jueves, 30 de junio de 2016

La presa

Un atracador se fuga de la cárcel para buscar a su ex-compañero de celda, un asesino en serie decidido a atribuirle todos sus crímenes.


Por ser de nuevo confiado.

El fugitivo, que corre y corre desesperado, y no por probar su inocencia, que también, sino por salvar a aquellos que ama, de un error de cálculo por confiar en extraños.
Y es que, ya nos enseñan, de pequeños, a no hablar con desconocidos, y su compañero de celda lo es; por ello apenas hablan ni intercambian amistad, hasta esa necesidad urgente que le lleva a creer en la inocencia de un diablo enmascarado y perderlo todo a partir de una decisión errónea.
Solo ante los salvajes presos, solo ante los corruptos carceleros, solo ante la equivocada policía, solo en esa agónica contrarreloj llena de golpes, tropiezos, humillaciones y ese enloquecido resquemor y desconsuelo por no llegar, por hacerlo fuera de tiempo y ya no poder arreglar el grave estropicio propiciado, de posibles horribles consecuencias.
Un padre y un pederasta, preso y ex preso, ambos fuera de la cárcel por circunstancias y motivos diferentes, mano a mano en una cacería por encontrarse y ajustar cuentas; es rápida, directa y no se entretiene con tonterías, un hecho imprevisto que favorece otro, que lleva a un desencuentro y a una situación alarmante y abrumadora, de situación máxima, donde el tiempo apremia y la inteligencia es un grado por ver cuál de los dos va en cabeza y esquiva los contratiempos; todo sencillo, diestro y eficazmente ejecutado, más esa válida policía que se empeña en hacer un buen trabajo, haciendo caso de sus instintos.
Luce buen ritmo, acapara su tormento, eclipsa su rabia, es nivelado su contrapunto, su exasperación mantiene viva la tensión y llama a esa visión
entregada, con óptimo gusto, por la rectitud y contundencia de lo ofrecido.
¿Qué no haría un progenitor por su niña?, escapar, disparar, rebuscar, correr, matar..., y eso hace un sugestivo Albert Dupontel; correr, correr y correr, aguantar, resistir y permanecer vivo hasta que su pequeña se halle a salvo, no importa él como quede.
“Créeme, no soy yo el loco”, pero soy el artífice de esta sesión de acción viva y audaz, para un thriller clásico cuyo convencionalismo es su mejor baza al ofrecer, con calidad y destreza, lo supuesto y rodearse de buenos actores, en personajes claros, donde cada uno sabe su deber y lo ejecuta con talento.
Entretenimiento puro, de trepidante velocidad, que atrapa con su compás de escenas vibrantes y dirección correcta, al pasar casi desapercibida y dejar
que las imágenes hablen por si mismas, con vigor y energía, lograda aptitud que el vidente agradece.
La proie, la presa, y un depredador, papeles alternativos que cambian de mano al confirmar, una vez más, su nueva equivocación de confianza entregada; para ti será un acierto apostar por ella, como pasatiempo honesto y cumplidor en su buscada acción.

Lo mejor; un clásico talentoso.
Lo peor; que no te valga ese convencional formato.
Nota 5,7


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