sábado, 2 de julio de 2016

Road hard

Un famoso cómico quien, tras su divorcio y la cancelación de su show, se verá obligado a volver a la carretera para realizar espectáculos en directo.


Se ruega por una segunda oportunidad.

Ese momento decisivo de la vida en que reconoces y aceptas que una etapa de tu vida ha concluido, pues no se puede tirar más de ella, esta está rota, desmoralizada y hecha pedazos; debes iniciar nueva andadura, esa que espontáneamente aparece como agua bendita en el preciso instante, justo cuando, en lo alto de la cumbre de la decepción y humillación más negativa, ésta se convierte en gratitud de esperanza y abrazo por recuperar la dignidad y la dicha perdida hace tiempo; debido a esa testarudez y hábito de seguir practicando un oficio que en su día proporcionó respeto, fama y éxito, ahora emblema de depresión, fracaso y dolor por representar a esa pasada leyenda, de triste y agónico presente, que tiene que volver a la dura carretera aceptando migajas de un público de bar que, con insistencia, le recuerdan el fenómeno televisivo, de gracia, humor y chispa que fue en su meritorio día.
Ironía y agudeza en cada inteligente sentencia para un tenaz cómico, venido a menos, que debe volver a sus raíces de andadura por no tener donde caerse muerto, una fantástica melodía como testigo presencial de esa farsa agónica con que disfraza su calvario, ese volver a noches de comedia en locales sin piedad, de ciudades fatigosas y hoteles tortuosos, sin miramiento por el esforzado trabajo de la estrella estrellada; la cargante, exigente y frustrante vida, común y ordinaria, que existe tras bajarse del escenario, donde el escepticismo hiriente y el abrasivo drama toman posesión del humorista y no se ve salida, únicamente asfixia de un reiterativo ciclo, oscuro y pesado, que no tiene la cortesía de
abrir sus puertas al don y talento que lució, el portavoz, en su gloriosa época.
Cuando se apagan las luces, desaparece el personaje y queda la persona con sus quebradizos miedos y su airada ira, patetismo de quien sigue anclado en lo que fue social, laboral y económicamente y le cuesta ver lo que es en la actualidad, más esos ridículos encontronazos con uno mismo y con los demás; un arte para la locuacidad salera, la inventiva de ideas y el ingenio repentino, para despertar la risa, crear bienestar y recoger los frutos de tan preciada clarividencia y perspicacia pero, que pasó; se perdió la ilusión creativa, se fundieron las ganas y sólo queda un lastre de sujeto, enfadado con el mundo y muy, muy desengañado consigo mismo.
Adam Carolla y Kevin Hench escriben y dirigen una fresca y hábil comedia negra sobre la base de los monologuistas, tan de moda últimamente, y sus divergentes andaduras, lo fugaz que es su permanencia en antena, esa crisis anímica que te lleva a querer llorar de pena y patetismo cuando debes hacer pasar un buen rato a la audiencia; guión lúcido y sabio para un protagonista solvente, creíble
y sugestivo que proporciona todas sus armas atractivas a través de ese diálogo sagaz y astuto, según la tragedia y emoción de los renqueantes incidentes.
Sin reír constantemente sí vas a tener una sensación de júbilo, alegría, entusiasmo y cariño por este terco Jerry Seinfield, un ser arruinado emocionalmente, devastado profesionalmente, egoísta socialmente que se empeña en darse de canto contra la misma piedra, en diferente esquina, pero igual de cruel y despiadada que siempre.
Aún no siendo receptiva a este tipo de género chistoso, parlanchín y teatrero, es una cinta sólida en su perceptivo realismo, competente en el reflejo de esa ambivalencia que recae sobre el artista, mañosa en presentar el tormento de quien no tiene ya ningún sueño por delante, sólo la pesadilla de continuar con un desempeño que ya no le aporta nada, excepto aflicción y martirio; breve, amena, de talante y estilo
en su veraz confección, se consume con facilidad, dependiendo de tu delirio por los monólogos te mantendrás más atenta o soltarás parte de su garbo y temperamento..., con todo, esta “Road hard”, de difícil camino, cubre y agrada para una sesión de entretenimiento distendido y ligero.
A lo que renuncias por subirte a un escenario/lo que ganas por bajarte del mismo..., cada uno a su tiempo, con la destreza y capacidad de reconocerlo y aceptarlo; al igual que en las noches del club de la comedia, unas actuaciones complacen más que otras pero, en general, has pasado un buen rato, relajado y divertido.
Y nervioso, espera que el presentador le de pase, mientras el público expectante le vitorea y aplaude..., ¿lo hará a la salida? Descubrirlo es mirar la cinta.

Lo mejor; la veracidad del relato y el sarcasmo audaz de su charla.
Lo peor; los monólogos pueden evitar te cases con ella.
Nota 5,6


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