viernes, 17 de junio de 2016

Si Dios quiere

Tommaso, un cardiólogo de prestigio, es un hombre de firmes creencias ateas y liberales. Está casado y tiene dos hijos. Uno de ellos, Andrea, prometedor estudiante de medicina, revoluciona a la familia cuando les anuncia que quiere hacerse cura.


Amistad con el amigo imaginario.

Queriendo ayudar al hijo, acaba ayudado el padre; porque “no es malo cambiar de idea”, más si eres un autoritaria, firme, exigente y severa persona que manda y grita por allá donde pasa, espíritu sabelotodo, que camina orgulloso de su altivez y soberbia, y que se topa con un obstáculo enorme que le hace ver y sentir lo ridículo que era, lo minúsculo que es, lo grande que puede ser.
Nada peor para un ateo que un progenitor que quiere hacerse cura; calvario mental, motivo de torpe recorrido/dulce destino, para deshacer tanta tristeza, aislamiento y soledad y así otorgarle serenidad, alegría, bondad y empatía con quienes le rodean, para apreciar lo poseído, reconquistar lo olvidado y cuidar a ese enfermo corazón saneado.
Fábula tierna, cariñosa y amable, simpática, dicharachera y divertida, por momentos, sobre las creencias, el amor, la amistad y la familia, hallarse sin saber que se está perdido, cambiar a mejor sin solicitarlo y plantear quemarse por haber puesto la mano en el fuego al afirmar, con contundencia, “los milagros no existen, soy yo quien lo ha hecho todo bien” y dar media vuelta.
Se inicia con entusiasmo, se circula con ritmo jovial y ameno, su planteamiento es gracioso y, aunque pierde gas en escenas, movimientos y contenido por espacio alternativo conforme entra en materia, al no querer profundizar en la seriedad de los temas expuestos, mantiene con ilusión, alegría y bonanza su esencia, esa que dice como lema “lo importante es amar” y si se está bloqueado o vacío, anulado o seco, alargar la mano y pedir ayuda sin necesidad de

habla, sólo con esa esencia que se cuela a través del interés por el porvenir del lobezno de la casa que acaba por abrazar al lobo del clan, quien cede en su mandato para terminar rodeado de amor, sereno, feliz y contento.
Comedia convencional, ligera e inofensiva que abre mejor que termina al ir cediendo en su válido e interesante enfrentamiento ciencia-religión para conformarse con algo más banal, insustancial y bonito; tolerancia de creencias/descubrimiento de opciones unidos de la mano sin contradicción ni mal indigesto ya que, con o sin Dios, se pueden creer en ambas estructuras, sin extremos, y vivir de acuerdo al sentimiento que se genere.
Relajada y cordial, la transformación del padre, el revivir de la madre, la maduración del hijo, el respeto por la hija; demandas y sacrificios, generosidad y recriminaciones, personajes altisonantes de un mismo clan alterados en presente hacia evolución futura a mejor, gracias a ese intruso sacerdote que cae bien y mola, aunque sea un coñazo reconocerlo.
“Se Dio vuole”, si Dios existe, y quiere, utiliza rutas
extrañas de encuentro y formato, le gusta jugar a marear la perdiz, nunca va directo al grano, da vueltas enrevesadas hablando con subterfugios y doble sentido, para comunicarlo todo en ese tiempo moderado y lento en que uno lo descubre solo; siembras/recoges, das/recibes pero, este cirujano lo tiene tan mal que se le da un mes para trabajar desde la base y volver a plantar, para esa fructífera cosecha nunca pensada, pero si muy necesitada.
Colaboración es el consejo, entendimiento su exigencia, convivencia su anhelo; grata mezcolanza donde lo importante es esa complaciente brisa humana, de bienestar y sonrisa en tu cara.
Los caminos del Señor son inescrutables; aquí, más bien predecibles.


Lo mejor; comedia clásica que logra gustar.
Lo peor; pasa de puntillas por temas honestos e interesantes, que no desea indagar.
Nota 5,5


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