martes, 27 de octubre de 2015

El marido de mi hermana

Richard Haign es un brillante profesor de Cambridge con una pasión desenfrenada por la poesía romántica y las mujeres hermosas. Sin embargo, la paternidad le cambiará la vida. De forma inesperada Kate, la joven estudiante americana que conoció en una de sus clases, le va a convertir en padre... noticia que recibe justo cuando conoce a Olivia, una novelista exuberante y excéntrica, hermana de la que pronto se convertirá en la madre de su hijo. Un trío amoroso que dista mucho de su ideal de familia.


El chispeante Remintong Steele, elegante ex James Bond, que sobrevivió a la pérdida de tan portentoso sobrepeso, título y traje surge, en su ya tastada madurez, como senior jovenzuelo, inglés con canas y barba cansina atorado en la soledad California, tierra yanqui que desprecia a los románticos y con la que no acaba de lidiar ni encajar.
Profesor madurito, mujeriego empedernido, que necesita de la joven y bella Jessica Alba como excusa patética y burlona para acceder a la, ya más curtida y siempre perfecta en pantalla, Salma Hayek, de pretendido serio recitador de los clásicos a bromista torpe, bobo, penoso y lastimero que corre tras las faldas de una compañera de reparto que tampoco se come un rosco, cinematográficamente, desde hace tiempo y que juntos forman un dueto tan triste, trágico, desaprovechado y dolorosamente hiriente que cabe preguntarse si tan apurados estaban que tuvieron que aceptar, sin remedio ni mucho pensar, un guión tan endeble, nimio e insustancial en su contenido y pretensión.
Porque los pobres se esfuerzan, realmente intentan ser graciosos, divertidos, amenos y cordiales, caer en simpatía y hacer pasar un rato grato, dentro de su obvia y buscada ligereza, a la audiencia pero, el argumento, de conducción rápida y fugaz, es tan bobalicón, cutre y simplón, de sentencias tan carentes y faltas de alimento consistente que, ni con sus atropelladas memeces logra hacer gracia o contagiar alegría, únicamente riduculez sentida en demasía. Pierce Brosnan como líder absoluto -lo cual, en este caso, no es nada bueno- de una trope que se mueve con ficticio caos que ni cuela ni se aposenta, que no produce risa ni humor sino todo lo contrario,
frescura de aderezo bailable que sólo con ellos empatiza pues los ves desfilar, correr, tropezar, dialogar y ponerse sentimentales y parece teatro de barrio, farándula con dinero para complementar, tan escaso contenido válido, con preciosas vistas de lujosas mansiones.
Es de suponer que es duro envejecer como actor y tener que aceptar ciertos trabajos o, simplemente les da igual y ellos se han divertido y reído haciendo la película lo que tú no viéndola; aburrida, predecible, sosa, insulto al más lelo clasicismo, importa más que llevaré, cómo voy maquillada y lo buena que salgo en pantalla que trabajar por crear un personaje algo -aunque sea en mínimos, con recesos incluidos- interesante; y mientras este don Juan, que mantiene el tipo como puede pero ya está pasadito de años, de casa en puerta, de mujer a hermana, de la gloria shakespereana al béisbol y a, supuestamente, encadilar a la concurrencia porque es padre y sabe abrazar y besar al niño cuando éste tiene una
pesadilla.
Holywood ha tocado fondo en cuanto a falta de ideas y de curro original, -yo también lo estoy en cuanto a escribir sobre esta cinta-, el romanticismo con tintes de comedia está en la UCI por agotamiento y abuso reiterativo, la desilusión es menor si tienes palomitas o comida insana -basura de toda la vida- al abasto pues entretiene lo que el filme no hace, y la ingesta de calorías no permitidas cubre la desgana perceptiva de lo que no tiene chispa, ni salero ni incentivo extra, sólo caras guapas, conocidas y queridas por sus trabajos anteriores, que aumenta la desfachatez de verlos actuar como el guapo Cantinflas y sus chicas.
“Esto no me gusta”, apetecen sus actores y ganas de juerga y entusiasmo pero, es mediocre y torpe el resultado de tanto mareo, la salsa no da para baile, la danza que pueda surgir es necia, la comicidad adolece de consistencia o glándulas que permitan su gustoso efecto y el romance es lo peor, lo más absurdo si cabe.
Tortilla revuelta realizada con poco acierto, aún menos tino; se ve como cuando miras catatónica la pantalla sin percibir ni atender a lo que pasa, pues tu mente está a millas de distancia; que se separan ¡bien!, que se juntan ¡hurra!, ¡que no son los mismos!, ¿y qué más da?, el tiempo avanza y queda menos para su feliz final de dulce cuento que todo lo cuadra; soporta las frases ñoñas de esa última carrera donde conquistar a la chica y ¡eso es todo, amigos! -That’s all Folks!- como diría, con sentencia suprema, el fabuloso Bugs Bunny.
¡Cuánto talento desperdiciado!, con lo respetado que fue, en su época, tan valioso y estimado caballero.



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