miércoles, 8 de julio de 2015

El padre

La historia tiene lugar en la aldea turca de Mardin en 1915: en una noche en la que la policía turca está atrapando a todo hombre armenio, el joven herrero Nazaret es separado de su familia. Años después, tras sobrevivir al horror del genocidio, recibe noticias de que sus hijas gemelas también están vivas. Obsesionado con la idea de encontrarlas, sigue el camino que, ojalá, desemboque en un reencuentro. 


"Y cualquiera que dejare casas, hermanos, o hermanas, o hijos, o hijas, o mujer, o tierras por mi nombre, recibirá cien veces tanto, y herederá la vida eterna"...¡Padre!
Sufrimiento, el deleznable padecimiento del genocidio y su impunidad es lo que hallarás aquí, cinco minutos de exposición de la calidez del hogar de una familia sencilla, honesta, que se ama y respeta, que trabaja y convive con alegría y cariño con sus hermanos de comunidad y..., la aparición del diestro diablo, del sagaz belcebú humano con su peor lado, la llegada del atropello, del dolor y la miseria, las penurias e injusticias de un mal que se eleva en nombre del Señor -dale el nombre propio que quieras-, para aniquilar, golpear, abusar, violar y llevar hasta el límite de la extenuación el aguante de un cuerpo humano, de un alma inocente, de una razón que no entiende.
Porque no se comprende ese desprecio, odio, aberración contra aquellos que profesan una religión diferente, católicos-musulmanos-judíos, Dios-Allah-Yahveh, Jesucristo-Mahoma-Moisés y la época que se quiera, continuas batallas crueles donde, según el año y el momento, unos mandan/otros reciben palos, armas de opresores/víctimas a la espera de la barbarie de turno, todo en nombre de una Fe, esa palabra mágica capaz de las aberraciones más horribles y de la voluntad de esfuerzo y superación más subliminal y grandiosa.
Fotografía áspera, seca, árida, estéril de un desierto pedregoso y ruín expuesto al tormento inquisidor del astro sol, tormento inagotable de una imagen indigesta, atroz e incómoda que expone los horrores de una guerra, da igual su localización, con sus andrajosos rastros de inmundicia espeluznante y la huella sufridora y deleznable de la vileza que el ser humano puede causar a sus semejantes.
Lo repito, sufrimiento, esa tortura de carrera contra destino por reencontrar a los tuyos y abrazar a la familia, supervivencia y perdón/masacre y placer, tremenda existencia en la que nuestro incansable héroe imperecedero, un conforme y adecuado Tahar Rahim, no se permite rendirse ni abandonar gracias al inmenso amor del que está repleto su castigado, pero aún vivo, corazón que se levanta a cada caída y subsiste firmemente con sólo la esperanza de volver a acariciar el rostro de sus hijas, la cara de su amada mujer y cuyo pensamiento es vitalidad enérgica para dar el siguiente paso.
Concretando, estamos ante la masacre turca contra los armenios de 1915, ante un único protagonista, Nazaret el herrero, que tiene que cubrir, con interés y seducción, los 138 minutos de la duración de su búsqueda, esa profunda y amarga tragedia afectiva de un desahuciado mártir que guarda gran semejanza con la actualidad, agonizante aventura que no debe permitir la pérdida cognitiva del espectador al acecho, atento y expectante pero ¿lo consigue o su narración es lacia, plana y estéril?
Con lamento se admite que este drama es insustancial, emotivamente vago, ausente, se lee con facilidad y ligereza, sin ningún problema -que resulta ser su mayor problema, valga la redundancia- pero sin consistencia ni vivencia pasional y ¿qué recompensa adquiere tu persona ante una lectura correcta y apropiada pero sin sentimiento que produzca escozor o amargor, piedad o afecto?; Fath Akin obvia la intensidad, el vigor y la adrenalina que te suspende anímicamente en el aire y se decanta por la corrección, la adecuada plasmación, la mera aprobación de un relato que debería causar estragos y devastación en tu persona pero no lo hace, simplemente se retira sin apenas haber causado impacto o conmoción en los presentes.
"Pedid y se os dará, buscad y hallaréis", pero lo único que hallas es un transeúnte sin conexión o comunicación con su público, obligado caminante perpetuo, de ciudad en ciudad, capaz de cruzar el charco para poder hallar a su descendencia y que, inexplicablemente no es capaz de aproximarse a tu relajado corazón o distendida alma y donde, el 
"Marco" de la infancia buscando a su anhelada madre, causaba más desasosiego, aflicción y ternura que toda la hazaña y proeza de este errante por tierras extrañas; y yo conté con la ventaja de verla en dos partes, con lo cual no se me hizo tan pesada y, aún así, ausencia completa de cualquier tipo de alteración, desvelo, inquietud o turbación por este incansable peregrino que nunca abandona su única posibilidad e ilusión de volver a tener cariño y amor sentido en su insignificante vida.
"Mi tristeza es un mar, tiene su bruma que envuelve densa mis amargos días, sus olas son de lágrima, mi pluma está empapada en ellas, hijas mías. Vosotras sois las inocentes flores nacidas de ese mar en la ribera..., nací para luchar, sereno y fuerte, cobro vigor en el combate rudo..., llévenme así a vosotras, de los hombres ni desdeño el poder ni el odio temo, pongo todo mi honor en vuestros nombres y toda el alma en vuestro amor supremo...", hay más calor, emotividad y sensible efecto en este poema que en toda esta helada y entumecida historia, la próxima vez ¡más arte y destreza para tan gran relato!