis en este mundo, que nadie da todo por nada, que cuando la fortuna llama a la puerta asegura las ventanas y que, a caballo regalado ¡mírale los dientes, por si acaso! y evitaremos mordiscos inquietantes que aniquilan el espíritu, destrozan vidas y arrasan con todo tu ser arrastrándote a una pesadilla tortuosa de recuerdo de un sueño que, una vez pudo ser pero nunca jamás será, bajada a los infiernos donde por siempre vivirás.


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