lunes, 7 de septiembre de 2015

Ricki

Ricki es una guitarrista que lo abandonó todo para alcanzar su sueño de convertirse en una estrella de rock. Su ex marido Pete le pide que viaje hasta Chicago para visitar a Julie, la hija de ambos, pues se está divorciando y necesita apoyo.


"Soy músico, es lo que soy", lo cual queda claro, lástima que no aborde el ser madre con la misma ilusión y fuerza.
La familia musical la adora, la sanguínea ni la conoce, las notas suenan fantásticas y vibrantes, el discurso narrativo descafeinado y pobre, ¿es que no puede lograr un pleno?, " es que ¿no se pueden tener dos sueños? No, no se puede", expresa como excusa un guión poco curioso en su propia temática, a quien habría que contestar con sus propias palabras, "...¡si eres feliz creyendo eso!"
Amor, falta o abundancia del mismo, afecto, cariño y elección, todo gira en torno a ese inmeso y loable sentimiento, amor demandado, amor renegado, ausencia del susodicho, sustitución del mismo, imprescindibles emociones no satisfechas como se espera o cabe, necesidades no cubiertas, alternativas no consideradas, vacío sentimental a rellenar por quien se ofrece voluntario y dispuesto pues siempre estuvo ahí, presente, aúnque no se le estimara ni considerara en su valía.
"¿Por qué quieres a una fracasada que fracasa la vida de los demás?", porque no se elige a quien se quiere, porque simplemente se hace, porque "da igual que tus hijos no te quieran, ¡estás obligada a quererlos!", vieja, ridícula, desfasada y engordando a la carrera, sí "¡enhorabuena!, eres un monstruo" entre tanta damisela, cuyo mal rollito apenas se saborea ni caldea el ambiente, y cuyo cajón de los desastres no es tan interesante ni indiscreto como se insinua, ya que apenas despierta cuatro recuerdos para relegarlos y devolverlos, al instante, al olvido.
"A veces un chico necesita a su mamá", y a veces la trama sugerida cojea por evidente debilidad, floja, estéril, ni sensible ni afectiva, amén de un poco fingida y falsa pues hasta el afeitado de cabello de la estrella y sus trenzas son, descaradamente, ficticias, de corte y pega.
¿Quiere curar la herida o sólo poner una tirita?, ¿entrar de lleno en el lodo y pringarse, o jugar a tibia y moderada partida de damas donde nadia se altera ni ofende?
No incide, ni penetra, ni profundiza, apenas se molesta en ofrecer un ligero paseo, amena ruta aunque trivial e insustancial, únicamente juega al titubeo, a la visita incómoda que pronto se marcha, descuida la intensidad del drama, la fogosidad del enfrentamiento verbal, al tiempo que cuida, con cariño y esmero, la performance musical, una combinación de escaso beneficio pues no es suficiente con el sentimiento musical, por espléndida y lograda que esté, la veterana y sabia actriz, enfundada en su disfraz de resistente rockera.
"No huyas, ¡adelante!", haz tu sonora actuación Meryl Streep, pues a ti está dedicado el guión, por ti se acude a verla y, aunque es palpable tu esfuerzo, no parecen tan absorbentes los beneficios para el público pues, el logro es individual, exclusivo tuyo, los demás son coro adherido como apoyo.
Tensos y maduros temas se sirven en la mesa, pero los comensales no se manifiestan con credibilidad y agudeza sobre los mismos, circulan con modestia, educación y brevedad sobre ellos para volver, cada uno a su lugar y darle al micro y la guitarra, lo único en que, es obvio, son expertos.
No sirve como terapia, no tiene validez trágica, no es un emotivo concierto donde tocar todas las piezas y el público aplauda contento, son teloneros aficionados que saben agradar y contentar en el 
escenario pero, la parte que transcurre en bambalinas, fuera de los focos, ni da para melodrama ni para comicidad espontánea, el fracaso y abandono de una vida familiar no posee coraje, no se siente en su destape, en cambio, la adopción de ese unido clan que comparte ilusión, aventura y empeño de continuar con la pasión de su sueño, se advierte y aprecia con lúcida precisión; tal vez sea porque su responsable, Jonathan Demme, parece llevar la melodía en sus venas pero se olvida de insertar en su razón, la solidez y densidad de un argumento de potentes diálogos y arrebatadoras escenas.
No hay excitación, ni entusiasmo, ni palpitación acelerada del corazón, hay música, músicos y actuación meritoria del grupo, compañeros a muerte en alegrías y penurias que no se sabe trasladar a la otra parte, a la odisea dramática, descuidada y poco considerada.
A Bruce Springteen le hubieras encantado en la parte rítmica, de hecho al espectador le fascina, pero el desgaste viene después, cuando sueña el teléfono y la llamada te devuelve a tierra hogareña hace tiempo no catada; allí, la invitación, es menudencia poco lograda.



No hay comentarios: