sábado, 13 de febrero de 2016

El renacido

Año 1823. En las profundidades de la América salvaje, el explorador Hugh Glass participa junto a su hijo mestizo Hawk en una expedición de tramperos que recolecta pieles. Glass resulta gravemente herido por el ataque de un oso y es abandonado a su suerte por un traicionero miembro de su equipo, John Fitzgerald. Con la fuerza de voluntad como su única arma, Glass deberá enfrentarse a un territorio hostil, a un invierno brutal y a la guerra constante entre las tribus de nativos americanos, en una búsqueda implacable para conseguir vengarse.


El infinito aguante de vivir por una vendetta.

Ya de antemano intuyes que admirarás y apreciarás la parte técnica pero que la cuestión emocional, en exceso, no te compensará, que no te ilusionará, que no calará fondo, que visualmente será portentosa y soberbia pero humanamente gélida y distante, tan lejana y vasta como los terrenos y el tiempo en que se narra.
Y no te equivocas, todo va a pies juntillas confirmando tu premonición, al tiempo que, valorando la meritoria actuación del tan merecedor de un oscar -aún pendiente-, no dejas de cuestionar y comparar el presente y esforzado trabajo, todo físico, bárbaro y bestial, con otros de mayor degustación sensitiva dado su porte, esmero y configuración afectiva pues aquí tenemos a un DiCaprio corporal que arde, asombra y ahoga por su desgarro material y externo pero que ha ofrecido, en numerosos ejemplos anteriores, mayor capacidad loable y estimada de su arte interpretativo; lo cual vale igualmente para el premiado director, un Alejandro Iñarritu que, con todos los halagos recibidos, nada despreciados ni cuestionados, ha demostrado su gracia y destreza direccional, con más estilo y acierto en tiempo pasado, más que en este monumental esfuerzo fílmico que aporta poco apetito y entusiasmo en ese espectador que mira agradecido pero, ingratamente no siente mucho por ella excepto esa vista melancólica, de inevitable reojo a un reloj que cerciora la excesiva duración de un largometraje de entrada contundente, continuación impactante y
seguida desinflada, que se congela con la dureza del territorio y la intempestiva de las circunstancias, para remontar el vuelo y garra en su sentenciador final, de espeluznante y despiadado duelo.
Entonces ¿qué nos deja? un “no te rindas, mientras te quede un último aliento respira, sigue respirando” de excepcional pareja actoral, de magnífica fotografía
y encuadres moviles rotundos que te adentran en su desafío, crudeza, pavor y agonía, en su egoísmo, crueldad, martirio y valentía de sobrevivir para ese último acto vengativo, de merecida justicia tomada por la mano, que levanta a un cuerpo moribundo y mantiene con ánimo a un espíritu incandescente que no desfallece mientras, es la versión opuesta la que aspira una audiencia cuyo corazón no se implica, cuya alma no colabora y cuyos sentidos observan y aplauden lo realizado sin querer volver a participar del espectáculo, y comentando poco que no sea que le den todos los premios que quieran pero, prefiero cualquier trabajo anterior de sus dos estrellas, tanto del director como del actor nombrado.
¿Hasta dónde llega el aguante, el sacrificio, ya no del
devastado personaje, sino de un traumatizado vidente que observa perplejo ir la barbarie y adversidad en aumento incesante, sin tregua ni descanso?, ¿cuándo cesa tan hermosa ferocidad y bello desgarro?; la simbiosis entre el subliminal paisaje y la severidad intransigente del mismo es magnífica y perfecta, atractiva y aterradora por igual, magistral suma de lo ácida y perversa que puede ser la espléndida naturaleza.
La cinta respira, vive su salvajismo y supervivencia con brutalidad y resquemor, con esa poderosa colisión que inmuta y duele a una mirada impresionada por su marcada y agresiva huella aunque, es un hálito que no trasciende la pantalla pues sus sensaciones son inocuas para un pulso cardíaco que no altera su ritmo ni se acelera por conmoción; fallo estrepitoso dado que hablamos de lo peor del ser humano en circunstancias agónicas, deleznable reflejo de la atrocidad y egoísmo, y de ese asombroso avance y recuperación de quien estaba desahuciado pero sobrevive por su propio coraje y empeño.
Un reconocido aplauso para Leonardo y su fisonómica demostración, respeto y admiración por la magnitud de la obra, impresionante placer sus tomas escénicas
y esa cuidada, esmerada y elegida, con soberbia sabiduría, fotografía, una metódica parte de notable lujo..., pero la distancia, para ese necesario disfrute, es obviedad presente, imperdonable en un combate de la vivacidad, rasgadura, hervor e inclemencias ofertadas; peliculón para visionar y descubrir el digno motivo y debido por qué de tanto premio pero a cuyo recuerdo, la memoria, no le guarda grata estima ni añoranza.
Comprobado el terreno y chequeada la cinta en toda su grandeza, corto y cambio, paso a cerrar tan largo, áspero y estéril episodio; cumplida la misión, lástima que se ratificasen los peores temores pues, sólo por etapas, su devaneo supera toda previsión; un arranque y cierre soberbios no son suficientes ya que su medio, con pesar, languidece.
Y por fin el combate hombre-tierra llega a su conclusión, y el cazador se erige sin miedo y con osadía, conoce su ventaja, sabe de su pérdida, calcula la ganancia y parte a por su trofeo, justicia de prestar, el debido castigo, a un diablo dejado en manos de una mayor presencia.

Lo mejor; Leonardo DiCaprio y la impresionante fotografía que la arropa con pasión, hermosura, fervor y quiebra.
Lo peor; el argumento flojea conforme avanza en un relleno del que se abusa en ingredientes y tiempo.
Nota 7,3


No hay comentarios: