jueves, 2 de abril de 2015

Tres mundos

"Morir es lo único que no puedo hacer por ti, Heidegger"
De la alegría a la desgracia hay un segundo, de la felicidad a la amargura un paso incorrecto y de una sonrisa espontánea a lágrimas de por vida, menos de lo que esperas.
"Es narcisista querer controlar la vida de los demás", eso contando con que se pueda controlar algo de lo que hacemos, nos pasa o sucede alrededor porque, sin darte cuenta y en un abrir y cerrar de ojos, todo estalla provocando una cadena de revueltas y desenlaces que desemboca en crisis personal y social definitiva, un abrupto y agónico caos martirizante pero necesario para la llegada de la necesitada calma que permita respirar, dejar de ahogarse en cada suspiro y lograr estar en paz con uno mismo.
El fin de tres mundos/el principio de lo que queda, esencia de un argumento apetecible, latente y frenético que evoluciona positivamente hacia una tensión, precipitación y enredo cautivante de quien ha perdido el rumbo y se encuentra en un mar de miseria, tres personajes enlazados por un accidente que les cambia la vida sin pedir permiso ni vuelta atrás, todos inocentes/todos culpables, difícil dictar sentencia cuando las buenas personas realizan actos impuros, cuando la moralidad de un testigo no es capaz de distinguir al agresor del agredido, cuando la desconsolada viuda se convierte en acusadora que reclama y cuando la dureza, impunidad, cobardía, miedo, tormento, desconcierto, pena, remordimiento..., se entremezclan en una justicia imposible de lograr, se haga lo que se haga.
Un acto fortuito desencadena las dudas de las buenas intenciones, el martirio de una conciencia culpable, la incertidumbre de los sentimientos, el desasosiego de ayudar y salir herido, la desesperación de no poder arreglar lo roto, la confirmación de que nadie volverá a ser el mismo, la pérdida de la persona conocida y el enfrentamiento con el nuevo yo, ese mirarse en el espejo interior de cada uno y vivir con aquello que se encuentre, nueva conciencia que puede, siempre estuviera allí, por muy escondida y maquillada que se retenga.
Vergüenza, sufrimiento, desprecio en un triángulo doloroso que suplica por perdón, misericordia y entendimiento, comprensión de actos humanos que causan daños irreparables, caerse de la torre de marfil construida y nadar entre la propia inmundicia, ayudar para empeorar las cosas, un precipitado, enérgico viaje desde el coche de lujo al tren de cercanías, del pelo engominado a la barba de tres días, de carrera acelerada hacia meta propuesta -¡vamos, sólo quedan 10 días!- a la calma de deambular sin meta a la vista, familiar fotografía urbana para un relato tenso y atractivo, de marcadas interpretaciones, en un trío armonioso y bienavenido -Raphaël Personnaz excelente como comandante de la parte de adelante, creíble Clotilde Hesme reflejo de la corrosiva duda que no es capaz de elegir y, Arta Dobroshi, como desamparado saco de boxeo que devuelve los golpes- que, con fervor y sencillez, muestra la profunda soledad de vivir rodeado de personas, torpedo de emociones varias en diferentes seres de misma alma humana que atrapa y cohibe con soltura para seguir su discurrir con sinceras ganas.
Catherine Corsini presenta una historia de acción emocional, un loable viviendo deprisa, de futuro éxito garantizado, que topa con la fatalidad de un destino caprichoso que marca las pautas a seguir, con voluntad participativa o sin ella, para acabar en un vivir muriendo, partida de billar a tres bandas de carambola no pretendida y sugerente estímulo para una historia modesta, de sentimientos encontrados, confundidos y en vorágine constante que sabe seducir sin presión pero con firmeza.
Tres mundos que se funden en uno, que divergen a sus propios caminos para, por siempre, estar unidos.



No hay comentarios: