miércoles, 11 de marzo de 2015

En tercera persona


"Tu verdadero amor es gente para la que no tienes tiempo", poco tiempo le dedicó Paul Haggis a este trabajo que queda muy lejos de ser el verdadero amor de nadie.
La estructura es harto conocida, utilizada tanto para la comedia, el drama o el romance, grupo de personas diversas conectadas por menos de seis grados de separación para encadenar unas historias, más agraciadas, con otras, que lo son menos, y confeccionar un relato escénico de macrame sensitivo que, por lo general, traza ruta tensa y agónica, in crescendo, hacia el colofón de su cumbre resolutiva al son de la tragedia que se saborea y tuesta.
El relato se centra en torno a la cuestión, ¿qué significa el amor?..., amor desesperado, furtivo, inesperado, doloroso, ruín, egoísta, deudor, imperdonable, merecido, desagradecido, obsesivo, disculpado, superado..., condena de amor por el que se mueven los diferentes personajes, un Liam Neeson como escritor sin inspiración de alma culpable que, por una vez, no tiene que ir pegando tiros a cada paso, bella Olivia Wilde de amante ambigua y esquiva que evita el abrazo, Miles Kunis de inepta madre perdida y desquiciada, James Franco de padre soporte tras la protección de su hijo, Adrián Brody vuelto del revés tras las faldas y escote de una impactante y misteriosa gitana en la piel de Moran Atias, María Bello de luchadora abogada que intenta olvidar su propio drama y, Kim Basinger como ex dependiente y sufridora que no acaba de despegar de su losa pegada, parejas hilvanadas a terceros fantasmas que tiran del hilo y no aflojan en situación de frenético martirio y tensión dramática a indagar antes de, su más que probable, explote venidero ya sea en Roma, París o Nueva York por donde se mueven el aguerrido y sufridor conjunto de hierientes y heridos.
La fórmula fue un éxito rotundo con "Crash", ¿por qué no volver a intentarlo?; presentación de los titulares, leve idea de su situación personal y a mover las fichas, no hay tiempo para profundizar con consistencia en cada persona ante tanta variedad expuesta, por tanto, lo ofrecido debe ser elegido con cuidado y esmero de mostrar toda su riqueza de contenido valioso a un sólo tic de interesante vistazo en el cuadro dibujado, lo necesario para atrapar pero no tan poco que suelte inmediatamente, pero sí suficiente fascinación que evite el desengaño; con esperanza, quedas a la espera de saciar tu apetito curioso otorgando cierta benevolencia que perdone carencias no esperadas, siempre emergente en estos relatos y, siempre que no se abuse de la gracia y dicha concedida.
"Blanco, el color de la confianza, el color de la fe, el color de la esperanza, el color de sus mentiras, el color de las mentiras que se dice a si mismo", pienso que se refería a si mismo, el director-guionista, cuando acertó en esta sentencia demoledora de artista seco de ideas que intenta recrear triunfos pasados utilizando la pócima mágica de antaño pero que, se topa contra su propia desfachatez de copia vulgar, insustancial y desmadrada en un final altivo que se estrella contra el techo de su propio ego.
Si segundas partes nunca fueron buenas, no te digo ya copias de triunfos vanagloriados; ni beneplácito, ni benevolencia ni perdón del más indulgente, no sacia, desilusiona, toda la espera para cubrir necesidad alimentaria por ella se va apagando conforme llega su vacío desenlace que vende catástrofe purgatoria y demoledora a un vidente que, para entonces, ya está dudando de la calidad y efectividad de lo consumido.
"Mírame...", te he visto, te sigo viendo pero sigo sin creer lo que estoy viendo, sin encontrar apetencia emocional por tus emociones, ni sentimental abrigo por tus sentimientos, mayor necesidad de consistencia y solidez en los intérpretes, experiencias vividas y menos espiritualidad cósmica que vive de un aire doloroso que apenas transmite nada, escritor que se perdió entre las páginas de su propia novela al escribir, sin motivación y con ausencia de por qué, apenas empiezas a indagar topas con la nada desagradecida de caos mental que se muerde su propia cola y, que entorpece enormemente tu posible amor y devoción por ella.
Abstenerse de emular glorias diseccionadas, alabadas en su facto momento pero, cuya sombra oscurece posible gratitud a la recién llegada, aunque, visto lo visto, hay poco que agradecer pues se sitúa en un nivel de incógnita cuya resolución no incita a profundizar en ella, sólo a abandonar y que se quede ella misma pensando en su propio galimatías.
Barrullo existencial que no sabe a dónde va con su culpa, juega a insinuar sin lograr nada.



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