viernes, 4 de septiembre de 2015

Ático sin ascensor

Una pareja casada desde hace muchos años de Nueva York pasarán un fin de semana lleno de emociones cuando se ven obligados a vender su querido apartamento de Brooklyn.



"¿Por qué quieres vender? Es una buena pregunta", pues en torno a dicha cuestión gira toda la película, una sucesión de ofertas y contra-ofertas al mejor postor, cálculos de beneficios y posibilidades como excusa para darte a conocer la complicidad de un matrimonio adulto, entrado en la vejez, de años de convivencia y superación de problemas cuyas adversidades resuelven juntos, en esa armonía y comunión de amor, amistad y respeto que claramente evidencian.
La edad y las escaleras, dificultad máxima a superar y motivo de cambio de vivienda, reticencias de uno/mayor fervor del otro como base que permite el acceso a sus queridos y entrañables recuerdos, ternura, calidez y elegancia como distintivo de esa comprensión y entendimiento de aquellas parejas que llevan toda una vida juntos, con decisión, valentía y ni un minuto de arrepentimiento.
La historia penetra por sus protagonistas, se la quiere y aprecia exclusivamente por ellos, un robusto y sereno Morgan Freeman y, Diane Keaton como ideal pilar de apoyo y réplica para un argumento sencillo, cauto y moderado que narra, la montaña rusa en que se convierte sus existencias al considerar, un cambio de lugar y costumbres, supuestamente a mejor.
Observas la noria, de diálogo y habla incesante que se mueve y transita a su alrededor, únicamente por ellos, por el acertado dúo intérprete de este modesto y breve relato que desprende afecto y cordialidad como sólido centro de la vorágine de dinero, tiempo y precipitación que gira en torno suyos.
El guión peca de debilidad, de inmovilidad, estático no avanza sino que se limita a dar vueltas alrededor de una única y misma idea fija, debate de si vender por confort y resignación o, seguir con la inclemente incomodidad que toda su vida han despertado y llevado a cuestas, coraje y fuerza de resistir, no ceder y seguir subiendo peldaños mientras se pueda, alegato rodeado de metáforas, poco acertadas, y pretendido humor y gracia que no va más allá de recitar las susodichas palabras.
Buenas intenciones, querencia voluntaria y un espíritu sensible y emotivo como firma que permite abrazar y estimar la cinta que vive, respira y tiene esa aroma grato y gustoso gracias, me reitero, a los arriba referidos, que con bella humildad y hermosa connivencia exhiben el carisma, afinidad e integridad de un veraz, estable y maduro matrimonio que afronta, con garra y sobriedad, su incierto e inestable futuro por delante, como llevan haciendo toda la vida.
"No es tan bonita como tu casa...", llena de luz, magníficas vistas y delicioso desorden, en un barrio que ya no es el que era, donde el bohemio artista ha sido relegado y reemplazado por el broker, con prisas, pegado a un móvil, delicioso chollo que se rifa en jornada de puertas abiertas para que puedan cotillear y curiosear toda una vida de sentimientos y emociones.
Duda de decisión que no posee atrape, ni intriga, ni nervio, que desfila por los locos días de esta adorable pareja de forma suave y amigable, templanza y bienestar de mirada permisiva que acepta la prudente oferta a pesar de solicitar y esperar, en principio, una demanda más arriesgada.
"¿Qué cuántos años tengo?, ¡y qué importa eso!, ¡tengo la edad que quiero y siento!, la edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso, hacer lo que deseo sin miedo al fracaso o lo desconocido..., pues tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos", y en esa tesitura de curiosidad y apetencia, no del todo perdida, se halla tan encantadora y apreciada pareja.
Entra y hazles una visita, no cuesta y sales conmovido, contento del efímero paso por su acogedora estancia.




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