sábado, 29 de agosto de 2015

Destino Marrakech

Ben, un chico de 17 años, va a pasar las vacaciones de verano con su padre, un célebre director de teatro que se encuentra en un festival en Marrakech. El lugar le resulta tan extraño como su progenitor, al que apenas ha visto desde que se divorció de su madre. Como la distancia entre ambos va en aumento, Ben se deja arrastrar por el exotismo del país. 


Destino conocernos; un bonito relato, en esceso lento y deficiente en su condimento.
La adolescencia, experimentar, la vida por delante, ¡qué placer y peligro a la vez!, la valentía de avanzar, la incógnita de lo que hallarás, la duda del resultado, miedo y angustia se alían a esa duda que lo inunda todo, energía, de ilusión vitalicia que, con adorable inocencia, cree que todo lo puede. Osadía e ímpetu de decidir por si mismo, al margen de los padres pues, como dijo Sigmond Freud -de lo poco con sentido-, hay que matar al progenitor para formarse como adulto, eliminar la herencia parental para formar una personalidad propia y, en algunos casos, los susodichos referentes lo ponen realmente fácil; incomprensión, distanciamiento, decepción generalizada de lo que se encuentra después de tanto tiempo de espera, o ¿es el hijo quién estropea tan ansiado reencuentro?
Maravillosos paisajes, sentidas interpretaciones, ¿suficiente para que te sientas contento?, enseñar Marrakech desde sus entrañas, ¿cubre todas las demás carencias?
"Las familias felices son todas iguales, las familias infelices lo son cada una a su manera", las formas, de Caroline Link, son las de ofrecer, el impacto cultural proveniente de un chico soberbio, que quiere asustar a su padre como compensación de todos los años de ausencia, carisma de costumbres y hábitos de lugar para quien se cree muy listo para aceptar consejos, sólo que, ese atractivo escénico por el encanto y hechizo de sus calles, se pierde cuando se trata del contenido de la historia, despierta pasión e interés el hábitat de los personajes, la estructura y 
su estilo, no lo que tienen que expresar o narrar, su andar progresivo y su melancólica pausa de ritmo es sosa y aburrida.
"La fantasía es más interesante que la realidad ", certifica el patriarca, "la realidad es más interesante que la fantasía", refuta el polluelo, un tal para cual que juega al polo opuesto de quien, quiere empezar a saborear, y de quien, ya está curtido en dicha tarea, novato tanteando el terreno sin saber con seguridad qué dice o hace, más un progenitor a la búsqueda de un amor hace años perdido; travesía que no alienta la razón, ni el conocimiento de sus andares, tonterías y tropiezos, sencillamente su mirar es nimio y abatido.
El sabiondo ratón cae en la trampa de la ignorancia e imprudencia, aunque la motivación por cómo saldrá o quedará tras ella no es harto estimulante, una guía turística, por país extranjero, a manos de un inexperto en el arte de la vida donde, uno se lo pasa en grande/al otro, la inquietud le perturba y estropea los planes, mientras el espectador, sin pena ni gloria, viendo la sucesión de acontecimientos, eventos, sin mucho apego o afecto por ellos, más que el devenir de arreglar lo roto, subsanar un estropicio poco alentador y una reconciliación de ánimo ausente.
La calma y pasividad de la observación desalientan y causan languidez suprema, el conflicto paterno-filial, núcleo de todo el tinglado, cansa y desalienta, anula el apetito por alimentar el deseo de compañía por ellos; a la susodicha directora alemana no se le dan bien las familias ni la estructura, sólo ambientarlas de fascinante espacio abierto y dejar que los actores hagan, con talento y destreza, su trabajo; aparte de que su larga duración no ayuda a mitigar la privación de querencia por ella.
No hallarás cariño por la misma, únicamente devoción y estima por su imagen estética.
Validez fragmentada; en cómputo general, escasa.



No hay comentarios: