viernes, 20 de noviembre de 2015

Dum laga ke haisha

La película refleja la vida de un matrimonio concertado en un pequeño pueblo de la India.


La gratitud de aceptar lo que la vida te da.

Y al final, la prueba definitiva de unión estable del matrimonio es una carrera de sacos con obstáculos, donde éste es tu mujer cargada como un peso a tu espalda; y el principio es un apremiado cuento de la cenicienta, donde ésta es impuesta por un padre que fuerza las cosas, precipitación ante la cual el príncipe saca su mejor y única arma, rebelarse a consumar lo que ha sido impuesto sin su permiso.
Y a partir de ahí, se van sucediendo incómodas situaciones familiares, vergüenzas parentales y ofensas hacia un apellido y nombre que la comunidad comienza a cuestionar pues la pareja en cuestión ni es matrimonio, ni equipo, ni lo parecen de puertas hacia fuera, sin disimulación nadie les dijo lo que el casamiento era y representaba, desinteresados van tomando posturas de cara a una observada vigilancia que desprecian, sin concederse la oportunidad de saber de ellos mismos pues ¡cómo amar a quien, desde un inicio, se ha etiquetado de enemigo!
“Si alguien quiere verme encontrará la forma de hacerlo”, y poco a poco, con la película india con menos colorido y baile -su portentosa insignia- vista hasta el momento, a pesar de que su protagonista posee una tienda de cintas de vídeo y cassette, Sharat Katariya abre camino al roce y cariño del
tiempo, al respeto del espacio y a la curiosidad de ese ser que se empeña en ofrecer querencia a pesar del constante rechazo de quien tiene al lado, un sutil romance cuyo guión se atiene a los márgenes de la tierra que representa y que, justamente por ello, te permite saborearlo con aprecio, esperar su evolución con paciencia y estimar su compás pasivo, sereno y áspero según momentos, donde la máxima es “forzar las cosas no sirve de nada”, de modo que reposa, observa y siente ese desarrollo hacia la breve pero contundente declaración de amor “no quiero irme, quiero quedarme contigo”.
“No me importan mis lágrimas, pero hay alguien cuyas lágrimas no puedo ver, las de Sandhya”, y la fábula se completa, y todos somos felices pues como invención y leyenda, su final es de comer perdices, aquí con el encanto de unas costumbres y maneras
de proceder que matizan una sinopsis genérica que busca la leyenda eterna, donde el amor siempre florece, siempre se abre camino y triunfa.
Es sencilla, discreta y escaso corporal contacto pues reserva todo su tacto para las miradas, las cortas distancias y lo nunca dicho, emparejamiento acordado que necesita amplitud para madurar y ambiente para poder establecer sus raíces, no es el habitual, espectacular y danzarín filme hindú al que se está acostumbrado -para quien se moleste en seguir, aunque sea mínimamente, la riqueza que Bollywood tiene para ofrecer- es familiar, casto y recogido, su pudor inocente es valor al alza pues no aburre ni desgana, se evalúa con ganas de ser de ritmo virginal y lento.
Se disfruta de su delicadeza de andadura y permisividad de formato.


Lo mejor, su inocencia para hablar de importantes sentimientos
Lo peor, su modestia puede volverse en contra a quien solicite cine comercial
Nota 6



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