jueves, 19 de marzo de 2015

A escondidas

"Yo no tengo amigos, estoy mejor sólo"; dos chavales, en el despertar a su homosexualidad, español/marroquí, lo mismo da, pues ambos viven a escondidas del ambiente en el que se mueven, ocultando su deseo, resistiendo la presión, superando sus miedos, experimentando un camino difícil por la elección propia y descubrimiento de uno mismo que lleva a la soledad, rechazo y aislamiento de quienes te rodean.
El duro viaje del crecimiento cuando no encajas en lo previsto, cuando tu ruta se desmarca de la mayoría y, esa masa, hasta entonces leal y compañera, te señala y humilla, naturales y cercanas interpretaciones de ambos protagonistas que mantienen la historia en un digno verse ya que es la sensibilidad, cuidado y sutileza de Adil Koukouh y Germán Alcarazu, amén de quienes actuan como envoltura de amistad, los que logran mitigar, en gran parte, la tediosa e insustancial narración de un argumento con sanas y atractivas expectativas que, sólo aguanta su pulso ameno y curioso la primera hora para, a continuación, iniciar un descenso anímico y cargante ante la decepción de las promesas incumplidas.
Nada duele más que quedar a la espera de recibir lo vaticinado, estar a las puertas de la satisfacción y que no llegue, antesala de abrir tu regalo y que la soporífera sensación de separación, desasosiego y abandono de un interés, trabajoso de mantener, hagan su presencia y anulen toda posibilidad de contento, complacencia y gratitud hacia una historia que pone ganas, intenciones pero se anula ella sola, se hunde en su propia torpeza para transmitir la impresión, sorpresa e inquietud de encontrar un verdadero amigo con quien ser uno mismo, sin tapujos, escondites ni necesidad de prevención alguna.
Se agradece la castidad, pureza de la muestra, se disfruta la delicadeza de los movimientos y el juego de provocar sin atreverse a arriesgar y, aún matizando con firmeza que "las cosas hay que hacerlas con delicadeza, la fuerza sólo no sirve", aquí, falla estrepitosamente, al no saber manejar todo su encanto para mantener la atención y mirada del espectador.
Válida recreación, vivida escenografía, apetitoso realismo, sugerente andar de pedregosa existencia, comodidad y seguridad de sentirse como en casa junto a él, apoyo y refugio de pequeño paraíso encontrado, destrucción que amenaza con romper tanta dulzura y bondad, dolor de no poder vivir y expresar tus sentimientos, pelea con un mundo que acorrala y estigmatiza, autoestima oprimida, fascinación carnal que nubla el pensamiento, impotencia de expresar emociones que arden, inocencia de proceder, arduo interior que choca con hiriente exterior..., cartas estupendas y suculentas anuladas al proceder a barajarlas, poca habilidad/escasa imaginación para manejar sus creaciones, a escondidas y esperando dejas a la audiencia al no recibir el fruto ansiado, deseo que no procede ni se desplaza ni halla acomodo, nimiedad que se precipita y arropa con su hastío y fatigoso abrigo toda esperanza de provecho y ganancia.
Manejar diversos frentes y no obtener riqueza acaba provocando pereza y, por mucho que uses el estilo de narración cambiante y alterno pasado/presente para ir uniendo las piezas, dicha combinación, Mikel Rueda, no funciona por si sola como motivación sugerente si no hay consistencia en el fondo y, lamentablemente, esta base no supura nada recordable.
Cocinas a fuego lento y con parsimonia, se observa con paciencia lo servido pero, definitivamente, el plato resultante no alimenta ni aporta sabor que tu paladar aprecie, "amar a escondidas es interesante aunque, también algo desesperante, no poder gritar al mundo que te amo, en su revés, puede resultar apasionante..., inventar un pretexto para verte, se vuelve agonía..., el peor de mis martirios es no tenerte...", añadimos la ingenuidad y pureza de un comienzo adolescente aún no mancillado y..., ¿no eres capaz de ofrecer algo mejor?



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