viernes, 26 de febrero de 2016

El club

Cuatro hombres conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de una cuidadora. Los cuatro hombres son curas y están ahí para purgar sus pecados. La rutina y tranquilidad del lugar se rompe cuando llega un atormentado quinto sacerdote y los huéspedes reviven el pasado que creían haber dejado atrás.


Una vigilante para cínicos presos sin condena.

Prohibidas las duchas frías, pasar excesivo tiempo sólo en el baño, telefonía móvil...,
De imagen tenebrosa y rostro esperpéntico, la casa del retiro, del miedo y terror, con sus opacos miembros como demonios de las peores fábulas, es el refugio escondite de castigo y guarda de aquellos que se desviaron del camino y necesitan enderezarse; un martirio de arrepentimiento, centro de oración y penitencia para purgar los pecados, lavar el alma y controlar a pervertidos que necesitan de custodia para no volver a las andadas.
“Yo no soy como ellos, no soy un invertido”, únicamente un degenerado, de bata negra y cuello blanco, que busca perdón y piedad, perdón y clemencia; tortura de presencias gélidas, secas y austeras que perturban la mente, enrarecen el clima y espantan al oído a partir de una sinceridad siniestra, de excomulgados por pedofilia, que no pudieron reprimir la tentación y sucumbieron a su enfermo apetito.
Satanás bendecido y jubilado, que pretende curar la enfermedad de la mente al reventar el cuerpo, al someterlo a esa disciplina y orden que obligue a no pensar y obviar los deseos y caprichos de quien está podrido por dentro, y lo justifica con esa actitud y manifestación externa de reflexión desequilibrada.
Carreras de galgos como esparcimiento para centrar la cabeza y controlar el vicio del cuerpo, más verdura/menos pollo para rezar y suplicar por tener tiempo y espacio para seguir relajados, en ese spa pagado por la congregación, para recluir y agrupar la suciedad y que no moleste su indigno olor y malos actos ante la púdica y limpia cara de una iglesia del Señor, que acoge a todos en su seno y los ama con
pasión, especialmente niños inocentes y virtuosos a los que desvirgar y utilizar para placer y beneficio propio.
Porque quema, repugna, asfixia, enloquece, produce arcadas toda la sucesión relatada, con ese terrorífico porte, de inquietante corte, que asusta e incomoda a toda espíritu sensible; angustioso testimonio, de letra soberbia y habla pavorosa, que estrangula al aspirar su composición por expresar, con crueldad honesta, una horrorizada verdad digna y necesaria de ser dicha y expresada, aunque duela, arda y sea una espeluznante maldad difícil de digerir y escuchar.
Pablo Larraín acierta de pleno en este sádico, valiente y honesto retrato, de esa oscuridad que impregna y mancha la luminosidad de un sacerdocio católico que no acaba de reconocer sus varios episodios y sigue ocultando sus vergüenzas entre manchadas paredes; es franca, apasionada, directa, agónica y eficaz, acapara tus sentidos con pavor y seducción por observar y oír la siguiente barbaridad, de aquel miembro del clero que justifica y halla explicación a sus atrocidades.
Te atrapa, te indigesta, te enmudece y devora, es
letal en su pausa, imponente en sus armas, lúgubre en su escritura, ardiente en su contenido, triste en su veracidad, conjunto portentoso que con paciencia, beatitud y enfoques tortuosos, de mancillados rostros, abre las puertas a ese purgatorio de víctimas inconfesas, donde los pertrechados demonios están muy cómodos en su habilitado infierno, pues tiene de todo para ocupar su larga estancia sin tener que preocuparse de rendir cuentas.
El club, donde son todos los que están, pero no están todos los que son; todas las noches se canta, en vigilia armoniosa “...,cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, traenos la paz”; realmente es una farsa teatral, no lo hace pues creen no merecer pena, solicitan tranquilidad y descanso, olvido y dejadez del mundo para esas vacaciones pagadas, de protagonista protegido por su jefe, que promete silencio, tregua, abstención de mal comportamiento e intento de buenos pensamientos..., éstas dos últimas son proyecto, nadie asegura su realidad y éxito.
Ineludible su realización, imperioso su visionado,
posee una fotografía, montaje y guión que impacta en todo corazón humano y persona, excepto en aquellos que se dicen personas pero no son humanos, pues carecen de la referida esencia o se halla tan trastornada, que en nombre del Señor realizan actos del diablo.
Y amarás al prójimo sobre todas las cosas..., ¿sobre todas las cosas?

Lo mejor; su dura y abierta exposición, natural en su devastación, llana en su indecencia.
Lo peor; su consumo no es fácil ni gratuito, deja huella irrecuperable.
Nota 6,6



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