viernes, 20 de mayo de 2016

High-Rise

Adaptación de High Rise, novela publicada por J.G. Ballard a mediados de los años ‘70. La historia narra la llegada del doctor Robert Laing a la Torre Elysium, un enorme rascacielos dentro del cual se desarrolla todo un mundo aparte, en el cual parece existir la sociedad ideal.


El deterioro y la perversión de la buscada perfección.



Escalofriante, extraña, curiosa, siniestra, extravagante, provocadora, caótica, loca..., y podría seguir con numerosos adjetivos, que describen y se ajustan a los diversos sentimientos por los que se atraviesa durante su visión.
Sin duda alguna es una sorpresa y todo un deslumbrante acontecimiento el hallazgo de esta peculiar micro sociedad con sus diferencias, roces, disputas y enfrentamientos diarios, que van preparando ese caldo de cultivo que cuece lentamente hasta lograr esa explosiva y candente ebullición, donde será la llegada de la sinrazón, la barbarie y brutalidad salvaje las armas del más fuerte para dominar el terreno; violencia como lenguaje ofensivo para trepar, avanzar, llegar y ganar, pues toda rebelión conlleva destrucción para pasar, subsiguientemente, a la planificada colonización.
Un diseñado desmadre, de acelerado interés y consumo asombroso, dentro de su constante indigestión y cuestionamiento perpetuo de la situación, de su desarrollo, ejecución y desenlace dentro de ese pulgar, que es el crisol de un mañana de entera mano conformada; no deja indiferente, sea la postura que te domine, sean las sensaciones que absorbas, sea la opinión que domine en tu
anonadada mente y estupefacto corazón es atrevida, original, discrepante y abrupta, letal y dominante en ese despertar incisivo atento a sus posturas, hechos, deducciones y corrientes interpretadas según el personaje, la ocasión y el momento.
Toda una revolución de quienes, con determinación, reman contra corriente siguiendo a ese osado líder que burlará lo establecido, para romper las barreras y acceder a derechos y privilegios prohibidos; dignos que buscan la paz, indignos que inician la guerra, peones que se dejan arrastrar, retrato desquiciante de nosotros mismos a niveles aterradores.
Ben Wheatley logra rodar una abrumadora cinta, de fotografía y música exquisita, que juega a diferentes niveles de intensidad ralentizada y eclipsadora para atentar contra la comodidad del espectador y provocarle todo tipo de emociones; desde el éxtasis hasta el pundonor, desde el espionaje hasta la
saturación de quien observa mudo, escucha sin pestañear y reflexiona sin escrúpulos, dado el desaliñado espectáculo que está presenciando.
“Estoy decidido a hacer todo bien”, sentencia un atractivo Tom Hiddleston representante de esa armonía, pulcritud y perfección que se desean hasta que la convivencia irrumpe y provoca esa interrupción de un injusto equilibrio para llegar a mayor desbarajuste, puertas abiertas al libre albedrío tomado por la fuerza y sin permiso; sin ser experta en Ballard y su obra, se admite una creadora fantasía que radia la ostentación y mediocridad por tiempos, al volver toda su estrafalaria andadura, en cansancio monótono, por atragantarse consigo misma.
Tontería o delicia, estúpida o memorable, saldrás con una opinión firme sobre ella, ya sea sabrosa o repulsiva, fantástica o todo un bodrio, sin término medio, aunque si que se coincide en que es colorista,
visual, artificial y numerera; su rompedora escalada es engañosa en sus aportados nutrientes pues, lo que abrazas en principio, sin prejuicios para ver qué entrega y dónde lleva, pierde intensidad e ideas hacia sus tres cuartos, topando con un encerramiento creativo de quien da vueltas sobre lo mismo, al no poder salir de su claustro edificio y adquirir nuevos aportes a su orgía ciudadana.
Con lamento, se queda sin historia y focaliza su obsesión en imágenes desbordantes de la lujuria demente de quien ya no es él o, es él más que nunca.
Difícil de definir, será tu sensibilidad la que marque el límite de lo soportado y su nota; hay inclinación por verla, sugerencia de descubrir qué hay en ella, cuál será tu conclusión sobre ella, aptitud predispuesta a absorber su aroma y ver qué tal..., su posible disfrute es cosa aparte.
Devorado por su propia criatura, aún respira.

Lo mejor; su ofrecimiento visual y musical.
Lo peor; se atraganta hacia el final, sin saber resolver lo planteado.
Nota 6,4



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