sábado, 27 de junio de 2015

Casi treinta

Ocho personajes a punto de cumplir 30 años que tienen una última oportunidad para cambiar sus vidas y perseguir sus sueños.


"Casi treinta" y ¡aún sin hacer nada que valga la pena!
Casi todos, creo, alguna vez hemos tenido apetencia de escritor, grandeza de espíritu de tomarnos tiempo, sentarnos a escribir y poner por escrito la experiencia de nuestra existencia, dejar evidencia gráfica de nuestro arduo crecimiento, complicada adolescencia, peor entrada a la veintena y, por fin, la serenidad estable de esa edad donde ya no corres, ni te precipitas, ni descontrolas, ni saltas de pavor ante las equivocaciones o celebras con desmadre los costosos aciertos y que, ciertamente ¡no se equivocan!, empieza a acercarse y confirmarse con la llegada a ese cumpleaños que, durante una década, su primer dígito será el venerado y gustoso, más adelante recordado con estima, impar tres.
Aquí, tristemente, sirve como excusa para que el protagonista haga lo mencionado pero confeccionando un relato difícil de descifrar o calificar pues es un irrisorio guión, por aire de semejanza cutre a "Beautiful girls"/ medio desastroso "Los cinco", donde ya nos hemos hecho adultos pero ¡seguimos igual de tontos!, colegas de colegio que rememoran estupideces que siguen cometiendo, con frases absurdas y huecas pronunciadas con anorexia, tedio y poca confianza, escenas infantiles de príncipe al acecho de princesa que, cuando la halla, es soga al cuello que ahoga y de la cual tiende a salir disperso 
para tener, como fondo del sermón, moraleja que pretende vender nunca-abandones-tu-sueño, vive-la-vida-que-deseas y busca la felicidad en ser tu mismo y no quien pretendan los demás que seas y bla, bla, bla..., que si no te duermes y sigues atento a tan garrula manifestación escénica de insostenible expresividad auditiva, donde a los pocos minutos ya te das cuenta de que no hay mucha tela que cortar ni alimento que servir, es porque realmente tienes aguante, coraje y positivismo de que todo, hasta lo más vulgar y poco currado, puede mejorar si le das tiempo y apoyo, bendición aplaudible que aquí se convierte en desilusión y fiasco pues sólo hay caras de telenovela, chicas de pelo perfecto y mucho maquillaje, estereotipo de género sin parangón y boberías continuas, unas tras otras, que este aspirante a shakespeareno intenta plasmar en un manuscrito motivo de la obra.
¿A qué cogerse?, ¿a los momentos familiares?, ¿al tiempo de juerga con los camaradas?, ¿al espacio de ligue con encontradas amigas?, ¿a las dudas inoportunas, al ardor indeciso, a la bebida sin freno, a la música ruidosa de fondo, a la vomitera por resaca, al fallido intento de madurez, a la inevitable desgana, al poco interés despertado, a la pobre habilidad para manejar una idea poco original, al...?, mejor ¡no te cojas a nada!
Producción mexicana de pretendido romance cómico o ¡vete tu a saber la etiqueta que le endosan!, sin recursos ni capacidad para encontrarlos, ni cómo telonero de un episodio televisivo de la serie de moda, ni como previo al eche de la película de la semana en franja de máxima audiencia, ni como sketchs superpuestos sin gusto ni diestra alternancia pues estos rellenos, inconsistentes y de pega, tienen la decencia de no superar la media hora y ofrecer, un 
pretendido humor muy discutible, de diversión y gracia casi siempre malograda, en cambio, el presente susodicho tiene la valentía de durar hora y media con material que no da para tanto y ¡ni siquiera finge posible diversión, humor o sonrisa acaecida!, mucho menos pretende alcanzar la lejana lágrima o ternura inimaginable.
¿Culpa de la que relata por elegir lo que está a una concreta altura que no pretende ni osa elevarse a más?, puede, probable que sea más que cierto pero era yo quien, en ejercicio de vacío racional, ausencia pensativa y entretenimiento sin propósito, objetivo ni mira había descendido a tal lugar siendo el resultado de tal atrevimiento y propensión un desastre magnífico al alterar, marear y no lograr tan apetecible descanso de vasta inmensidad porque, si estos relatos no sirven para estos momentos insípidos, de tiempo pesado y esencia desfalleciente, ¿para cuándo sirven?
Mea culpa, lo admito, aunque al menos me queda el recurso de la escritura para desahogar tanta frustración de minutos perdidos, penitencia que sobrellevar ante la incesante equivocación de elegir erróneamente y no discernir, a buen ojo de tirador que nunca seré, la decisión inoportuna de la correcta, equivocada tozudez de una, para con una y sufrida por la misma.
Apóstrofe..., y eso que al acabar de visionarla me había decidido, al confirmar lo sentido, sin descanso ni tregua,  durante su recorrido, que aquí no había que molestarse en escribir ¡ni una letra!