lunes, 27 de abril de 2015

La dama de oro

Tremenda manía de intentar emular éxitos cuya copia es imitación banal y abstracta imposible de cubrir necesidades o llegar lejos pues ésta se define por si sola, obra insípida, baja en calorías, poco agraciada/menos agradecida donde es complicado y arduo encontrar el talento y la motivación a tan tibia recreación.
"Si la vida es una meta, ella es la que ha ganado, si es un combate, yo soy la que sigue en pie", frase que se dice nada más empezar y donde van a quedar varadas tus emociones pues el resto es un observar con pasividad desfalleciente un guión histórico superficial, estéril y hueco que dudo reviva alguna sensación que no sea la tristeza y lamento de presenciar el profundo desaprovechamiento de una excelente intérprete británica y el desfile de su compañero de batalla que, por mucho que se esfuerce y lo intente, no logra subir la temperatura ambiental de una estancia fría, distante, sin gota de calidez, sensibilidad o crédito ante el horror narrado.
Se nos presenta el tópico de pareja antagónica que inicia su aventura procesal por la siempre dificultosa burocracia que adorna y mancilla el fundamento de la palabra justicia pero, se perdona, es un caso real, habrá que aceptar al joven inexperto que se vuelca en espíritu y la anciana dolida que rememora toda la crueldad vivida, por mucho cliché anticipativo que suponga; lo que ya no tiene tanta veracidad, aliciente o gracia es la relación simpática y entrañable, afectuosa y cómica que se intenta presentar entre ellos pues cualquier danone cuaja más que este intento de cariño y familiaridad, complicidad y chispa que ni seduce ni fascina claro que, la tentación de revivir la esencia de "Philomena" es golosina dulce y apetitosa difícil de renunciar.
Por una parte, ella, Helen Miller, maravillosa actriz de experiencia deliciosa para gusto del espectador, aquí quisquillosa y encantadora cuyo papel no funciona, puede que sea su actuación más vacía, insípida y banal; a su lado, acompañándola en todo momento, él, Ryan Reynolds, que pone todo su empeño por apasionar, dar fuerza, carisma y vivacidad a su personaje y a todo el trajín que le es encomendado pero tanto trasiego, papeles y viaje no expone ni la más mínima adrenalina e interés por rellenar, siquiera, un dócil y amansado episodio de "Caso abierto", ¡no te digo ya si hablamos de Perry Mason!
Sentada en la butaca escuchas la narración sin gran desvelo ni enorme preocupación, observando la pantalla, escuchando la sucesión de los hechos y prestando poca atención a los eventos pues estos no lo requieren, no lo solicitan y tampoco apetece ofrecer aquello a lo que no aspiran ni se ganan con su valentía y esfuerzo pues merecen el interés pobre y nimio que les otorgas al no encontrar en su trabajo más que gratuidad expositiva de afectividad cero en su maleta, porte, bagaje y aderezo.
Simon Curtis tiene la habilidad de presentar el dolor judío sufrido por la barbarie nazi con tan poca seducción, encanto y esmero que es afanoso superar tanta torpeza e insulsez, desfile de sentimientos y aflicciones, de gran desatino, donde si se acierta a rozar la piel es por la suerte de una casualidad que tropieza con ella ya que su incompetencia, para tal tarea, es manifiesta.
Relato cuadriculado, de guión marcadamente ajedrezado, sobre unos sucesos que no se salen, un ápice, de la línea fijada convirtiéndose en un recital de la memoria y del pasado que no causa suspiro ni entusiasmo, ni atractivo ni rebelión, como recordar la tabla de multiplicar del cinco pero sin tanto ahínco, más suavidad y mucha parsimonia de ver por mirar.
"Restitución, vuelta de una cosa a su lugar original, lo he buscado en el diccionario", yo sigo buscando mi fustigado ánimo, que ha sido vapuleado con tal violencia y frivolidad, que se convierte en lamento de haber acudido a ver a tan excelsa actriz usada como reclamo de una aventura que no puede dar más de sí pues, desde la cuna de su nacimiento, ya venía mal encarnada/peor vaticinada y, fácil el juego de palabras a realizar con tan llamativo título -no es oro todo lo que reluce en tan ilustre dama- pero ¿acaso es mérito laureado?
Insustancial y vano retrato de una lucha que merecía más respeto al ser plasmada en imagen, trivialidad sensitiva que duele en el alma ante la frivolidad de una narración tan dolorosa, ardiente y resquebrajada para sus protagonistas, herederos y público asistente.
La memoria pretérita y la presente verdad meritan un privilegio mayor que esta frívola presentación de un trabajo que no calienta el corazón de quienes la interpretan, ¡no digo ya el espíritu de quien la visiona!
Pobre, insuficiente, escasa.



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