miércoles, 26 de agosto de 2015

Tracers

Sigue a Cam, un mensajero que recorre las calles de New York montado en bicicleta y que de pronto, se ve perseguido por la mafia.


Si un ladrón roba a otro ladrón, tiene cien años de perdón ¿no?
Fotografía urbana y música cañera como acompañamiento de saltos, correrías y tropiezos, malabarismos bien diseñados, perfeccionados y conducidos para un personaje desesperado y golpeado por la mala racha de la vida, que en su intento de aguante y supervivencia, encuentra una nueva pasión a la que dedicar toda su habilidad y fuerza.
Taylor Lautner, sin tanto lobo-humano ni exagerado músculo, pero con la misma dedicación actoral por su cuerpo, pues es lo único con lo que cuenta, en una clase continúa de gimnasio gratuito donde no se exige destreza en las expresiones sentimentales, o aptitud para reflejar un apreciado personaje y donde, la ausencia de pericia para interpretar, se compensa con un persistente y acelerado movimiento de la cámara, en incesante ajetreo.
Siempre es el amor el que lo mueve todo, seducción por esa chica que ves, a la que quieres conocer, proximidad con claro deseo de roce sobre su persona, interesante misterio por el que esforzarse y luchar, con el complemento de magníficas piruetas, de coreografía intensa, para un escenario lleno de obstáculos metropolitanos que superar y el mensaje de independencia, libertad absoluta, al vivir sin freno ni normas, de un Parkour -carrera libre- que se quiere vender y promocionar.
Contratiempo venidero y injusto de quien es un buen chico y...¡adelante!, ¡todo dispuesto y en marcha!; nuevo trabajo, silencioso, oculto, traslado de mercancía de mano a mano, sin permiso, pero con obvio trazado previsto y desenlace más que visto.
La acción, llena de carreras y saltos espectaculares, ha sido bien medida y planeada, meticulosidad evidente de ser el único motor de atención de la cinta; de duración adecuada para la diligencia que muestra, ofrece a un adalid resistente, de puro corazón, que debe volver a serlo tras ser tentado por la facilidad y provecho de coger lo que se quiere, cuando uno lo desea.
Entretenimiento básico, que cumple su misión, para un juego peligroso plasmado con sutil arte danzarín, nada que sobresalga de lo mínimo requerido, suficiente para un breve tiempo de relajación y recreo.
No sería difícil tacharla de mediocre, de nimia en su diversión por falta de consistencia, coraje y ambición de alcance, pero sirve para su propósito; trama pobre, elemental en términos generales, de acrobacias y volteretas muy válidas, resultonas y atractivas para un escarceo breve y ligero, de ritmo veloz y sin pausa, que cubre lo suficiente para no echar en cara su interior llano y vacuo.
Correr, saltar, atrapar, volar sin alas, únicamente con la dinámica de unos pies ágiles y potentes, la parte visual y gráfica es grata y complaciente/su alma menos sólida y fascinante, las actuaciones buenas cuando se trata de la parte física/apenas estimulantes cuando se trata de exponer el corazón que late dentro, tatuada estética que luce con valía/herida interna que no se aspira con vigor ni coherencia, un circo del sol en pleno Nueva York cuya adrenalina es para los sentidos externos, no para la razón cognitiva.
Porque la cinta es un acelera un poco más, cacho a cacho ¡que vamos muy lento!, un acelera, un poco más, corre más que el veneno que llevas dentro, donde vamos marcando el paso, vamos rompiendo el hielo y no hacemos, ni puto caso, de las señales del cielo; se sufren las consecuencias que todos esperamos, no por ello hay que juzgarla de mala y cutre.
¿Barata?, si ¿Animada?, también. 
A veces no necesitas un maxibón de nata como tentempié de capricho momentáneo, te vale un pirulo o sorbete de lima, que refresca sin efectos pesados pues casi todo es hielo, agua cristalina de relente sabor y condimento suave.
He dicho ya que ¡corren y saltan!, por si no había quedado claro.



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