domingo, 26 de julio de 2015

Kumiko, the treasure hunter

Una solitaria mujer japonesa se convence de que un bolso con dinero enterrado en la película 'Fargo' es real. Dejando atrás su estructurada vida en Tokio por la congelada Minnesota, ella se embarca en una búsqueda impulsiva para encontrar la mítica fortuna perdida.


"La soledad es sólo un aislamiento elegante", elegancia que en ningún momento se pierde, aislamiento somnífero como bandera portada por la protagonista y soledad, mucha soledad de quien sólo se tiene a si misma y únicamente con ella encaja.
Qué importantes son las formas, maneras y gestos, el habla sin palabras, la comunicación de los silencios, eterna prolongación de un ser de esencia cautivadora desapercibida para la mayoría, fascinante caperucita de rojo original que escribe y vive su propia fantasía ideal, espléndida fotografía de contrastes magníficos que absorben la vista, hipnotizan la curiosidad, pesadez rutinaria de sonambulismo andante donde el catatónico espíritu, pobre y mustio, es el rey..., y todas las alabanzas que se quieran para la presente cinta pero, honestamente, ¡me has matado!, ¡deshecho todo mi ánimo!, ¡arruinado todo mi entusiasmo!, aniquilado toda la inicial esperanza de atractiva oferta por tu peculiar paradigma, fantástica escenificación, loable recreación de la fuerza y poder de perseguir los sueños y despertar de la perpetua mímesis, de andar esa exclusiva ruta en la que sólo uno cree, coraje, valentía y proyecto de ser, no simplemente estar pero, ¿no debes alimentar algo más que mi mirada?, ¿preocuparte por el resto de los sentidos con la misma meticulosa intensidad?, ¿que no se queden varados y aislados a la espera de alcanzar la misma plenitud que su hermana ocular?
Esperaba su visión con ansia, anhelo y devoción de encontrar un estimado personaje cuya compañía y viaje presuponía todo un gozo novedoso de esmerado deleite, esa adorable rareza que sucumbe a toda tu lógica, que atrapa tu indagación y a la que es un placer delicado y sutil descubrir e investigar; en su lugar, toda la sincera ilusión, en palabras 
escritas más arriba, ha sido socavada por la desgana y el desdén tras los 50 primeros minutos cuando tras su presentación, sintonía y gusto éste se desvanece al no hallar mayor apetencia ni motivación pues, es mucho más interesante la primera parte en Japón, con sus preparativos, dudas y miedos de dar el paso o zambullirse plenamente en esa cotidianidad que asfixia y repele, que su posterior entrada en América y progreso hacia su objetivo, que no se compensa ni contrarresta por ese simbolismo visual de impacto sobrecogedor, pues la inapetencia y anorexia  ya han hecho mella y es difícil recuperar el apetito y la gana para tal ocasión.
Se da la extraña sensación de estar de acuerdo con todos los soberbios halagos y críticas sublimes referidas a la misma, no obstante al mismo tiempo, no puedes evitar esa resignación emocional, cuyo fervor y creencia de inicio a derivado en sentimiento insípido e insulso; sosa e inerte resulta esta fábula bien planteada, de espionaje apetecible por su diferencia respecto lo acostumbrado, que se convierte en indiferencia respecto la aventura pues, llegado el momento, parece más una broma filosófica, de gag muy hermosa, sobre el fin de la existencia con ¡poco más!
No quiero destrozarla, ni vapulearla, ni herirla pero ¿qué hago con mi inesperada herida de fatiga y desinterés?, ¿con mi brusca e inesperada desolación?
Insociable, intratable, misántropa por convicción, embarcada en una noria indeseable, oculta para todos, por la que deambula sin ton ni son, sólo una cosa la mantiene en pie con la esperanza de figurar y ser feliz, la caza de ese tesoro que Fargo esconde y que los hermanos Coen convirtieron en maravillosa obra de arte cinematográfica, ¿no suena fascinante, apetecible, sabroso?, ¿delirante, osado, extraño?, ¿toda una espectacular aventura a exhibir, desmenuzar y degustar?, pues aquí quedo perpleja de asombro ante la afrenta sentida, la ignominia vivida pues no hay mayor golpe y devastación que anular la ilusión y matar la esperanza.
Espléndida Rinko Kikuchi como única intérprete, riqueza direccional de buenas intenciones y portentoso argumento para David Zellner pero, 
Kumiko ¿no deberían arroparte con mayor labor y contenido?, ¿con tueste más rico y suculento en su volumen y espacio?
Una sorpresa encontrarte, interrogante fascinación escogerte, desaborido hallazgo encontrar la respuesta a dicha inquieta cuestión, pues tenías mayor condimento y exquisitez en la incógnita de la apertura, en esos solícitos ojos que con urgencia pedían brillar, que en toda tu oferta; entrar a conocerte, en tu rocambolesco y sugerente espíritu, no ha sido tan grato como esperaba.
Rarezas, rarezas del mundo, rarezas de ti..., a veces el silencio convoca algarabías, parodias de coraje, espejismos de duende, fantasías de existencia, jolgorio de sentir sin necesidad de oír pero..., otras veces es solamente silencio, maleante mudez, ardua melancolía, afónico desamparo, soledad insalvable, un desierto sin oasis, una tristeza que gotea..., fuego silenciado ante tanta rareza.
¿Arrepentida?, no. ¿Decepcionada?, sí.



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