martes, 19 de abril de 2016

Palmeras en la nieve

Es 1953, Kilian abandona la montaña oscense para emprender con su hermano un viaje a Fernando Poo, una antigua colonia española en Guinea Ecuatorial. Allí les espera su padre, en la finca Sampaka, donde cultiva uno de los mejores cacaos del mundo. En la colonia descubrirán que la vida social es más placentera que en la encorsetada y gris España, vivirán los contrastes entre colonos y nativos y conocerán el significado de la amistad, la pasión, el amor y el odio.


Viajas por ella con gusto, pero sin dolor ni pena.

Vista en retrospectiva, después de oír hablar tanto de ella a favor y en contra, se ha de admitir que la historia necesitaba su tiempo para hablar por si misma y dejarse sentir, para ser proclamada como la elegante señora que se auguraba cuando se presentó; aunque, también sea cierto que es tremendamente fácil y tentador que los oídos tomen vacaciones temporales entre tan larga duración, que el corazón apenas participe y que la mente permanezca fría en su análisis.
Tan cierto como la escasez interpretativa que muestra Mario Casas en esta ocasión, limitación gestual confirmada por una torpeza de andadura y rostro de nulas expresiones alternativas que no sea la fijada inicialmente y que se mantiene perenne y obsoleta durante todo el relato; tan obvio como la esperada soberbia fotografía, las cuidadas formas, perfecta música y estilismo detallado de un esfuerzo meritorio, para una producción española.
La novela visionada se presenta como dama suntuosa y orgullosa de su trabajo realizado, costosa exposición de todo un melodrama romántico de pasión, enfrentamientos, deseos, agresiones, valentía, humillación e intento de sobrevivir a todo ello; corrillo de aventuras y desvelos que abren apetito con calma y mesura, con esos reposados entremeses que deben dar paso a la confirmación de esa suculenta cena, de seductores comensales.
Aunque la pregunta clave es ¿el romance reclamado sube lo suficiente de tono como para colmar
esperanzas e ilusiones previas?, ¿tiembla el pulso de emoción?, ¿la aceleración progresiva del corazón se percibe con rotundidad o todo queda en fabulosa venta de marketing, que ofertó lo que no daba?
Esta leyenda, en su proclamada conjunto, progresa adecuadamente, aunque no apasionadamente -que no es lo mismo-; su energía se mantiene constante a dosis de cápsulas entregadas sin lograr el fervor, ímpetu y colofón que se espera de estas épicas narraciones, que deben sacudir el alma e hipnotizar a la conmocionada esencia; atrae sin duda, interesa su seguida pero, no sacude vorazmente a unos sentidos que se emocionan lo justo para no perder hilo aunque, no inmensamente como reflejan esas hermosas y sobrias palmeras en la nieve.
“La vida es un tornado; paz, furia y de nuevo paz”, y por esos pasos desfila, en procesión ordenada, todo el relato, sólo que la furia no arranca tejados ni su viento molinos derrumba; estéticamente es de sobresaliente pero, su parte dramática no deja huella
ni incide en la memoria una vez finalizado; es más, durante las escenas de batalla sentimental y su frustrada agonía, tu sensibilidad permanece en esa calma de visión de quien lee, comprende pero, no se exalta ni perturba ante el desfallecimiento y quiebra de la felicidad construida.
Tenue en su conmoción, magnífica en su ambientación, cojea de un pie para afianzarse en el otro pero, ello no evita la cojera de tan opulenta obra.
“Ten cuidado no vayas a encontrar lo que estás buscando”, ya no hay cuidado que valga pues, tímidamente se acerca a la tragedia esperada; hay amor, hay peleas, hay desavenencias, hay conflicto político, hay decepción humana; un polvorín de llanto, alegría, esperanza, muerte y desolación que no explosiona con contundencia pero, atraviesa por sus trágicos puntos con validez de intento novato, que aspira a ser gran veterano.
Tiempo a la experiencia y que se repita el intento; osadía hay de sobra, con talento se cuenta,
únicamente hacen faltas nuevas ganas, oportunidad y ampliación de miras y capital de nuestro cine.
“Mi suerte se termina aquí y ahora”, y has aprobado Fernando González Molina, que no redondeado; sigue con tu énfasis de intento y logro en la siguiente aventura y, futura suerte a quien se empeñe, con carisma y fortaleza, en la representación de un libreto de tal calibre; este ha quedado correctamente retratado, ahora vayamos, en la próxima, a por más nota.

Lo mejor; su rotunda fotografía, diestra ambientación y música escogida, más ese valor de un director empeñado.
Lo peor; perfila tanto esos detalles que se olvida de la importancia de un pulso cardíaco, que no logra tener la tensión alta.
Nota 6,5


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