martes, 16 de junio de 2015

Viaje a Sils Maria

Maria Enders (Binoche), 20 años después de hacerse famosa por su interpretación de Sigrid, el personaje que fascinó a Helena y la llevó al suicidio, deberá decidir si, ahora que se encuentra en la cima de su carrera profesional, quiere volver a aceptar un papel en la obra, esta vez interpretando a Helena.


¡Creía que sería mejor!, sentencia contundente que he vivido en propia carne y que ha desmoralizado toda mi alma; ¡ojalá hubiera absorbido tu personaje, Maria Enders, con tanto placer y pasión, con tanta devota tortura como tú vives y padeces a Helena e Ingrid!
"Por si el tiempo me arrastra a playas desiertas, hoy cierro yo el libro de las horas muertas..., hoy rechazo la bajeza del abandono y la pena..., hago pájaros de barro y los hecho a volar..., en los vértices del tiempo anidan los sentimientos..., hago pájaros de barro y los hecho a volar...", o la letra de cualquier otra canción favorita tuya -ésta estaba sonando en la radio y, la verdad, me viene que ¡ni al pelo!- que no sólo transmite sentimiento sino que éstos se captan, viven y sienten con tal intensidad que es imposible oír la música, escuchar la letra, que suenen ambas juntas en excelente armonía y no ponerte a bailar, dar palmas y tararear la misma a voz en grito con plena emoción.
Pues eso, precisamente, es lo que falla aquí, porque podría sencillamente hacer un análisis profundo que lo que se cuenta, de lo que sucede en la vida de esta actriz cuya intimidad se desnuda ante la cámara, cuya cobardía y anhelos se exponen sin reserva, desde una primera parte de muerte de un amigo y recogida de un premio, combinación a la par de la persona privada y su imagen pública, a una segunda donde se muestran los miedos, vicisitudes y tormentos de quien ya entra en años y sigue viviendo 
de sus éxitos de años pasados; oportunidad de realizar la misma obra que 20 años atrás la encumbró pero ahora, no en el papel de la joven activa y entusiasta que enamora y atrapa, sino como madura pasiva y dependiente de ese amor jovial que la arrastrará al suicidio, obra de teatro que se mezcla y confunde con la relación que mantiene con su asistente, relato inventado que se intercala en sus propias existencias uniendo, en un plano, ambas vidas, la real y la ficticia, la ordinaria y la de la gran pantalla que se funden en un mismo espejo incapaz, ya, de diferenciar la mentira de la verdad.
¡Hecho!, sencillo ¿no? Pero vuelvo a la misma tesitura pues ¿de qué sirve este resumen, o cualquier otro más acertado, si no logra despertar ningún tipo de interés o aflicción por la existencia de esta pareja?, ¿si el análisis de sus vidas, andaduras y convivencias, ya sea vívido y espontáneo o lectura interpretativa de la obra, no entusiasta, apenas dice nada/transmite menos?
Porque una magnífica, veraz y auténtica interpretación de las actrices protagonista, deslumbrante, desbordante e intensa la veterana, siempre excelente, Juliette Binoche, al lado de quien, Kristen Stewart, está igual de soberbia, sincera y natural, exposición exquisita redondeada por su gran sintonía y facilidad de conexión mutua pero..., ¿dónde quedó el público?, ¿no se olvidan de incorporarle con motivación, apetito y ganas a la escena?
Porque estar sentada en la butaca, sin participar mientras la vida tiene lugar en la pantalla es pobre, carente y apagado, lástima de una tristeza y parsimonia que no permiten apreciar su gran guión, su delicia de intercambio de sentencias y profunda representación, sólo un observar y aceptar que todo su meritorio y confirmado esfuerzo se evaporan y caen en, triste y penoso, saco roto.
Nueva película que muestra la vida interior del mundo de Hollywood y hermanas adyacentes, que revela esa cuota de silencio que se intenta ocultar y mantener encerrada, los tejemanejes de bambalinas, odios y recelos entre sus miembros y sus muchas cuentas pendientes a la espera de esa oportunidad, de ese tiro a lo Conde Montecristo que compense todo el tiempo fingido ante las cámaras, sinceridad expositiva que parece estar de moda al recrear con reiteración tanta miseria, inseguridad y desgana disfrazada de fiesta, lujo y joyas que, desde la primera vez que se vio, parece haber perdido interés y apetencia; aquí, en concreto, su absorción y regusto van a menos quedando en un sobresaliente técnico plasmado en sensacional letra que, al pasar a la práctica de su cuerpo demostrativo y voz dicha, se conforma con ser predicado soso, casi ausente y vacuo que no confirma ni remata su gran sustancia, aprecio y degustación que no llegan al espectador, que retroceden en su intento y quedan atrapadas en 
ese foso inhóspito y perdido al que caen al quebrarse el puente que debía acercarlas para su abrazo y caricia, hechizo sabroso que, sin duda, sintieron sus intérpretes en su espléndido y lúcido trabajo pero que queda en hoja perfecta que cae mustia y seca de la rama que la sustenta.
¡Hay, hermosa cautividad!, ¡dónde quedaste que pasas de mí y sigues adelante!, espía traicionero que me permite ver pero me impide acompañar con su sentimiento y emoción, ¿hay mayor horror que la dicha no sentida?, ¿que bendice pero no aporta fruto, ni sensibilidad, ni recompensa?, ¿no lleva ello a la desgana e inapetencia?
Profundo dolor al no poder disfrutar de estos personajes, errante pena de esencia herida, buena salud que se debilita al hacer marcha, al transitar sin armonía ni apego, tropiezo accidental que sale muy caro pues su peaje es una marchita esperanza que ya no logra levantar cabeza, pesar inportuno que se ahoga sin supervivencia aunque, al final, sí logre reflotar la estrella.
"..., así que ¡se me permite ser no-vieja siempre que no pretenda ser joven!", permisividad dudosa que no está claro merezca, ni se gane y que la deja en un limbo de ida y vuelta a ninguna parte, que se acerca bastante a lo que tú padeces y sientes.
"Viaje a Sils Maria", por desgracia, viaje a ninguna parte.