viernes, 18 de marzo de 2016

Cien años de perdón

Una mañana lluviosa, seis hombres disfrazados y armados asaltan la sede central de un banco en Valencia. Lo que parecía un robo limpio y fácil pronto se complica, y nada saldrá como estaba planeado. Esto provoca desconfianza y enfrentamiento entre los dos líderes de la banda.


Mucho ruido para escasa nuez.

Todo ocurre correctamente, según disposición del género estilista de atracos a bancos, con trama adyacente pero ¿dónde está la tensión, el enigma, la incertidumbre?, ¿esa oscuridad y revés que acaece detrás del robo de simple dinero?
Nadie es profeta en su tierra, y se valora y agradece el esfuerzo e intento de un tipo de cine de acción, secretos y nerviosismo que se da escasamente en nuestra patria pero, no por ello debe dársele un aplauso gratuito sin condicionantes pues, estamos ante un interrogante cuya presión y sospecha alcanza pares de equidad pero, no ese escalafón superior donde reina el atrape e interés constante del espectador ensimismado.
Ni siquiera Luis Tosar, el gallego, y Rodrigo de la Serna, el uruguayo, lucen sus mejores habilidades -mucho menos un descafeinado José Coronado-, con unos personajes al que no le dan pie, letra ni oportunidad para expresar todo su arte y talento, y así más o menos pasa lo mismo con todos ellos; poco material, para un tiempo moderado, que da lo justo en el clavo para cumplir, entretener y poco más.
Gran venta publicitaria, por parte de una productora que sabe manejar los hilos del mercado y asegurarse la taquilla, antes de que el rumor corra y certifique que es válida pero neutra, apañada pero apenas electrizante, menos excitante, estable aunque sin estrés, angustia o motivación trepidante; una solidez, en un thriller convencional, que penetra con mínimos
apropiados y justos adecuado sin levantar pasión o fervor, aunque tampoco disgustando.
Seca en cuanto a arrebato y presión, un farol en cuanto a esa argucia hipnotizada que corta las venas y mantiene la tensión al límite, todo es conveniente, cada uno hace lo que puede, en conjunto se esfuerzan con todas sus ganas aunque, el conglomerado al completo y su escondida estrategia da para aprobado, para un progresa adecuadamente que apenas llega al bien, menos aún alcanza ese lejano notable.
Y la pregunta es ¿qué falla? pues los ingredientes son favorables, la receta típica, el plato de sabor tradicional, -que con todo, uno nunca se cansa de su gusto, por mucho que se repita una y otra vez-, copias de copias que se diferencian por la presión, chantaje y tirantez que logran crear en la audiencia; una relación “entre paciente y odontólogo que, ¡tratemonos bien!”, será lo mejor para estar todos contentos y nadie perjudicado o herido; sin embargo,
se olvidan de que no hay explosión que hipnotice ni bomba que prenda con su carisma y portento, el estilo de Daniel Calparsoro cumple con la horma del zapato pero, no lo viste para una noche de gala ni un desfile de moda.
Ladrones, policía y gobierno, y tu satisfacción únicamente se caldea a medias, tibio escándalo de eficacia propicia aunque, dada la presunción de su gloria marcada, no es el bombón suculento que se esperaba; cada elemento en su sitio, ninguno falla, lo cual sólo asegura un acierto de validez conformada, no la sesión misteriosa e indescifrable que se aventuraba; esperanzadora entrada de salida moderada.
“La gran mentira de esta época es creer que el poder
puede ser inocente”, la gran traición, de estos cien años de perdón, es creer que su guión y modus operandis son de alta altura, de energética mirada, letal y absorbente.
“Vísteme despacio que estoy apurao”, pues revelo poco para tanta monserga; es la propaganda previa la que cubre el trabajo no hecho por ella.

Lo mejor; la ilusión con la que acudes a este explotado y magnificado trabajo.
Lo peor; el conformismo con el que sales, dado su común resultado.
Nota 5,2



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