martes, 13 de octubre de 2015

El coro

En una prestigiosa escuela de música de la Costa Este, un niño de once años choca con el exigente maestro del coro.



Un hijo secreto, que por la conveniencia de seguir siéndolo, tiene la oportunidad de vivir una experiencia única.
Y al final de la misma, sólo falta que diga “basada en hechos reales”, para que el cuento sea ¡perfecto!
Porque no deja de ser una fábula cálida y preciosa de lo que ya conocemos, suavidad y dulzura para esa hazaña heróica de quien supera los baches, desgracias y vicisitudes de la vida en favor de la enseñanza, el progreso, el bienestar de la rectitud y la gratitud de no despreciar ni malgastar su talento. Porque, aunque no se sienta con devoción plena, con fanatismo estimulante, aquí el objeto de deseo es el don de la voz primeriza, el sonido celestial de quien todavía es mancebo puro de cuerdas vocales, ese breve periodo, de paso prestado, que te permite alcanzar agudeza suprema pero que, a la que te descuides, habrá mudado por el paso de etapa a nivel mayor, temporalidad que tiene la suficiente grandeza de oído y sonido para componer este modesto relato que no alcanza grandes cuotas y se mantiene como un miembro más del coro, sin destacar ni sobresalir de la media.
Porque su nivel es estándar, menú corriente de conocida ruta, principio de rebeldía y amargura, domesticación de la fiera y los frutos a recoger por ser buen chico y seguir las notas; sólo que aquí, su tema principal, esa magnífica potencia de una soberbia dicción lírica, no levanta grandes pasiones ni excita en demasía, menos anima a unirse con fervor a la fiesta.
Este mismo relato de común planteamiento ha sido plasmado en baile, fútbol, gimnasia, atletismo, patinaje..., y muchos otros sectores que seguro se me olvidan, pero justamente la delicadeza, espiritualidad y finura de los vocablos, con acompasada melodía que se une al canto, como que no te levanta de la butaca ni logra que muevas tus pies al son de su banda sonora, perdón, logra encadilar tu sentido auditivo o gesticular tus labios repitiendo la letra de lo cantado, ¡si es que puedes!
Dustin Hoffman como padre adoptivo temporal, tutor a quien impresionar, de quien ganarse su respeto, mano férrea segura que sirve de guía, la Lidia de “Fama” pero sin bastón, sin tan alentador y emocionante sermón y con escasa fuerza y carácter en su personaje, más una encubierta joya, Garrett Wareing, cuyo rostro, incluso cuando va de malo ¡malote!, es más angelical que el mejor de los arcángeles, en una unión efectiva, de cómoda visión, que busca agradar con esa perspectiva dulzona, entrañable y tierna del cuento de cenicienta, de quien es recogido y rescatado de la mala fortuna, en versión nueva, tampoco tan original como se piensa.
El chico del coro, traducido como “El coro”, no vaya a ser que se confunda con “Los chicos del coro” y pensemos que François Girard ¡ha sacado su idea de allí!, buenachona, lineal, predecible y con mínimo temperamento; ¿lo bueno?, el susodicho actor estadounidense sigue vivo, laboralmente, y en aceptable forma conformen pasan los años -cosa nada sencilla en la meca de Hollywood- y no tienes que preocuparte en exceso por ir al baño y perderte algo, tu mente podrá rellenarlo fácilmente; ¿lo malo?, que no te importe distraerte y desviar tu atención y la vista, pues eres consciente de no extraviar ni echar en falta gran cosa.
“Sabes cantar ¿no?”, pues aprende esto de memoria..., “buscáis la fama, pero la fama cuesta, y aquí es donde vais a empezar a pagar, ¡con sudor!”, ¡vamos!, ¡no tanto!, que son chavales y críos aún en edad temprana, ¡no se busca tanto ímpetu y euforia!, sólo moderación para narrar la parábola de ese jovenzuelo, marginal y desafortunado, que gracias a la ventura, bien aprovechada, de una mano amiga, firme y severa pero afectiva, logra encauzar su vida y crearse un destino provechoso, hacia delante, en la vida.
¡Qué bonito que los buenos deseos se cumplan!, ¡que los planes salgan bien! y que coman ¡perdicen para siempre!, en esa querida sintonía de familia feliz. 
Un aplauso y en pie; no da para lágrimas, pero si para ternura, velada grata y un abrazo.




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