viernes, 1 de julio de 2016

El ídolo

Un periodista deportivo irlandés está convencido de que las victorias del ciclista Lance Armstrong en el Tour de Francia se deben al dopping. Con esta convicción, empieza la búsqueda de pruebas que sacará a la luz la verdad de Armstrong.


Un tramposo que conmocionó al mundo.

A estas alturas, creo que no queda nadie que no sepa de la vergüenza que supone el nombre de Lance Armstrong en el mundo del deporte, sus mentiras y trapicheos para ganar a cualquier costa, lograr fama y reconocimiento al precio que sea, ese adictivo volar por encima de tus posibilidades y conseguir, con ayuda química, ese ansiado triunfo que tu cuerpo, al máximo, no es capaz de alcanzar por si mismo.
Esa primera parte de disfrute y gloria ante el rendido mundo, en la que no se piensa en la miseria y ruina de su destape, en la humillación de tener que admitir lo negado, el fraude que representarás de por vida, ya en los anales de la decepcionante historia, después de haber sido ejemplo de voluntad, resistencia, esfuerzo y superación de las dificultades; un daño moral irreparable para quienes creyeron en él, para quien creyó que sí, que se podía, que se podían vencer los contratiempos por arduos y mezquinos, injustos y desoladores que fueran, y hacer realidad los sueños.
Asqueada es el sentimiento que deja, repugnancia lo que sientes al ver, a tan sonoro hipócrita, consumir, mentir y reírse de toda la decencia y honor que reside en el mundo de la competición deportiva, devastador esa cómoda, orgullosa y promocional imagen dopándose mientras sale al mundo a dar consejos de cómo vivir, usando al cáncer como escudo de toda su porquería; “poder contra forma” y
como ésta estaba condenada a los límites de su fisiología, usó su poder para alterarla con refuerzo externo, y así conseguir lo que se proponía.
Atronadora musicalmente se centra en mostrar el proceso práctico del programa establecido, dejando más ligero y esporádico, escasamente sentido, el bombazo mediático, la crisis personal, el impacto ético, el golpe anímico, el escándalo explosivo y la sacudida que provocó toda la explosión declarativa de su culpable historia; apenas captas el proceso natural de duda e investigación que provocan las primeras sospechas o cómo se van tejiendo todo el fenómeno revelador.
Stephen Frears se obsesiona con el Armstrong egoísta, egocéntrico, soberbio y caradura, con el drogata, con esa cara oculta sólo mostrada a los que compartían su rutina estimulante, y tiene excesiva
prisa cuando llega lo realmente interesante, ese decisivo momento de atrape, destape y confesión de su ser verdadero; admisión que apenas se saborea, descubrimiento que apenas impresiona o hiere pues lo ataca con tanta soltura, aceleración y privación de hechos importantes que, sino fuera porque es imposible quede nadie al margen de la consabida noticia y sus efectos, no serías capaz de captar la inmensa dimensión a que dieron lugar tales revelaciones y acontecimientos, la catástrofe que supuso su asunción y todo lo que hubo que hurgar, soportar y combatir hasta llegar a ella y darla a conocer a la ignorada audiencia.
“Nunca he tomado drogas para mejorar mi rendimiento”, simplemente, de la noche a la mañana, se convirtió en un invencible supermán tras superar una difícil enfermedad, y todos lo aceptamos, todos quisimos abrazar su perfecta historia, de cuento
mancillado, porque representaba lo imposible hecho posible, lo inaccesible al abasto con el único requerimiento de fuerza, voluntad y creencia en uno mismo, en nunca rendirse.
Pero los huevos de la gallina no eran de oro, estaban podridos, y el cántaro de la suerte se rompió de tanto ir a la fuente a nutrirse, porque la avaricia rompe el saco y aquí había demasiados cooperantes del engaño, basta la traición de uno para que todos caigan, hasta llegar al líder timador de ese deshonroso tren azul, sobre dos ruedas.
Deja mucho fuera, sin decir, explicar o plasmar, ya sea por falta de tiempo, dinero o apetencia, el argumento busca la atracción del backstage, ese esperpento que tenía lugar cuando se echaban la cortinas y se cerraba la puerta y, aún en ello, está narrada de manera ligera y superficial, sin entrar de lleno en las negras profundidades del abismo elegido; magnífica la caracterización e interpretación de Ben Foster sobre este fariseo ídolo, labor que se ve en parte desnutrida por un biopic, ágil y entretenido, pero que deja la carrera a medias, sin recorrer entera, sin perforar en la mente psicológica del maestro impulsor, puede que porque la base del
guión se toma del informe emitido, por la agencia de drogas que lleva la investigación para el juicio, de ahí los detalles de cómo tenía lugar el farsante consumo, y de ahí la carencia en muchos aspectos.
Repulsión inquietante, estupefacción y desilusión por esa doble cara de conjunción perfecta para ser ganador, no importaba otra cosa.
Se necesita más rollo de película para completar ésta; te vale lo visto, pero te deja con hambre de más precisa información, en todos los sentidos.
Obcecación en el chute/dejadez por lo controvertido de la persona.

Lo mejor; cubre la curiosidad de la técnica empleada.
Lo peor; apenas roza al monstruo que habitaba en tan venerado héroe.
Nota 5,3



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