sábado, 14 de febrero de 2015

Reencontrar el amor

"Respeto demasiado a las mujeres como para acostarme con sus maridos", sentencia que la vida pondrá a prueba tentando su voluntad, firmeza y tenacidad como el mejor y más maquiavélico belcebú que ronda, marea, insiste, confunde, perturba y vuelve a insistir preparando meticulosamente el escenario de esa querida, soñada y apetecible, hasta la locura, caída.
Sencillez, brevedad y seducción, elementos clave de esta delicada ensoñación que juega a insinuar el deseo, a revivir la pasión, a beber de la fantasía, de la emoción de la posibilidad, de la ansiedad del contacto, una fascinación que alimenta la mente con su imaginación e inventiva que no tienen freno ante ese frenesí despertado tras un escueto pero delicioso encuentro.
Un Romeo y Julieta adulto que saben de su hermoso enamoramiento, de su necesaria apetencia mutua, de su necesidad de compartir sus cuerpos y descansar esas ardientes emociones que están alterando todo su estable presente, responsabilidad y cordura ante la vigorosa querencia y suculento anhelo de dejarse llevar y crear su propio habitáculo escondido y privado donde nada importa excepto ellos, su apetito y sentimientos pues "¿sabes lo peor de tí?, que hueles a naranja amarga" y ese olor me acompaña donde quiera que vaya martirizando mi calma e inquietando mi serenidad.
"Preferiría que tuviésemos la eternidad", despedida de entereza y valentía por dejar atrás el fogoso egoísmo e individualidad buscada y volver al raciocinio del control y la estabilidad que mide los contratiempos, analiza las pérdidas y no hiere a los que ama para un amor que pudo-haber-sido pero nunca-será como ese ideal nunca vivido pero por siempre deseado, nunca mancillado por siempre virgen e inmaculado, perfección eterna nunca maltrecha donde maldices comer perdices y ese final de cuento que nunca tendrás.
La bella y cautivadora Sophie Marceau como atracción irresistible de un François Cluzet más sereno y comedido, pareja avenida de cómodo abrazo que representan esa hermosa ingenuidad de conocer a alguien que explosiona todo tu ser, que altera tu tranquilidad, transtorna tu quietud y degrada tu, hasta entonces, vivaz existencia y, como un tonto adolescente, pierdes el control de tu razón, la solidez de tus sentimientos y vuelves a volar sin alas capaz de escalar montañas y derribar muros pues, ni Mohamed ali puede contra un hombre/mujer enamorado/a cuyo corazón bombea con aceleración rítimica sólo ante su pensamiento y el alma se deshace ante su anhelada presencia, misterio cuya liberación entristece/prisión place con delirio y tormento incluidos que, ni la ciencia puede explicar y que marcará un devenir de confusión y duda donde deciden ellos ya que "el destino es cuando Dios no quiere dar la cara" y, ellos no son de los que se esconden, demasiado respeto, consideración y honor para ensuciar algo tan bello y pulcro.
Modesta pero jugosa, ligereza de sabor penetrante, alegre y jovial dentro de su madurez y amargura, combina con gracia y talento la acostumbrada realidad con la sugerente y picante ficción creativa de ebullición fulgurante cuando menos te lo esperas dejando claro, con voluntad firme que se anticipa que "el héroe de hoy en día no es el que deja a su mujer, es el que se queda", caramelo que se tasta con suavidad y discreción, dulce que hipnotiza tu ser y enloquece todos tus sentidos, rabia honesta de poder tener y disfrutar pero que se guarda en ese íntimo cajón secreto de la mesilla de noche, al lado de esa cama que siempre añorará su nunca tastado cuerpo y, que redondea como fábula interrogante cuyo emblema "para que una historia nunca termine, nunca debe empezar" medita sobre el porcentaje de riesgo, la validez de la decencia, el mérito de la sobriedad, las ganacias del atrevimiento, sobre el inofensivo/peligroso coqueteo que esconde lo que nunca será pero siempre se recordará.
"Un toque de infidelidad" insinuado jamás revelado ni consumado, de vivaz locura alegre, gran soltura, digestión estimada y elegante en su fácil consumo, risueña aunque recatada, osadía que no acaba de despuntar y opta por el camino de la moral y la corrección, sutil más que consistente no profundiza ni juzga, sólo empatiza y narra un bello episodio de cuento exclusivo que se mueve entre las arenas movedizas de la castidad y el desenfreno, la fidelidad, lo prohibido, el ansia y el libre albedrio, como ya cantará Enrique Iglesias, bailando "Yo te miro, se me corta la respiración...,y en silencio tu mirada dice mil palabras..., ya no puedo más...yo quiero estar contigo, vivir contigo, bailar contigo, tener contigo una noche loca, besar tu boca...,ya no puedo más..."



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