miércoles, 6 de julio de 2016

Todos queremos algo

Jake llega a la Universidad de Texas en su deportivo, con las ventanillas bajadas y la música a todo volumen. Quedan sólo unos días para que arranque el curso, pero piensa aprovecharlos conociendo chicas, yendo a fiestas y haciendo amigos.


Parodia de simple contemplación.

Bienvenidos a los 80, esa añorada época en que Rob Lowe, John Cusack, Johnny Deep, Mathew Broderick etc, tomaban la atención de la pantalla, haciéndonos vibrar de ilusión y ganas con sus aventuras y gamberradas; ninguno de ellos fue a la universidad -bueno, alguno tenue y esporádicamente-, pero muy lejos de esas atrevidas y locas juergas de estudiante que tanto se han puesto de moda en la actualidad, en una vuelta de añoranza y melancolía a esos años delirantes donde todo estaba por saber y decidir, donde se vivía la fiesta con esa marcha chulesca de comerse el mundo y ser el más molón con sus pantalones prietos.
A ligar con chicas, a hacer inocentadas a los novatos, a beber como cosacos, a probar drogas..., todo con ese desmadre inocente y divertido de pasar un buen rato; la hermandad es el núcleo de reunión, allí están los más ¡guays! y todo el que vale la pena, dioses supremos que dictaminan lo que está de moda, son el liderazgo a imitar..., y el fútbol americano la gloria intocable, con sus jugadores como reyes de ese mundo; aunque, aquí eligen al béisbol como deidad
deportiva, que abre las puertas al paraíso del disfrute y la fanfarronada.
Pero este regreso al pasado no tiene alucinante chispa hipnotizadora y subversiva, su adrenalina no se mantiene entre disco, bar y discoteca siguiente, por mucho que muevan las caderas y se expresen con idioteces de aquella era; sus tonterías no animan ni seducen, más bien son esquivas con su propósito de revivir aquellos 80 con logro de razón y alma, abducidos por su inteligente narrativa.
El guión falla en interés y suspicacia de contar algo, de entonar a la audiencia en el nivel apropiado, nunca llegas a sintonizar con sus desmadrados jugadores estériles, en ese campus de su propiedad egocéntrica y bravucona.
Tres días por delante para el inicio de las clases, todo un fin de semana para saborear la libertad de la irresponsabilidad, el desorden y el exceso desmesurado todo lo que se pueda, pero el talento escénico y artístico no compensan ni cubren la carencia guionista de un argumento que pierde hora y pico en recrear convulsivamente lo mismo,
atascado en el tiempo sin nada que relatar, sin añadir aporte calórico que nutra el cotarro, sólo un atoramiento de ideas y actos que no llegan lejos, en su incrustada intención de adicción a si misma.
Aneurisma de bateo que lanza, golpea pero no logra ningún strike, únicamente entretenimiento medio que agota, distancia y desapega con el transcurso del tiempo por ser un anodino relato; filosofía de escaso material para ser completamente recibida, sólo esporádicamente aporta alguna ilustración ocurrente, amena y chistosa, pero seguimos con las mismas, su cachondeo estándar no sube enteros ni como jolgorio, ni como distracción al dente pues ni hierve, ni caldea, ni tonifica.
Teatro dicharachero, de espectáculo sonoro y visual, que olvida la importancia del contenido y su corazón; se queda en tercera base, sin llegar a primera, por una astrología que confía en exceso en la coreografía interpretativa, no en la sabiduría del fondo para enamorar con su aliciente y entrañas.
Conquista su cuerpo, no su cabeza, no hasta bien
entrados los minutos, cuando se concentra en algo con recorrido y sentido y deja de lado la circular noria repetitiva, enfrascada en su ombligo superficial sin demasiado que decir ni estimular; y, para entonces ¡adios, muy buenas!, la cinta se ha acabado.
“Piensen antes de hacer algo estúpido”; un poco tarde ya pues, has consumido sus burradas y sandeces y ¡na!, ni alegría, ni entusiasmo, ni recreo, ni jarana, únicamente una confianza de inicio que va perdiendo sus anhelos, para conformarse con vacuidad argumental de imagen y sonidos fantásticos.
Tropieza con los límites de su capacidad inventiva, generadora de un núcleo potente y sabroso que narrar; resquemor de aprobar una parte/suspender otra, donde el insuficiente penetra con fuerza en su recuerdo, ganando al beneplácito de su estética y movimiento..., ¡una pena!
“Todos queremos algo”, y no se cubre con geniales pinballs, adorables marcianitos o legendarios futbolines..., más efervescencia en los personajes ¡que son casi dos horas!

Lo mejor; la estética y coreografía.
Lo peor; su desalentador interior.
Nota 6,1



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