jueves, 19 de mayo de 2016

Gurov and Anna

Con su matrimonio con Audrey casi a su fin, Ben comienza un tórrido romance con Mercedes, una joven estudiante francesa de su clase de escritura. El asunto pronto se sale de control, sus emociones empiezan a colgar de un hilo.


¿Ama a alguien o sólo juega?

No es muy original el argumento, ni rebusca mucho dentro de su propia idea; un profesor que se vuelve loco de obsesiva pasión por una de sus alumnas, hasta llegar a ese desquicio de arriesgarlo todo por un amor confundido, que resulta más bien ser juego seductor de enganche para la otra parte.
La juventud egocéntrica y manipuladora frente a la madurez cansada que dejó atrás sus sueños, tormento de una frustrante atracción que se trata de evitar a toda costa, hasta caer en la telaraña gustosa de quien gusta gustar y conocer el límite de dicha demencia; todo un juego de control y dominación envuelto en esa semejanza hacia la obra que se cita, The lady with de dog, como excusa para hallar el paralelismo con los personajes Gurov y Anna.
Suave, mimada, de melancólico ritmo para narrar esa tragedia de quien no sabe amar pero enamora a todos a su paso, colérica relación disyuntiva de fuerza y desventaja donde el pardillo cazado sufre, suplica, anhela y cae en esa verdadera oscuridad de la que no hay regreso, pues su cavidad es dolorosa y profunda.
Rafaël Ouellet, cámara en mano, centra su objetivo en esa mirada feroz e indemne, provocadora y astuta que reta a la sinceridad, deseo y angustia de quien le
devuelve el placer de la vista para hablar sin comunicación, únicamente con la seducción de un iris penetrante e indagador y unos labios encendidos y ardientes, que cuentan lo que el habla no se permite expresar con palabras.
Incitación, aflicción y enorme daño emocional para una historia dual, a cuatro bandas, que camina y golpea sin excesivo estruendo; conmoción o coqueteo para un espectador que observa un clásico, decorado con aires intimistas, cálidos y arrebatadores que, aún con su pretendida voluntad de cercanía, devastación, desasosiego y socorro expositivo no levanta sugestión, querencia o reflexión más allá de ese estereotipo de alcanzar lo prohibido, para una vez poseído dejar de interesas y convertir, ese logro, en un maldito castigo de ofuscación que perturba y ahoga.
Andras apergis y Carlo Mestroni, más su buena sintonía en escena, correctos y adecuados para
representar esa domesticación sumisa de quien es abstraído de su aburrimiento para volver a sentirse vivo y probar la agonía del infierno obtenido; estilizada fotografía, muy cuidada en los detalles y enfoques, constantemente arropada por una banda sonora que abraza el drama como introductor a esa esperada caída después de haber tocado el cielo pues, placer de minutos supone condena eterna para una cinta de sentimientos y relaciones inconvenientes que, dentro de su tradición escrita, no supera el umbral de una visión plana y cómoda que no excita, altera o acongoja al espectador con el protagonista.
Sufrimiento sin estallido, desazón sin suplicio, ligereza de alivio para una visión que no penetra ni vive al máximo la insensatez de su paranoia.
Y el pájaro herido vuelve a por más, hasta que extenuado, sus alas ya no pueden volar.

Lo mejor; la intimidad de sus personajes.
Lo peor; poca excitación o padecimiento para lo realmente pretendido.
Nota 6


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