viernes, 20 de febrero de 2015

Suburban Gothic

Si yo fuera el espíritu fantasma que se busca, me mantendría alejado de esa casa y lejos de esa familia pues ¡son ellos los que realmente dan miedo y me molestan!
En ocasiones, eliges ver algo superficial, de contenido vago y nimio, irrisorio relato insulso de poca sustancia y consistencia que entretenga y no maree la perdiz pues, ese día, ya está todo bastante revuelto, incluso una historia de reseña aún más inferior que el propio adjetivo ligero, frívolo y majadero y, por suerte, das con ello, una aventura medio cómica/medio terrorífica de un joven desesperado y cuerdo a pesar de sus paranoicas pesadillas que, tras no encontrar trabajo y sin recursos, debe volver a casa, al amparo y hogar de unos particulares y decisivos padres, perturbados sociales encubiertos, que marcaron su adolescencia y, ahora, arruinan su maltrecho presente.
Sólo este hecho ya es bastante friki y tormentoso como para dar mucho de sí, pero si a ello le añadimos que su protagonista, Matthew Gray Gubler, deja de lado su superior intuición, agudeza e inteligencia para analizar y cazar asesinos en "Mentes Criminales" para dedicar toda su atención, quiera o no quiera, a la escucha y terapia de seres de ultratumba con cuentas pendientes todavía en la carnal y material tierra, esencias mancilladas que reclaman su respeto y una justicia que, por el momento, les huye, que permita abandonar el limbo donde se hallan y acudir a donde sea su próximo destino les atraiga, la cosa resulta más suculenta y apetitosa si cabe.
Las fobias de volver a morada de infancia en iracundo pueblo de nacimiento, la aversión a perfidos conocidos aún presentes en sus moribundas calles, perversión irónica, sagaz y de perspicacia sabia en la relación paterno-filial, dulzura escocida y agobiante en la maternal, sofocantes pensamientos de traumas no resueltos que vuelven a chirriar en su llamada inquietante, surrealismo unas veces más conseguido/otras más esquivo de apetecible comienzo y marcha delirante, costumbrismo con ofensiva alteración de la pauta marcada, excentricidad que bebe libremente de la desfachatez con algo de sentido, un caos circunscrito en la realidad paranormal -más de este mundo que del otro- cuya gracia, salero y diversión, lograda por momentos alternos, se debe a su fantástico y desinhibido intérprete que consigue levantar y mantener, a buena altura, las deficiencias de un guión que empieza con fuerza, carisma y excelentes perspectivas, que profundiza por tan espectacular y desquiciada ruta, fundamentalmente gracias a su mordacidad dialéctica y agudeza empática en sus estridentes escenas, durante largo trayecto para bajar su listón y perder el juego de ilusión, fantasía y despropósito marcado en sus estelares inicios.
Esta familia Adams de decoración envuelta por Agatha Ruiz de la Prada situada en la moderna, con expectativas góticas, provinciana de aire tóxico Twin Peaks -referencia homenaje al pasado recordatorio de Ray Wise, papa protagonista-, no da para mantener su esquizofrenia, desmadre y jolgorio durante los 90 minutos de su duración, resuelve la primera hora con estilo, agudeza y un compás alegre, superfluo y ameno que ambienta gracias a su veloz dinamismo y pausa rítmica de agravio, tras afrenta, tortazo, descanso y empezamos de nuevo la dicharachera pelea pero, en su recta final, pierde aceite, ralentiza su habilidad y presteza y su porte de enfermos psicóticos que están para que los encierren se tranforma en adecuada y supervisada consulta de psiquiatra con traje y corbata que hace tiempo dejó atrás los excesos, esos mismos con los que te has reído, mofado y disfrutado tanto hasta ese momento.
Locura sana que opta por la moderada, también aburrida, cordura hacia sus dos tercios, que olvida su propósito de origen por la adaptación a la envolvente sociedad, una suculencia de Richard Bates jr. cuyo estilo da para un buen rato, no para toda la velada, que transforma su estrambótico baile de coreografía dispar en unos pajaritos coordinados, antesala previa en el tiempo al descabellado e inexplicable triunfo de la Macarena.
Osadía de estupidez, pantomina y gamberrismo que no acaba de cuajar en su desnivelada y desquiciada estructura y que anula su erotismo seductor al intentar nivelar esa sabrosa zozobra rebelde y revuelta, pierde su enigmático atractivo al acomodarse en su desenlace de trayectoria descendente siendo, en la recta final, donde hay que acelerar y afianzar el ritmo para ganar la carrera; salida espectacular, coge buena posición, mantiene su avanzadilla, pulso firme y seguro y, de repente, ¡zas!, resbalón y traspiés, se queda sin medalla ni podium aunque, sí un certificado de honor y participación por llegar a meta.
Válida para el propósito encomendado, irrisorio relato insulso de poca sustancia y consistencia que entretenga y no maree la perdiz pues, ese día, ya está todo bastante revuelto; ¡mira por dónde!, a veces ¡los sueños se cumplen! 



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