sábado, 25 de abril de 2015

La sombra del actor

No nutre como esperas ni apasiona como debiera pero, es tal el regocijo escénico de quien actúa, que se acepta, indulta y perdona.
"Muestrame al hombre que no sea esclavo de su pasión y yo lo llevaré en mi corazón".
Decrépito, decadente, un fantástico, arrebatador y cautivante Al Pacino en todo su esplendor para lucir su talento y mejores habilidades en un papel decrépito, decadente y moribundo, de actor que ha perdido su arte, su don, la magnífica pasión que ha definido su vida entera y representa todo lo que ama, todo lo que es, el agónico momento de descubrir que ya no eres quien creías, que la memoria falla, la vista engaña, la ficción gana enteros y que sólo recuerdas trazos de una realidad que se entremezcla y cruza con la fantasía, donde surge la debilidad y desespero de la solitaria persona que no es nadie si no puede seguir viviendo y respirando encima de su necesitado escenario.
"Oscar Levant dijo una vez: hay una línea fina entre el genio y la locura"; y él había borrado esa línea", y ese espléndido comienzo devorador tiene muy cercano al soberbio y altivo competidor "Birdman", que le hace sombra los primeros minutos, en la maldita forzosa comparación, sólo que pronto abandona su estela para centrarse en la tortura y vapuleo del errante sexagenario quien, en plena crisis personal y profesional, ve la oportunidad de cogerse a un caballo de Troya, esperpéntico y fugaz, de quien compra el afecto y paga por su compañía y caricias, más la anécdota de una intrusa que aporta 
el toque surrealista a un caos lunático, tragicomedia de rocambolesco panorama, irrisoria papeleta y burlesco despliegue en el que se ve abocado una figura catatónica, desamparada, sombría en su mísera existencia fuera de las tablas de su amado teatro, venido a un menos inevitable que le hace desfallecer sin piedad, lagrimar con apenada compasión, que tiene que afrontar el doloroso y costoso fin de su grandeza por mucho que la intente maquillar y decorar con juventud halagüeña.
Su ritmo es irregular, ni negativo ni complaciente, ni esquivo ni completo, no sigue un camino ascendente ni constante hacia la degustación plena, seriedad arrebatadora de profunda virtud que vira hacia lo estrafalario, lo caduco y senil con leves toques de ironía mezquina que funcionan, al igual que todo el guión, por la excelente interpretación de quien es su firme y maravilloso abanderado, rastro de río cuyo mar no es bien hallado que, en la gratitud de quien presenta, pronuncia y ejerce, se disculpa en los pormenores, se devora en los planos, se disfruta en sus elocuencias, se escucha en su melancólica sinfonía y donde se aplaude la oportunidad de ver a un Hamlet, en las últimas, encarnado con elegancia y sobriedad, martirio y pesadumbre en combinación inquietante de quien ya está perdido, vendido, confuso, extasiado y se coge a clavo ardiente para seguir presente y no ser olvidado.
Juega constantemente con la presentación de lo patético, de la frustración vuelta miseria, de la tragedia dramática echa presente al perder la identidad y volverse caricatura de payaso sin gracia pero con inmensa tristeza dándole vueltas, aflicción de un cuadro mortífero, de aguda sonrisa por la desfachatez del paisaje y de su próximo horizonte y la adicción a esa esquiva esperanza de seguir vivo cuando el abandono y la vejez están cada día más presentes y cerca de la muerte, línea de mezcolanza que vive, respira y se aprecia con gusto, que oculta las carencias gracias a su intérprete, que atrapa sin consuelo, seduce sin remedio, llena la pantalla y eclipsa los resquicios de un guión no tan supremo como cabría desear para quien dirige y quien pone voz a sus palabras.
Interesante inicio, curioso devenir, enajenación mental de una vida que se deshace, que apetece y emociona con temple, sin la fuerza esperada y que, incluso, puede desactivar tu interés conforme pasan los minutos pues la única razón, por momentos, es saborear la desenvoltura de quien habla, recita, captura y realiza una audición narrativa e interpretativa cuyo placer y gozo no te quieres perder, un ilustre "la perdición atrapa mi alma y yo te quiero, cuando yo no te quiera, el caos habrá llegado de nuevo", recitado con serenidad magistral, mirada penetrante, calma deslumbrante y profundidad de afirmar ser la razón para ver, deleitar y estimar esta película.



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