jueves, 23 de junio de 2016

Heist

Un padre no tiene los medios para pagar el tratamiento médico de su hija. Como último recurso, se asocia con un codicioso compañero de trabajo para robar un casino. Cuando las cosas van mal, se ven obligados a secuestras un autobús de la ciudad.


Excesivas ramificaciones, para ser padre del año.

De Niro de mafioso como que le pega más, está más habituado a dicha firme personalidad por costumbre repetitiva, aunque en este caso hay tendencia ligera a no componer al capo con la contundencia merecida; está en las últimas, lleno de lamentos y penas, intento de reconciliación con sus errores familiares que no acaba de funcionar ni cuajar, ni para él ni para la audiencia pues, aunque están todos los ingredientes que cuentan, su uso, profundidad y revelado manejo, en su supuesta situación tensa, se queda en un abanico de claras intenciones que no osan ir más allá de ese consumo tenue y acomodado cuyo efecto no inquieta, no altera, no crea misterio sobre su evolución ni tira de la cuerda lo suficiente para que, el casino flotante y todos sus tejemanejes, te atrapen con adoración convincente.
Y es que “yo estoy al cargo”, pero no es rotunda la impresión recibida, por mucho que insista con esas frases prototipo, de categoría veterana para el género que trata; “nunca dejes que nadie te robe a ti, es señal de debilidad, agujero en las cañerías por donde tus enemigos tratarán de colarse”, que suena a lección vieja conocida, de amenaza neutra, teniendo en cuenta qué ilustre afirma dichas sentencias.
El guión peca de tocar muchas teclas, sin confirmación ni decisiva parada en ninguna de ellas; que si “robar a Pope es un suicidio”, que si “quien dijo que el amor no se puede comprar no tenía suficiente dinero” -¡que manera de vapulear a los beattles!-, que si un socio de negocios turbulentos que ejecuta las palizas, que si cuestionamos
el funcionamiento financiero de la sanidad y sus políticas, que si el héroe en duda toma vestigios de un Denzel Washington más glorioso de otra época, que si su compañero -de errónea aventura- llega para fingida pose de escasez realizada, que si por momentos recuerda a la mítica Speed pero sin su talento e inteligencia, con un formato humanitario de fondo que no coagula ni emociona ni se solidifica como debiera, más esa resolución altruista, de fondo bonachón, gracias a una poli que razona y juzga propiamente pasando de las órdenes del jefe ya que, el malo es un bueno en difíciles circunstancias, ¡hay que comprenderlo! que, con todo, no convence, únicamente remata lo que era un mirar sin sentir ni apenar, menos revolucionar al vidente, cuyo deducción cede y abandona pues no hay materia, no vale la pena.
Y es que se trata de una más en el haber de Robert de Niro, ¡sin más!, que se dudara si mencionar en su futuro homenaje; un digno Jeffrey Dean Morgan, sobrio y esforzado en su papel de padre desesperado/ex combatiente de torpes decisiones/desfalleciente
malogrado en el presente cuyo personaje no da para mucho -le dan emociones, de pasado angustioso, sin calidad narrativa para ser expresadas-, con un recorrido sin secretos, que abarca en exceso para tan pobres lineas.
Porque su argumento tiene intenciones obvias de ser un avalado clásico, quiere cumplir y gustar pero, abarrota el escenario con un escrito sin carácter ni aptitud para abordar, con cualidad, todo lo pretendido; es de rango inferior, y tal vez en ese sentido se la pueda excusar y aprobar pero, quieras o no está de Niro, hay un casino y un drama sentimental en el interior de tanta soltura de dinero, amén de que es esperado acción acelerada de robo cometido; por tanto, sin evitarlo y con exigencia de demanda, deseas más y mejor, tanto en su validez como vigor.
Típica para pasatiempo temporal y moderado, de nimiedad obvia, pero aún así sabe a poco, a limitada en su entretenimiento.

Lo mejor; de Niro y los buenos propósitos de inicio.
Lo peor; compone una cinta 
estándar que no satisface.
Nota 4,7

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