viernes, 25 de septiembre de 2015

Refugiado

Matías y Laura, su madre, se ven obligados a abandonar precipitadamente su casa tras la enésima reacción violenta de su padre. Matías tiene 7 años y Laura está embarazada, pero no tienen más remedio que deambular en busca de un lugar donde puedan sentirse protegidos y amparados. 


Un niño, testigo silencioso que todo lo ve, todo lo oye, de todo se entera, presencia que pasa desapercibida pero todo lo devora, perenne esencia volteada como maleta sin equipaje a quien nadie pregunta, todo en su cabeza, engullido y mezclado, difícil saber qué piensa, cómo se siente realmente, lo único claro es lo que le hace daño, lo que le perjudica, lo mucho que no entiende y lo poco que sí sabe, que su papá pega a su mamá, que su mamá llora, que no puede volver al colegio y que se perderá los cumpleaños de sus amigos, que siente mear la cama y que está cansado de correr, que promete portarse bien y que quiere volver a casa, que todo sea como antes, antes de que papá pegara a mamá y mamá no dejara de llorar..., círculo vicioso que parece no tener final en el que se encuentra sumida y encerrada una desesperada y asustada madre que no deja de caminar, de moverse, que no sabe dónde esconderse y que, con todo, aún duda si ha hecho bien, si debería pensarlo, si debería perdonarlo, si realmente es sincero cuando se disculpa, le pide que vuelva y le dice te quiero.
Diego Lerman retrata con maestría y veracidad de sentimiento absorbido el caos mental, el revoltijo emocional, la confusión constante que reina en la cabeza de un crío que es cogido de la mano y arrastrado de lugar a lugar, entre gente nueva que va y viene, que desaparece y nunca vuelve y donde todas sus cosas están en su habitación a la que no entiende por qué no puede regresar, con sus devoradores ojos fijos que atraviesan tu pena, con su mirada pasiva que todo lo indaga, con sus dedos 
aburridos que no tienen con que divertirse, con sus lágrimas ausentes -pues ya llora bastante su madre- en un cuerpo cansado, con su rebeldía ocasional que ya no aguanta, protagonista exclusivo de cómo afecta a un vástago el comportamiento de los padres, esa herencia de crecimiento no elegida que toca sin jugar boleto y que marcará quién seremos, cómo sentiremos, cómo nos comportaremos, educación familiar a base de disgustos, golpes, chillidos y ausencias, incomprensión en las manos de un crío que debería estar jugando a fúlbol en el patio del colegio pero que va de ambulancia a hospital, de comisaría a albergue, de juzgado a calle ¡ya no sabe dónde!, durmiendo por las esquinas, comiendo dónde se puede, ocultándose si ven algo extraño, agonía de vida que nadie merece, menos un criatura inocente que debería estar rodeado de amor, alegría y abrazos.
Es dura e intransigente por lo que narra, perpleja sinceridad y doliente conformismo con la que se expresan y aceptan, los retoños, lo vivido, cruel lenguaje para voz tan temprana e infantil que ya ha pasado por situaciones horribles de despiadada emoción que se van acumulando en esa caja fuerte de memoria que, aunque a simple vista no lo parezca, causa estragos y desolación en tan sensible y tierno corazón.
Te involucra, te afecta, implica a tu sensibilidad y convoca comparecencia de tu alma, reunión afectiva de tus sentidos que siguen a esta víctima, sin protección ni amparo, con preocupación y desaliento de qué está haciendo, de dónde le llevan sus pasos, de esa angustia de solicitar y rogar por un refugio donde sentirse a salvo y criar a su hijo.
Humana, social y conflictiva, el maltrato a la mujer y a unos niños que, desconcertados, sobreviven y asumen la nueva situación, violencia de género como 
fondo de un argumento sólido y conmovedor, que no abusa de la explotación atroz en imágenes, que se desentiende de las escenas humillantes, que nunca muestra al maltratador -ni necesidad de ello hay-, pues la cara de terror de las víctimas ya lo expresa todo.
Drama inteligente y severo, cuyas pocas palabras engrandecen la indispensable unión madre e hijo, emotiva, cálida y acelerada, camina con firmeza en su loable retrato natural de una realidad que nos rodea, impregna y con la que se convive.
Excelente Julieta Díaz y Sebastián Molinaro en una destreza de guión que incomoda y revuelve tu tranquilidad, tensión e incertidumbre de quien es presa de un incógnito cazador nunca visto/siempre sentido, golpea y hiere en su proceso evolutivo de buscar cobijo, no deja indiferente, su habilidad práctica impresiona y perturba, su reflejada pericia escénica te adopta y consume.
"En la vida todo tiene solución excepto la muerte", pero ¿qué clase de vida es la que se vive con incesante miedo, constante duda y valor siempre firme, pero agotador por el escaso rendimiento que aporta a tan desgarrador sacrificio, que merece mayor recompensa?
Refugiado, amarga tristeza de quien necesita asilo urgente, aún no sonríe pero va camino de hacerlo.



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