martes, 6 de octubre de 2015

Negociador

Manu Aranguren, un político vasco, ejerce de interlocutor del gobierno español en las negociaciones con ETA. En lugar de asistir, tal como esperaba, a un acto solemne y calculado, pronto verá que las casualidades, los errores o los malentendidos marcan el diálogo entre ambas partes y que la relación personal entre los negociadores será clave para la resolución del conflicto. Comedia basada en las negociaciones entre el presidente del PSE vasco, Jesús Eguiguren y ETA en 2005 y 2006.


“Si no se puede preguntar qué vas a hacer, está muy claro lo que vas a hacer”, aunque realmente sea difícil hallar su definición, esa designación que te oriente hacia dónde vira la película o instruya sobre cómo te hará sentir la misma.
Porque es historia los hechos que narra, formalidad específica de una época muy dura en cuanto a asesinatos y muertos, porque lo hace en tono de comedia que no acaba de despuntar, genialidad de indagación que no proporciona los frutos previstos, con tintes trágicos por el dramatismo de lo que hay en juego, en ridiculez de teatro como sintonía media, atrevida apuesta para un tema peliagudo que pocos se atreven a tocar, mucho menos a extraer la ironía y desfachatez de la posible situación dada, pero que aquí, ya puestos, no se adentra hasta donde se desearía, no extrae todo el humor negro al que daba juego la partida, ni profundiza en la extravagancia del escenario y la mofa de los pasos en tal pantomina de actuación.
Porque, negociación o diálogo, es embrollo atascado de nomenclatura que, como niños adultos con poder en sus manos, ninguno da su brazo a torcer aunque, acudiendo al diccionario o a su posible traducción para el mediador, no haya diferencia pues es palabra única fuera de nuestras fronteras, riqueza semántica de un idioma como impedimento para un acuerdo que parece más, el cachondeo nefasto de reunión de la empresa del pueblo, que asuntos de política mayor.
“Para hablar siempre hay tiempo, para olvidar nunca hay suficiente” o cualquier otra frase notoria, aunque sea de película de la noche anterior, que pase a los anales de ese documento escrito cuya firma vale la unión y paz de un pueblo, estrafalaria representación hipotética que logra la mueca y carcajada por la valentía del cuadro confeccionado aunque nunca llega a risa, a plena comicidad por la falta de intensidad y fuerza.
Borja Cobeaga se maneja estupendamente dentro de la tragicomedia, esas situaciones tensas donde todo se decide de manera inepta y absurda, se mueve mejor dentro de la corta duración, planos comedidos, sencillos y veraces, escenas cotidianas cuidadas en su enfoque humano donde la expresividad del rostro dice mucho más que la palabra dicha, quien despuntó barbaramente con “Pagafantas” y, a pesar del aplauso de la propuesta y su ocurrencia de formato, se queda muy distante de lo que se esperaba recibir; no puedo, por más que quiera apoyar la idea y su osadía, echar de menos sentir, con mayor vivacidad, la torpeza del relato montado.
Si vas a hacerlo, si ostentas hacer burla, contar con descaro hechos tan sensibles y serios, de calado tan hondo y complicado, tírate del todo a la piscina y exhibe el incisivo espectáculo que tú sabes crear, no te conformes con rozar las mieles y ¡ya está!, porque la audiencia se queda con ganas de más, con apetencia y hambre de mayor calado y consistencia.
Gags de irrisoria composición, actores familiares, buena disposición de ánimo, asumida disponible voluntad y, con todo, no llega a esa potencia que permita abrazarla completamente.
Excelente la idea, pasable el resultado.



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