lunes, 22 de junio de 2015

El cerrajero

Sebastián es un cerrajero de 33 años que no cree en las relaciones exclusivas. Mónica, su relación más estable de los últimos 5 meses, queda embarazada y es muy probable que sea de él. En el intento de minimizar la posibilidad, empieza a sufrir visiones con los clientes a quienes va a abrirles las puertas. 


"Cuéntame un cuento y verás que contento, me voy a la cama y tengo dulces sueños..."
Erase una vez..., un hombre tranquilo y sereno, argentino de 33 años que le gustaba su vida, ir a la suya y no meterse con nadie, cerrajero de profesión adora reconstruir y montar cajas musicales, libre y solitario no cree en el compromiso ni las ataduras, eso de amor verdadero para toda la vida, fidelidad, es un cuento chino.
La escena ocurre en Buenos Aires, 2008, la llamada época del humo donde toda la ciudad estuvo invadida por un clima molesto y desagradable durante tres semanas, una especie de niebla maloliente y repulsiva, muy extraña en dicha tierra, que  nadie era capaz de explicar su por qué o procedencia.
Pero, he aquí que nuestro protagonista recibe la noticia de que su chica está embarazada y duda si tenerlo o no, indecisión que le torturará a partir de entonces entrando en una espiral de enfado, enojo y susto, miedo no reconocido por la incertidumbre de poder ser padre sin estar preparado, sin quererlo, paternidad de la que siempre rehusó envuelta en un humo que le asfixia y del que necesita escapar, salir desesperadamente.
Y, he aquí que en plena realización de su trabajo, el cual venera y honra, empieza a recibir visiones, flashes inesperados sobre la vida de sus clientes, recepciones que ni controla ni puede evitar manifestar públicamente, inmiscuyéndose, sin quererlo ni pretenderlo, en el presente de desconocidos, no todos amables y agradecidos, que le traerá problemas e inconvenientes amén de un repaso, casi obligado, de su persona, pasado, fobias y cuentas personales pendientes.
Un hecho metereológico real le sirve de excusa a Natalia Smirnoff, escrito y directora, para inventar una pequeña historia, natural y modesta, franca, breve y fugaz que sabe a poco, la verdad, pues no penetra en profundidad en la materia, se limita a pasar esquivamente por el asunto, enseñar las cartas pero no jugar una gran partida, su agradecida ligereza se torna levedad poco saciable, no colma todas tus apetencias ni cubre todas las necesidades de curiosidad y entretenimiento vertidas; corta y exigua, como la rareza atmosférica que tiene lugar en la ciudad y que tiene variadas interpretaciones a cual más dispar, gusta y ameniza, se observa con interés y ganas pero aporta pocos nutrientes, satisfacción reducida y limitada que te deja con hambre, con deseo de saber más, de indagar con mayor fervor y no dejarte con incómoda carencia de oferta pobre que enturbia el buen ritmo llevado.
La confusión y desespero de la ciudadanía ante ese aire irrespirable trasladada a una vivencia en particular, singular existencia que ve toda su armonía y quietud patas arriba y vuelta del revés, desconocimiento de su origen y de su por qué que aviva las teorías y aumenta el caos, lidiar con estos síntomas imprevistos cambiarán su actitud, forma de pensar y vida abriéndole las puertas a una nueva realidad y rumbo que él, por si mismo, era incapaz de realizar, de llevar a cabo a pesar de ser experto en llaves maestras y cerraduras de todo tipo.
Pequeña ayuda del destino para avanzar y evolucionar en el tiempo, fábula sabrosa pero escasa, la grata sencillez de su andadura y realización acaba siendo lo que más se le echa en cara, se aprecia y estima su simpleza pero haberle echado un poco más de imaginación y esfuerzo, empeño y dedicación a una buena base que no desarrolla todas sus 
posibilidades; surge y desaparece de forma inhóspita, no deja huella ni rastro pero queda en la memoria como anécdota inexplicable de recuerdo entrañable, es fácil apreciarla, no es difícil encontrar espacio para su degustación, complicado no querer más de ella, aceptada validez que no exaspera pero inquieta por su, no deseada, pequeñez.
Disfruta de esta incursión, de unos pocos días, en la alterada rutina de un anónimo cerrajero que no volverá a ser el mismo ni a estar igual, destrozado en su ánimo, perdido en su esencia, se repondrá y volverá a caminar; no es intensa, es cálida, de roce superfluo que no satura ni compensa, genial como corto, de menor categoría si hablamos de un largo, y he aquí donde reside la cuestión pues al tratarse de un filme necesita más contenido y desarrollo y, en cambio, opta por una escala ínfima y más reducida..., a ella le vale, se repliega y conforma, que te valga a ti es otra historia pues la ilusión despertada por este errante de los pestillos y cerrojos no se ve colmada, conformarse aquí no tiene acepción negativa, es simplemente acertarlo tal y como se presenta y tal y como quiere ser, sin más.