miércoles, 29 de abril de 2015

Take this waltz

Para gustosos de lo de siempre dicho de manera diferente..., pero siendo más de lo mismo.
El personaje de una película debe tener carisma, fuerza, poder atractivo para llamar la atención, el don de despertar tu curiosidad y querer saber de su andadura, simpatía o antipatía, rebote o devoción, abrazo o desdén, tulipán de sensaciones diversas que no alienten tu apatía y nulidad de entendimiento, deseado sentimiento que anime tu interés por conocerlo y seguirle en su aventura allá donde vaya, ya sea película independiente, comercial o estrafalaria.
Aquí, una sensible y espléndida Michelle Williams interpreta el catatónico deambular de quien ríe segundos después de llorar sin saber por qué, de quien es receptiva a todo lo que le rodea sin sentir nada, de quien no es feliz viviendo una vida dichosa, joven casada, ausente y vacía, que arrastra su pesadumbre y melancolía interior como losa pesada ante el miedo de tener miedo, ante el horror de quedarse atrapada en la duda y perderse por el valle que transita entre dos opciones, camino a recorrer entre dos puntos distantes de compleja elección que se convierte en eterno desasosiego, horrible incertidumbre, honda pesadez y perpetua agonía  de soltar las riendas de una y nunca alcanzar la otra y, quedarse varada en un mar negro sin retorno cuyo simple pensamiento asfixia, marea y provoca pavor. 
Niña insensata, en cuerpo de mujer y mente inconsciente del peligro de sus actos, que circula sin tomar decisiones pero jugando con la línea que separa su estabilidad dormida del caos novedoso del recién conocido, una singular historia de amor a tres bandas donde el dilema de querer a dos personas a la vez se expone de forma extraña, reposada y embelesada, seducción que nunca se expone con evidencia, que nunca se adentra en la exhibición, que no desarrolla todas sus armas, sólo juega a insinuar ese momento de atrape y cautiverio que te arrasa para demoler toda tu serenidad y no poder apartar tus emociones de esa posible y deseada locura, nunca más, que ha echado por tierra tu tranquilidad, calma que intentas retener y apreciar pero tu alma ya ha sido vendida y transportarda, sin remedio pero con alto coste, a otro lugar.
Nimias conversaciones de perdidos diálogos y escenas llanas que expresan poco pero lo ocultan todo, elevada cuota de silencio para no revelar la naturaleza de las cartas en juego que prefiere insinuar con el flirteo manso, dulce y esquivo de quien no quiere pero necesita desesperadamente, acritud que devora y tormenta donde, Sarah Polley, relata esta fulminación de quien avanza para mejorar pero sólo consigue ahondar de nuevo en su depresiva soledad, sin excesiva gracia ni fruto, distinto titular para misma cuenta que no excita ni apasiona en su conjunto ni en su individualidad, peculiar dilema y enamoramiento narrado de forma altruista huyendo de lo ordinario e impregnándose de autismo, rechazo de lo cotidiano para decantarse por baile excéntrico de esencia difusa, nunca clara, en un intento de desmarque original que puede pasarle factura cara pues la música escogida  para su recorrido está lejos del fantástico ritmo sonoro que adopta para nombrar su película.
Encabeza una ruta dispar y anómala que puede encontrar el rechazo de videntes no satisfechos con tanta languidez sosegada envuelta de exclusiva ya que, la osadía y alternancia de salirse de lo establecido y rutinario, es aplauso loable que no todos saben llevar a cabo pues su material e ideas viven de una consistencia y firmeza que está más en la teoría de quien la crea que en la práctica de quien observa, formato ideal de ensoñación creativa pero recreación artística de motivación leve y apetencia tibia pues buscando ser único en su perspicacia e independencia puede quedarse triste y sola como Fonseca.
Audaz proyecto de comedido resultado pues los personajes no deslumbran, el guión no sobresale y su argumento destaca por haber sido ya visto otras veces, chica conoce a chico y se enamora, a pesar de sus reticencias, siendo su gran tesitura decidir entre el amor por dos buenos hombres, presume de vestido que marca la diferencia siendo ese detalle, torpemente confeccionado/peor llevado, su mayor lastre.
No resulta tan agraciado este boleto pues no ha sabido ganarse la suerte que debe acompañar a su esfuerzo, o es que todo su esfuerzo por lucir desatendido, desprendido y liberal, cae en saco roto ante el posible aprecio del público expectante ya que no toma este vals convencido de su garantía de éxito, al igual que esta indecisa damisela, que se halla abandonada de espíritu y floja de mente, que no sabe lo que quiere y está mal en todas partes, que no tiene claro por dónde anda, que pie calza, que ruta emprender, despiste de enfoque de martirizante incógnita que le hace dudar de si misma y, al tiempo, dudar tú del beneficio de su compañía y desgana.
Triste canción de amor que no le hace mucha justicia a tan bella melodía de Leonard Cohen.



No hay comentarios: