jueves, 21 de julio de 2016

Cuando cae la nieve

1950, Moscú. Katya es una espía estadounidense en plena carrera armamentística de la Guerra Fría. Cuando le asignan su misión más importante, conseguir información secreta de la joven promesa del gobierno ruso, Alexander, lo último que espera es que va a enamorarse de él. Intentar conciliar su pasión hacia a él con su rechazo al comunismo la llevará a hacer el mayor de los sacrificios, un gesto que Alexander descubrirá treinta años más tarde.


Cuando no percibes, únicamente relata.

“Trata de arrancarlo ¡por Dios!, ¡trata de arrancarlooo!..., y como en aquella fatídica ocasión, no logra llevarlo a cabo, se queda en válido intento aunque descafeinado pues su pasión, tensión y suspense no caldean la habitación, su medida emoción no compromete, no atrapa, no sugestiona, sólo narra e informa de un clásico en todos los sentidos, tanto en su tenue tragedia como en su blandengue romance.
“Sabes lo que hay que hacer, ten cuidado” y tiene lugar el primer contacto entre ellos, ella seductora y enigmática/él prendido de su belleza y, a partir de ahí, ha rodar una pelota que no tiene previsto ninguna sorpresa, excepto la de transitar adecuadamente, con sosería manifiesta en esas regresiones al pasado, para recordar, desde ese presente donde encajar todas las piezas.
Su visión es tranquila y reposada, siempre al margen del drama que revela, se observa y consume como quien observa la caja tonta por costumbre, por no desviar la mirada, lo cual deja una sospecha de indiferencia no apropiada pues, si no te seduce, no te
envuelve, no te conmociona ni sensibiliza ¿de qué sirve su correcto trabajo?..., para un desfavorable cumplir y salir del paso.
Pero cuando cae la nieve quieres recibirla, contactar con los sentidos, quieres aspirar su sensación, notar sus efectos y emociones, sentir su poder y nutrirte de ella, de su gelidez impactante, de su abrumador encontronazo, de su hipnótico recibimiento, de todos los inesperados sentimientos que despierta conforme entras en contacto y avanzas; aquí hay uniformidad, historia mínima que puede, en leído papel, suba enteros de adrenalina, en celuloide es cómoda, sencilla y asequible, moderada en sus pretensiones/escasa en sus efectos.
La guerra fría, espionaje, el KGB, los americanos y una Rebecca Ferguson, con doble papel interpretativo, y no entretiene lo suficiente para estimular tu interés o alimentar tu apagado aliciente; merece algo mejor el espectador que contemplar sin estimar, reflexionar o valorar lo contado porque, es tan plana, estándard y anodina que, no verla es no perderse nada, y verla es pensar que podrías estar
viendo otra cinta, más entusiasta y generosa en su dar para que reciba la audiencia.
Shamim Sarif a las ordenes del guión y la dirección, por tanto ella sola se come el marrón del desencanto y fraude porque, aunque realiza con gusto y delicadeza, escribe con carencia de vigor sensible y amante, fallo que reduce el conjunto a una cinta conveniente y discreta cuyo argumento no colma.
Y confórmate, ¡es lo que hay!, ¡tú elegiste!, no sabías qué querías ver, dudaste entre varias opciones y
optaste por la más mediocre, esa película insustancial que circula por la pasión, el amor, la traición, el riesgo y la deserción sin pena ni gloria, sólo relatar para pasar los minutos.
Y es que, cuando la noche empieza mal, ¡no mejora!, y llega un punto en que ya te da igual..., pues ese es su resumen, ¡te da igual!, la nieve cayendo y todo lo demás.
Comprobar, en persona, si una cinta vale la pena, tiene su coste; he dado fe de ello, en múltiples ocasiones.

Lo mejor; su pretensión de transmitir.
Lo peor; transmite desgana.
Nota 4,7


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