lunes, 29 de febrero de 2016

Brooklyn

En los años 50, la joven Eilis Lacey decide abandonar Irlanda y viajar a los Estados Unidos, concretamente a Nueva York, donde conoce a un chico del que se enamora. Pero un día, a Eilis le llegan noticias de un grave problema familiar y tendrá que decidir entre quedarse en su nuevo país o volver a su tierra natal.


“Bienvenida a América. Puerta azul, por favor”

La tentación de ser feliz en la propia patria o salir corriendo, comparación y disyuntiva que no alcanzan alto grado de emoción o suspense, interés o agraciada devoción por ella; un entusiasmo tan oprimido y encorsetado como la propia historia, la cual transcurre sin pena ni gloria, simplemente en un continuo estado neutro de narrar correctamente, pero transmitir escaso sentimiento que avive la sugestión íntima.
Sabe dónde va, lo que quiere contar y cómo llevarlo a cabo, elige la tradición sin aporte de novedad alguna pero, sin rechazar de antemano tan costumbrista planteamiento, éste no logra chispa, pasión ni efervescente fuerza que invite a quererla y degustarla con optimizada delicia y goce, más allá de recibirla en un estado de ánimo ausente, distante e inesperadamente dormido e inapetente.
John Crowley, en su educada y adecuada dirección se olvida del garbo, de la atención, del apetito de un espectador que no siente, no vive, no sufre, no disfruta este supuesto gran romance de época; sencillamente parece el modesto e infantil cuento que se inventa y oferta para almas cándidas, de recepción simple, dispuestas no importa lo angelical, bonachón y reiterativo que sea el relato.
Porque el camino y su contenido es de sobra conocido, ninguna alterada sorpresa u originalidad latente en el ambiente, lo cual no tiene por qué llevar a su rechazo inmediato pero, si éste se cubre de desencanto, indiferencia y pobre motivación por parte de la audiencia, ¡qué decir que no sea ambigüedad y vacuidad de sensaciones, que se privan de participar y que miran desconsoladas ante un amorío soso, débil y desnutrido!
Aún estimando a una esforzada y válida Saoirse Ronan, complaciente en sus intenciones y generosa en su mesurada discreción, más todos los simpáticos y tiernos caracteres adyacentes que le siguen el paso
en su reservada sensatez, su visión completa es lánguida e insulsa, se evidencia tanta puerilidad, ingenuidad e inocencia que denosta a un espíritu, que aspiraba a vibrar y ser colmado con una buena historia de amor, y a un reposado corazón, que ve pasar de largo esa ansiada ensoñación fílmica que acelere su pulso cardíaco.
Un montón de nominaciones a diversos premios, halagos a la actriz principal, dulzor y suavidad expuestos con la brillantez del pausado caminar que no necesita magníficos momentos, la beatitud y simpleza como armas de atrape y cautividad delicada, inteligente exhibición de afecto y cariño con magistral discreción y prudencia, el sigilo como sello
de conducción para una cinta, de adorada fotografía y calidez en su propósito bla, bla, bla..., todo comprensible en su acepción teórica pero, como suele pasar muchas veces, la práctica va por otro lado, nada se percibe o experimenta más allá de un abatimiento por escuchar un candoroso manuscrito, que no penetra en el alma ni se inserta en la persona, circula con rectitud por su vía sin apenas alterar el tráfico.
Tiene su público y respeto todas las alabanzas vertidas hacia ella aunque, para la que suscribe, enamorada de los inolvidables manuscritos románticos, de los dramas que encuentran felicidad y dicha a pesar de la tragedia, de las clásicas historias que esconden valentía, coraje y aptitud de superación y aguante, que se involucra al cien por cien en sus ardientes e impulsivas escenas, que con sencillez participa y padece cada aflicción y letra..., no ha dejado de ser una decepción ya que , donde
otros ven sabiduría de narrar con humildad y belleza la contundencia de un amor sólido, yo he vivido lejanía, desinterés y desapego, y buscaba/esperaba los sentimientos contrarios; supongo que el fallo radica en esperar, con afán y en demasía, por anticipado, de ahí el malestar de la presencia de una desilusión que no se esperaba, ni por anticipado.
Ni conmueve ni disgusta, ni encandila ni desencanta, ni inflama ni se apaga, simplemente da bastante igual pues sabes lo que va a revelarte y, encima ésta no embriaga; cortés y comedida, su moderación no dice nada.

Lo mejor; el entusiasmo de abrazarla con gusto.
Lo peor; el disgusto de una elección de armas narrativas que no aportan carisma ni entrega para adorarla.
Nota 5,5


No hay comentarios: