jueves, 16 de julio de 2015

Goodbye to all that

Paul Schneider interpreta a un nuevo padre soltero que tendrá que lidiar con su nueva soltería a sus treinta y tantos años de edad. Cuando su esposa le dice inesperadamente que quiere el divorcio, Otto Wall intentará buscar de nuevo el amor mediante una serie de encuentros tras citarse online con distintas mujeres.


Romper el cuadro para volver a pintarlo.
"Adiós a todo eso", bienvenidas las preguntas, dudas y miedos provenientes de ese inesperado derrumbe de los muros que protegían tu castillo, un salto al precipicio no querido ni buscado, perder el rumbo para enfrascarse en un continuo desespero de sensación asfixiante, irrespirable, de ruta desconocida para concluir un duro y costoso "no se lo que hago" de parada obligada para saber "qué es lo que quieres".
Empezar de nuevo, sin horizonte ni perspectiva, lanzado a un irreconocible mundo social donde las normas y pasos han cambiado, forzada libertad que aprisiona y ahoga al deambular sin ton ni son, con excesiva impericia e incesantes tropiezos de un destartalado lado a una esquina peor, de un punto estable al mareante contrario, una peonza sin control ni estabilidad donde lo único seguro es esa adorada hija que le mira perpleja y preocupada por lo que pasa, que reza por su mejoría al tiempo que teme su compañía por falta de seguridad y cobijo.
Paul Scheneider es Otto, Otto Wall, recién divorciado quien ni siquiera llegó a discutir con su ex, un inesperado cambio de registro y estado civil que le llevará tiempo asimilar pero al que es una delicia acompañar gracias a la interpretación honesta, sensible y perceptible del susodicho artífice, un trabajo de espléndida captación, evidencia natural y de un caminar sobrio y sincero, fiel reflejo de ese andar caótico y perdido, loco y mareante que le llevan a no saber qué hace ni a dónde va.
Pues, aunque sea redundancia de repetición ya dicha, es el acto central de toda la historia, ese interrogante limbo en el que se encuentra sin tiempo a pensar ni decir una palabra para, a partir de allí, sin armas y con memoria de vagabundeo que le traiciona con sus recesos, hacer proyecto de escapada en dirección a alguna parte, para lo cual deberá dejar de chocar y colisionar con su propia ineptitud y despiste para empezar a tomar decisiones serias.
Angus MacLachlan realiza un trabajo meticuloso, afectivo, de cálida recepción y semblante veraz, cotidiano relato de entrañable ligereza y frescura que evita dejarse caer en la amargura, pesar y desdicha, rueda por las escenas con la diestra capacidad de exhibir ese nuevo y atolondrado día a día, desequilibrio de quien se halla en ninguna parte, sin caerse de la cuerda y manteniendo el tipo.
De duración apropiada para contar sin exceder, es grata, fugaz y cordial, noble en su espontaneidad confusa, en su franqueza intermitente y en su desordenada existencia, sencilla pero expresando con claridad lo pretendido, evidencia de un argumento que sabe su propósito y destino y un guión efectivo y leal que le va a la zaga.
Se deja querer, se permite apreciar, es poco lo solicitado para lo-a-gusto que se está en su compañía, reedificación sentimental de la persona abandonada, de su límite, de su ajetreo y desconcierto; no te dejes engañar, no es una comedia, es un realista drama de alguien despistado, saturado de extrañezas en su solitario acantilado el cual se saborea con delicadeza, agilidad y leve toque de tristeza, brutal descomposición para recomponer lo extraviado y volver a ser.
Deleitable en su despiadada desorientación.
"Soy este que va a mi lado sin yo verlo, que a veces voy a ver, y que a veces olvido, el que calla sereno cuando hablo, el que perdona dulce cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera"... ¡quiero volver a ser yo! quien quiera que sea pero ¡ser yo!







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