martes, 15 de diciembre de 2015

El cuento de los cuentos

Narra, con tintes fantásticos, la historia de tres reinos y sus respectivos monarcas. Los de la Reina de Longtrellis y su marido, la de dos misteriosas hermanas que encienden la pasión del Rey de Strongcliff, y la del Rey de Highhills, obsesionado con una Pulga gigante, que le lleva a romper el corazón de su joven hija...


Los cuentos no siempre magníficos son, en ocasiones se desvanecen en su propio ensueño.

Los cuentos están hechos para gustar, para contar con agrado y sabiduría esa parábola de enseñanza que no se debe olvidar, aleccionar sobre los peligros e instruir, con gracia y armonía, el digno camino del bien y el rechazo, por sus horribles represalias, del seductor mal.
Y si se trata del ¡cuento de los cuentos!, tu imaginación conforma una suculenta historia de genial artificio que debe colmar todos tus desvelos, ese ansioso regalo que se espera con devoción pues la promesa vendida de su llegada anticipa manjares y exquisiteces por doquier, para todos los gustos y paladares.
De modo que te lanzas a su visión y consumo y..., resulta que las crónicas descritas, los relatos referidos no tienen gran sabor, ni excesivo atractivo, ni interés distinto a su impresionante y bella estética, el resto es simplemente seguir su trazado por concluir lo empezado.
Adaptación libre de los relatos cortos de Basile del siglo XVII donde, Matteto Garrone no logra recomponer una unión meritoria de atención e indagación válida; magnífica recreación, brillante realización, suculenta fotografía, escenificación loable, tres castillos a la cabeza de tres monarcas, cada uno con sus manías y debilidades, obsesiones y paranoias pero ¡párese de contar el aleccionador encanto que podría haberse previsto!; actores de renombre -Salma Hayek, Vincent Cassel, Toby Jones...- como apertura majestuosa de apetito que luego se queda en vacío desmotivado y con excesiva hambre, dado el menú otorgado.
No quiero ser dura en mi juicio, la entrada de los
personajes es apetecible, curiosidad de qué contarán y por dónde saldrán, la vista se colma, es altivo el ojeo de las escenas, pero a medida que avanzan y desarrollan su identidad propia, el deslumbre se oscurece por un desganado y apagado desplante que disminuye las ganas y querencia por los mismos; monstruos de leyenda, eternidad barroca en el aire, ternura y frialdad en transición continúa, hipnotismo de un plantel que pretende mucho en cada uno de sus detalles, pero cuya delicia se escapa por la pérdida de potencia de ese magnetismo que no se sostiene, ni mantiene a lo largo de su alargada entrega.
El sueño de volar a un Disney moribundo donde el país de nunca jamás se presenta realidad palpable, Alicia y sus amigos de correrías deambulando por las desgracias concedidas de un paraíso deforme, maltrecho y lleno de hermosas groserías, todo bello de manera cruelmente romántica, al tiempo que tan fantástica presentación se evade por falta de comunicación en ese transporte que debe llevar al espectador a su lúgubre escondrijo.
Excelso vestuario, de inglés vocabulario, para una concatenación de fábulas que no arden en el espíritu
del que observa, cenicienta vieja y arrugada, su majestad salido y obseso, la reina firme e intransigente, el rey vecino demente en sus propias locuras de retención paterna, un hijo afligido, una hija encarcelada, desolación e infelicidad en el edén construido, un sin fin de matices y conclusiones que no desbordan el entusiasmo del receptor ni motivan la fascinación de la audiencia; algo huele a podrido en los reinos suntuosos cuando, buscando dicha olorosa personalidad, su peste y nocividad no transfieren acicate por sumergirse en su identidad propia.
Cambio radical de un director que viene de filmar “Gomorra”, que busca la presencia medieval como punto de partida y desgracia y, aunque tu mirada no se desvía y compra cada fotograma, también es cierto que se hace fatigosa de manera indemne; no hay aliciente en la observación, ni estímulo de adoración en su percepción, pasa sin la gloria debida dado todo el magnífico plantel recreado.
Lo grotesco no molesta, lo absurdo no cabrea, su desorden no altera pues es aleatoria su acogida, en puntos con mayor cuidado y esmero/en otros pasotismo de distracción surgida, su conjunto es un
aplauso a la parte técnica/menos fervor en el fanático espíritu de su aceptación, se admite pero su esencia no reseña con riqueza a pesar de la magnificencia del traje.
Su elegante magia, sórdido donaire no causa emoción ni estragos, únicamente tibieza sin agudeza.
Maravillosa rareza cuya tragedia cómica no logra ni risas ni lágrimas, fascinación gótica que no embruja; la pérdida narrativa, de destino alguno, estropea la divina impresión de su decoración artística.

Lo mejor, su impresionante fotografía
Lo peor, la inconexión de lo expresado.
Nota 5,7



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