jueves, 13 de agosto de 2015

Showroom

Sin trabajo, Diego mantiene un solo objetivo: volver a vivir a Capital cueste lo que cueste. Decide dejar a su familia en el Delta del Tigre y se transforma en un obsesivo vendedor dentro del showroom de un edificio: una maqueta perfecta que lo llevará a vivir situaciones absurdas al borde de la locura.


"La vida que soñaste ya no es un sueño" y, la vida que nunca deseaste se tornó realidad ¿con cuál nos quedamos?, pues la anhelada fantasía puede ser terrible pesadilla de la que no despertar y, el inhóspito destino hallado, terrenal paraíso al que adorar.
Pérdida de un maleante trabajo que llevaba el pan al hogar, desierto árido al que vas a parar en esa desesperada búsqueda del nuevo tormento laboral que restablezca todo a su lugar, mientras tanto y únicamente como urgente parada intermedia, adaptación a las circunstancias y traslado a nuevo lugar, de vecinos desconocidos y comodidades ausentes; sólo que, será el inicio de una ruptura familiar donde, el cabeza se queda en la añorada ciudad a recuperar mientras, el resto del elenco disfruta de su inesperada situación y todas las apetitosas novedades y ventajas que ésta confiere.
Diego Peretti como cartel y protagonista único de esta obsesión por volver a ser, por retornar para estar, por no soltar esa ínfima posibilidad de regresar al porte social y competitivo del que se provenía, sin pararse un minuto a pensar si se quiere o no, si apetece, conviene o desea, regresión total a un sonambulismo compulsivo de ganar la carrera, ser el primero y subir a ese podium que el mismo ha fabricado, al creerse las propias mentiras vendidas y olvidar la importancia de sus seres más queridos.
Ofuscada locura por no fallar, por representar el papel asignado, por auto imponerse un rol que asfixia y colapsa pero que tiene sentido en su hermética existencia diseñada, traje con corbata, gomina en el pelo, zapatos limpios y a la oficina, ese showroom, piso piloto en otras tierras, que es cálido habitáculo donde sentirse útil, orgulloso, competente y hábil pues, fuera de dicho tablero, la realidad actual le consume para ignorarle y olvidarse de su presencia.
Fantasma extraviado en un lado/director de escena y primer actor en el otro, tentación de gloria que inclina la balanza hacia un peso, perdiendo todo apego e interés po su homólogo hermano de contraria dirección, rígido y frío argumento, de finalidad sobria, que se complementa con un guión humilde pero conciso a la hora de determinar a cada cual, vive de la reiteración, de lo no dicho, de las miradas de reproche y del rencor no manifestado, de esa atada obcecación y fuerza de voluntad que a uno compensa, unidad que se disecciona por ansiar caminos diferentes para hallar la felicidad y dicha pues, una sabe descubrir el sabor a lo encontrado/el otro sigue nublado por devolver, a quien ya no le importa, lo arrebatado.
No escuchar, no comunicar, no decir, no contar el uno para el otro, tragicomedia -más apoyo en la tragedia que, en la no insinuada, comedia- que vende con sencillez, armonía, tristeza y, una constante repetición de estructura y pasos, la divergencia en que se corta un matrimonio y su hija, centrándose específicamente en el padre y dejando de lado la posibilidad de conocer, desarrollar o aportar algo más de condimento sobre los demás participantes.
Puede ser suficiente pues, aún con sus mínimos aportes expresivos y de contenido, el personaje interesa y despierta curiosidad por su recorrido aunque, apto y adecuado no es lo mismo que satisfactorio y rico; relato breve, preciso que presenta una historia minimalista de supervivencia y acomodamiento y como, cada sujeto, elige según preferencias y gusto.
Corta en su duración, escasa en abordar sus entrañas, ahí reside, si sabes percibirlo, el encanto de la venta exhibida por Fernando Molnar, contar lo pretendido con determinación, sin florituras, ni guarnición sobrante y con seductora exigüidad.
Cariño y devoción por el showroom, mi vida entera.



No hay comentarios: